jueves, 25 de marzo de 2021

ANHELO



 
Es una de mis palabras favoritas, igual que “almendra” u “orquídea”. 

 Siempre me sorprendo con el origen de las palabras. 

Anhelo, del latín, Anhelare, significa respirar con dificultad, jadear. 

Ese descubrimiento me dejó “anhelante”, como esa bella canción venezolana … “Me conformo con verte… aunque sea un instante…” 

Pero mi obsesión con la palabra Anhelo sucedió después de leer cierta reflexión sobre la poesía, por Jorge Luis Borges.

Palabras más o menos, Borges me esclareció esa noción vaporosa e inasible de la poesía:

“La poesía intenta manifestar un anhelo”, dijo Borges. 

Y le creo. 

También dijo otro grande, Octavio Paz, “... el mundo cambia si dos se miran y se reconocen."

Manifestar un anhelo. 

Esa frase me miró y me reconoció.

En fin, ahora, intento desentrañar el anhelo de todo cuanto me rodea. 

Ponerlo en palabras es tarea titánica, pero por ahora observo.

También dijo alguien que no recuerdo, que el deleite es la recompensa de quienes se detienen a observar. 

¿Qué anhela el pájaro cuando se detiene en mi jardín? 

¿Qué anhela la pluma que se cruza en mi camino?

¿Qué anhela mi copa de vino o mi taza de café? 

¿Qué anhelo yo?

Y mi respuesta, otra vez los versos de esa bella canción…”me conformo con mirarte, un momento, nada más…”

En fin, eso de encontrar el anhelo de las cosas, lo que le corta la respiración y nos deja jadeantes, esa poética de descubrir el anhelo de todo cuanto nos rodea, me ha servido para encontrar una nueva forma de plenitud, incluso en soledad.

Que gran compañera es la poesía. 

Y si para terminar quieren un dato curioso, y quizás para limpiar el paladar de tanta cursilería (permitidas, como decía mi mama), pues quizás a mucho deje sin aliento y anhelantes, que la palabra Orquídea, significa, testículo.

No es broma. 

Orquídea: del griego orkhídion ‘planta con dos tubérculos elipsoidales y simétricos’, diminutivo de órkhis ‘testículo’ 


Y  para que pasen el shock les dejo el link de la canción ANHELANTE por nuestro Gualberto Ibarreto https://www.youtube.com/watch?v=Ta4CkVySAYM

domingo, 21 de marzo de 2021

KAIRÓS

Persistencia de la Memoria - Salvador Dalí 

 

Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer…” dice una vieja canción.


Yo voy a enloquecer porque hace una semana cambió la hora aquí en Canadá y a mi alrededor hay siete relojes a los cuales hay que adelantarles una hora y yo…no me atrevo.


Es una de esas tareas que mi amado esposo hacía amorosamente por mí, igual que el café de la mañana, el jardín, mantener mi copa de vino y la de mi alma llena y un largo etcétera.


Son mis pequeñas tristezas del día a día, esas que he aprendido a aceptar, pero que todavía me producen un súbito vacío.


Mi hijo, o un buen amigo, siempre me ayudan con esta particular tarea de ajustar el tiempo, pero ahora con la pandemia, los relojes de mi casa están desorientados.


Lo más curioso es que a ellos parece no importarles.


Su erróneo tic tac continúa, persistente, implacable.  


Entonces reflexiono sobre las horas.     


Las plenas, las bailadas, las bien conversadas, las de placer y deleite.


También las horas infinitas donde la tristeza se empoza, horas menguadas.


Al final mis horas favoritas son las de “ocio cultivado”, como las describió Oscar Wilde.


Pero, en fin, el reloj sólo intenta pedestremente, medir una secuencia de eventos, eso que los griegos llamaban Cronos.


Hay un concepto más ligero, sublime y amable: Kairós.


Ese lapso indeterminado donde todo sucede.


El momento adecuado y oportuno.


