jueves, 20 de agosto de 2020

PUNTOS DE VISTA

Cometa Neowise. Foto tomada por mi hijo Santiago, aqui en Canada, Agosto 2020



 










“Cuando la noche es serena observo el cielo.

No deja de asombrarme cuantos puntos de vista hay ahí.”

Wislawa Szymborska



El Universo es enorme.

Sí, ya sé, descubrí el agua tibia.

Y la cita con que comienza esta entrega, me inspira a mirar, aparte de la noche serena, a ese otro Universo lleno de infinitos puntos de vista.

Nosotros.

Aquí, en el diminuto planeta Tierra.

Estrellas y galaxias de carne y hueso.

No Betelgeuse, ni Haley, ni Centauri, sino Juan, Pedro, Ana…

Sin brillo enceguecedor, sólo nuestro opaco abrigo de piel, pero con luz propia y, sobre todo, con puntos de vista.

Tantos como estrellas en el cielo.

Y ese trillado dicho de ponerse en los zapatos de los demás, consiste simplemente en comprender un poco el punto de vista del otro.

Es un ejercicio que hacemos a menudo en mis talleres de poesía.

Cambiar el punto de vista.

Ver y escribir las cosas desde el punto de vista de alguien o algo, que no somos.

Un animal, un árbol, cualquier objeto inanimado, un niño, un anciano.

Cómo se vería el mundo y cómo pensaríamos si fuésemos, una taza de café, una piedra, un ratón morado.

Es un buen ejercicio, pues a veces lo ajeno, nos resulta incomprensible.

Así también, como el Universo se transforma a cada instante, los puntos de vista se renuevan.

La maternidad cambia el punto de vista, para siempre.

La juventud, la vejez.

La pérdida, el duelo.

Es más fácil entender la vida desde el punto de vista de un ratón morado, que comprender el dolor del otro.

En fin, lo que quiero decir es que, es una buena práctica lo que hacemos en mi taller de poesía.

Cambiar el punto de vista.

Ver las cosas desde los ojos del otro, intentar meterse, por un instante al menos, en su piel.

Así como las estrellas de la noche serena tienen cada una su historia personal, sus años luz, sus protones y neutrones, hidrógeno, helio, su halo, pues nosotros, en nuestro modesto planeta, tenemos la nuestra.

Cada uno con su punto de vista y su luz propia.

Vale la pena agarrar el telescopio, cambiar las coordenadas y explorar…

 


sábado, 8 de agosto de 2020

ABUNDANCIA

 

En el jardín de la casa de mi mamá, en el maravilloso Valle de Caracas, había una mata de mango que cada año floreaba y se cimbraba de frutos. 

El jardín parecía una alfombra de mangos, verdes, rosados y amarillos.

Los loros y turpiales, nuestro pájaro nacional, venían a comer de ese manjar.

Mi mamá hacia jalea de mango, batido de mango,  “arroz con mango” (los venezolanos me entienden), cualquier cosa con mango, pero eran tantos, que ponía una caja al frente de la casa para que se los llevara algún alma necesitada.

Hoy comprendí que mi meta en la vida es ser una mata de mango, o de cualquier cosa, de esas que ofrecen su abundancia de tanta felicidad que atesoran, que les explota y que nada más quieren compartir.

Un árbol satisfecho y feliz, que sólo quiere ofrecer su plenitud a  otros.

Quisiera….

Pero a veces siento que esos golpes que Cesar Vallejo mencionaba en sus “Heraldos Negros”: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé!, me convierten a veces, en un árbol endeble, debilucho e incapaz de ofrecer gran cosa.

Recordando aquella humilde mata de mango, comprendo el sentido de la generosidad.

Esa raiz, músculo, que, en este mundo tan lleno de consumismo, de satisfacción inmediata, de espejismos, se atrofia y seca.

Mi árbol interior está en proceso de reconstrucción.

Por ahora observo, la naturaleza en su generosa entrega.

Las flores que imponen sus colores, que trepan, que no desmayan.

El río que corre, como el tiempo, sin ayer, mañana, ni hoy.

Y reflexiono en la sensación de mata de mango que quisiera tener y que a veces experimento, leve, como las madres, que cuando sus hijos comen, se sienten alimentadas....

Cuando escribo, o cuando vienen mis hijos y compartimos lo que haya. Otra enseñanza de mi querida mamá, que multiplicaba los panes cuando se presentaban sin aviso tantos comensales. “En esta casa se comparte lo que haya,” decía.  

Lecciones de abundancia, que me dejó mi mamá, mi tierra.

Mi mata de mango.

 

PD: Regreso al blog después de muchas semanas de pandemia. No por falta de ánimo, sino de computadora, se me dañó o mi laptop (ya resuelto el problema), y bueno muchos otros cambios en mi vida. Pero aquí estoy, buscando mi matica de mango, otra vez…