Cerré los ojos y dejé que su dulzor se deslizara por mi
garganta y por mis recuerdos.
En el jardín de
la casa de mi infancia había dos matas de mango, una de cambur, un árbol de
aguacate y uno de guayaba.
También surgían
trinitarias y rosales que regalaban sus aromas. Al fondo, una pared cubierta de
Riqui Riquis donde los colibríes iban a beber.
A mí como niña,
toda esa exuberancia me resultaba “normal”.
Hoy en día,
después de una breve convalecencia, cuando el termómetro se desploma y marca
-20° C y la nieve cubre con su manto luminoso mi paisaje canadiense, recordar
aquel idílico vergel me resulta extraordinario.
Y todo gracias a
un cartón de jugo de guayaba que me regaló una buena amiga.
Ni sabía que se
conseguía en estas árticas latitudes, pero sí y, además, marca Del Monte (“No
compre del montón, compre Del Monte”, vino a mi mente aquel comercial)
Mientras me
extasiaba con la bondad y “el olor de la guayaba” (también regresa a mi memoria
el título de ese libro sobre Gabriel García Márquez), me fugué en un viaje
lleno de verdores, fragancias, turpiales y guacamayas.
Desde la
distancia, pude ver a esa niña inquieta, explorando, trepando por las ramas,
corriendo por el jardín que la vio crecer.
Una parcela de
ensueño, un lugar de abundancia.
Volví a la
nevera y me serví otro vaso lleno de trópico, de fruta picada por los
pajaritos, de mi mamá pintando sus rosas pálidas en el caney.
Son mis raíces
que hoy en día se trepan por las ramas nevadas de los majestuosos pinos.
La verdad
aparte de todas las bondades nutritivas de la guayaba (fuente de casi todo el
abecedario de vitaminas), su “realismo mágico” va mucho más allá.
Después de una
breve visita de mantenimiento al quirófano: sopa de pollo, y yo agregaría, jugo
de guayaba para el alma.
Como lo recetó
el doctor.
Hola Natalia
ResponderBorrarNunca he probado guayaba jajaja, juraría que no las hay en el super. Me dieron ganas de algo vitamínico.
Un abrazo
A probarlas jajaja
Borrar