Hoy mi amigo Francisco vino a ayudarme con el jardín y también ajustó todos los relojes de la casa, desde el del microondas, hasta el de pared de pájaros canadienses.


¡Gracias!


El Cronos de mi casa ya está en orden. Mi Kairós no necesita mucho ajuste realmente.


Kairós.


Ese momento sin tiempo donde las cosas especiales suceden y me hacen sonreír...

 

PD: Esta breve reflexión sobre las horas, hizo que me acordara de un cuento de oficina que escribí hace un montón de años, La Hoja de Tiempo (1995), lo comparto para quienes quieran leerlo y aquí lo dejo en este espacio, para que quede en este blog un poco archivo de mi tiempo.

 

HOJA DE TIEMPO

 

          Como todos los lunes, me dispuse a llenar mi Hoja de Tiempo. Para quienes no manejen el lenguaje empresarial, la Hoja de Tiempo es una planilla donde uno debe anotar las horas laboradas durante la semana, asociadas al código de una actividad determinada. Esto que suena tan aburrido, se hace para llevar el control de tiempo de los empleados. La Hoja de Tiempo debe ser lo más productiva posible y por consecuencia, lo más facturable posible. Lo peor que puede existir es cargar horas al código “disponible”, o “a la espera de trabajo”. Significa sencillamente que uno no está haciendo nada y a la larga resulta una carga para la empresa. En fin, luego de estas tediosas explicaciones, que pueden servir para entender mejor lo que me ocurrió este lunes, saqué de mi archivo el formato cuadriculado de la rutinaria Hoja de Tiempo. Procedí a buscar mi agenda para corroborar en qué actividades había invertido mi tiempo. Parece mentira, que uno no se acuerde de lo que estuvo haciendo apenas hace una semana, pero siempre me ocurría lo mismo, tenía que apoyarme en la agenda para recordar mis actividades.

          Escribí mi nombre en la casilla correspondiente, código de empleado, fecha, período, y aquí, justo en este momento fue cuando se complicó esta historia. El período se refiere a la semana anterior, de lunes a domingo, pero esta vez el período estaba pre-establecido y la fecha que tenía me llenó de sorpresa primero; después sería terror. El período era exactamente desde el día de mi nacimiento, hasta el domingo pasado. Intenté borrar la fecha, obviamente se trataba de un error, una broma, tal vez una jugarreta de Recursos Humanos. Pero la fecha no se podía borrar. Intenté con el typex, y también fue inútil. Un escalofrío me recorrió. Tenía ante mis ojos la Hoja de Tiempo de toda mi vida y lo peor es que me sentí en la obligación de llenarla. Tenía que colocar en una hoja cuadriculada, en qué actividades había invertido mis horas, mis días, mis años, mi tiempo, mi existencia. Respiré hondo y me puse a recordar. En este momento se hizo el terror. Si me costaba recordar mis actividades de la semana pasada, la tarea de recrear toda una vida era prácticamente imposible. Comencé con los acontecimientos generales de los primeros años: muchas horas de jugar, cantidades de horas de estudio, hitos importantes como cumpleaños, primera comunión; más adelante matrimonio, maternidad, graduaciones; después separaciones, ausencias, presencias, pérdidas, adioses.  Me llegaron, como a todo el mundo, las horas de soledad, importantes e intensas siempre que no lleven a la desolación. Inexorablemente llegaron también las horas tristes, lágrimas, dolores, que se tradujeron más tarde en muchas horas de aprendizaje. Disfruté enormemente recordando y anotando las horas más divinas: horas de amor, de placer, de locuras y de ternuras.

          Me fui entusiasmando verdaderamente con lo que estaba haciendo, los recuerdos fluían de una manera sorprendente y maravillosa. Las horas divertidas, de risas, de canciones, de poemas, llenaron muchos espacios. Me desbordé y me sorprendí de que cupieran tantas cosas en una Hoja de Tiempo, parecía que las columnas se hubiesen multiplicado.

          Fue entonces cuando llegué a un punto muerto. Quedaban muchas columnas vacías, era precisamente el tiempo que pasó sin darme cuenta. Muchísimas horas, días, meses incluso, se me habían escapado en blanco, inertes. Horas suspendidas, que no sabía a qué código asociarlas, como cuando uno angustiosamente carga a la actividad más temible: “a la espera de trabajo”, en la hoja convencional de la empresa.

          Se me ocurrió inventar un código de ocio, pero las horas de ocio consciente y cultivado eran limitadas. Había un tiempo perdido, irremediablemente. No había descripción ni código alguno donde cargarlas, porque sencillamente no las recordaba.

          ¿Dónde estaba yo en esas horas vacías y asfixiantes? ¿Qué estaba haciendo, en qué pensaba? ¿Por qué las dejé escapar sin ni siquiera haberme percatado? Otra vez el pánico se fue adueñando de mí. Por primera vez tuve conciencia de que había dejado ir muchísimas horas de esas que en la empresa llamarían “improductivas”, pero son diferentes las horas improductivas para una empresa, a las perdidas en una vida; éstas son irrecuperables. No había trampa posible para rescatarlas, ni que viviera horas extras, en la vida no cabe el término de sobretiempo. Sencillamente, las horas perdidas descapitalizan una existencia y no hay forma de balancearlas.

          Intenté sobreponerme al impacto que significaba tener ante mis ojos una vida con huecos. Como soy de mente racional, busqué explicaciones para consolarme a mí misma. Si aplicaba una de ponderación, de pronto, los momentos intensos compensarían esas lagunas. Si hacía una distribución gaussiana, era lógico pensar que en toda una vida se produjesen picos y bajos. Pero ninguna explicación, en realidad, me reconfortaba. El hecho era que había tirado a la basura horas preciosas que ya jamás volverían.

          Busqué analogías con la empresa. Cuando estas cosas pasan en la compañía, se toman “acciones correctivas”. En este caso, estas acciones tendrían que aplicarse en el tiempo que me restaba por vivir.

          Solo había una manera de que mis horas futuras fueran plenas: viviéndolas a conciencia y no permitiendo dejar escapar ni tan solo una de esas que la empresa llamaría no facturables. El tiempo que a uno le es concedido en este planeta tiene que ser ciento por ciento reembolsable, pero no en dinero, más bien en satisfacciones, en conocimiento, en amor...

Como no está permitido dejar espacios en blanco en una Hoja de Tiempo, va en contra de todo procedimiento normalizado, tomé este tiempo vacío y las cargué, con gran pesar, a un enorme signo de interrogación.  Volví sobre las horas plenas, las que trascendieron, las que quedaron plasmadas nítidamente en la hoja cuadriculada, las que aún permanecen. Me sentí satisfecha de ellas. Firmé mi tiempo con la intención de proceder de inmediato a las “acciones correctivas”, la más importante de todas: VIVIR, porque, como diría mi padre: ...es más tarde de lo que imaginas...

sábado, 6 de marzo de 2021

LAS ZAPATILLAS ROJAS



Nunca hay que subestimar la vida terrenal y sus cotidianidades; las historias encubiertas habitan hasta en unos zapatos viejos.

Hace poco contraté un servicio profesional para lavar mis alfombras, escaleras, pasillo y cuartos. 

Las alfombras quedaron prístinas. No hay otro adjetivo para describirlas.

Tanto que no quiero pisarlas. Quisiera flotar sobre ellas.

Pero como eso no es posible, pues ahora, en la noche, cuando subo a retirarme a “mis habitaciones particulares” como solía decir mi mamá, me desprendo de mis “zapatillas rojas” y las dejo ahí, a un ladito de la escalera.

Esta imagen en sí misma, ya contaría una historia.

Y eso que mis “zapatillas rojas” no son siquiera cercanas a aquellas mágicas, del cuento de Hans Christian Anderson,("De røde Skoe")  que tuve que releer antes de escribir este post.   

Mis zapatillas rojas son unos mocasines, roñosos, gastados y divinos, que utilizo ahora más que nunca, por la pandemia, para estar en la casa.

Pero, confrontada con lo que antes se conocía como alfombras, ahora nubes, sólo mis pies descalzos, y eso porque no tengo más remedio, están autorizados para perturbar esa suave blancura.

Y aquí justamente comienza esta historia, la sensación de desprenderme cada noche, de mis zapatillas rojas, cansadas, gastadas, pesadas de realidad y dejarlas allí, como quien deja un lastre, para irme a dormir.

Todo el peso de lo terrenal queda, en su física y metafórica gravedad, al pie de la escalera. 

Y así, al terminar cada día, subo, efímera, leve, ingrávida, ligera, sobre la escalera de nubes que se curva, como atravesando otra dimensión al mundo de los sueños, las galaxias y estrellas.

Y llego a un lugar cálido y sedoso del cual estoy muy agradecida; el descanso, la paz, mi camita, una especie de bolsillo cósmico, donde siento la mano invisible de todos mis afectos arropándome. 

A veces me visitan en sueños.

Y bueno, después de Netflix, oraciones, agradecimientos, me duermo…

Sólo para comenzar otro día feliz y volver a mis zapatillas rojas. 

En el cuento de Hans Christian Anderson, las zapatillas rojas hacen que quien las lleve no pare de bailar.

Yo bailo, con mis zapatillas rojas o descalza.

Bailar, bailar, soñar acaso….


PD: En abril 17 de este año, llegaré a la venerable edad de 60 años. Me compraré unos zapatos rojos nuevos.  Por ahora, estoy haciendo un playlist de bailables, porque pienso bailar todo el día, sola o por zoom. Si alguien quiere agregar alguna canción bailable a mi lista, bienvenida, será una especial manera de acompañarme.

las de verdad jaja



miércoles, 3 de marzo de 2021

INDESTRUCTIBLE

Mi suegra de casi 95 años, mi hilo de plata, como la describo en mi libro (Hopecrumbs (1)), vive en una residencia de ancianos en Inglaterra, cerca de su familia.

Todos los domingos conversamos, nos reímos y nos mandamos mucho amor.

Nacida en la Alemania Oriental, cerca del Mar Báltico, sobreviviente de la guerra, post guerra, mudanzas, aprender idiomas foráneos, amores contrariados; después, el dolor más grande, la pérdida de un hijo y ahora para completar Covid.


Hace pocos días, cuando le pregunté que cómo estaba, me contestó con la palabra: indestructible.


Nos reímos las dos. Su sentido del humor sigue intacto.


Indestructible.


Y a su edad, se percibe esta palabra, no con arrogancia, sino todo lo contrario, con resignación. Como diciendo, ¿bueno y hasta cuándo?


Indestructible. Ciertamente su fuerza y espíritu lo son, a pesar del declinar del cuerpo.


Desde entonces me persigue esta palabra y así como Gitta me dice todos los domingos: “Count your blessings one by one and you will be surprised what the Lord has done”, pues para variar, en lugar de contar mis fragilidades, que son muchas y ya las he compartido hasta el cansancio, decidí contar mis “indestructibilidades”.


Esta es mi lista:


La dicha de amar.


La capacidad de sentir ternura.


La declaración de paz con mi circunstancia.


El espíritu de aventura.


La curiosidad (esa detective que habita en mi).


La poesía.


El silencio.


Los pequeños deleites.


Una copa de vino.


La soledad.


Los adioses.


Para concluir les dejo el retrato que le pinté a mi indestructible y bella suegra, como regalo para sus 90 años, que celebramos en grande en su casita de cuentos, en Oxton Village. 


También los recuerdos son:


Indestructibles.

 

 

Gitta

(1)     (1) Hopecrumbs.com