domingo, 28 de octubre de 2012

El Conde Rácula


Mi pobre hijo Santiago pasó toda su infancia con un solo disfraz de  Halloween (costumbre importada y nada venezolana, pero que celebraban en su colegio), el cual consistía en una capa ropa, que salió de una gaveta polvorienta de casa de la abuela (en las casas de las abuelas se consigue de todo), unos colmillos de plástico, un poco de maquillaje blanco para que se viera pálido y gomina con la carrera por el medio.

El resultado era el aterrador mini Conde Drácula. 

Cuando le preguntaban a Santiago, el niño más dulce del mundo, el príncipe, como lo llamaba mi papa; mi Pequeño Príncipe de Pestañas Largas (una historia que le escribí cuando tenía dos años y veré si rescato); bien, cuando le preguntaban,  de qué era su disfraz (así de poco obvio era, por lo improvisado), él respondía orgulloso: de Rácula.

Este disfraz se repetía año tras año, desde pre kínder hasta quien sabe que grado.

Hubo una excepción,  y fue una Noche de Brujas en que, la capa roja desapareció (o la desaparecieron) y a ultima hora le pinté a mano  un esqueleto, sobre un leotard o mono (como decimos en Venezuela) negro. Aquel era un esqueleto muy desarticulado y chistoso, como si bailara un mambo, que contrastaba con los disfraces costosos de sus compañeros. En esos tiempos, la austeridad era la regla.

MI hija, que era una bochinchera impenitente, siempre conseguía una ``chiva``, como decimos nosotros, es decir un disfraz prestado de alguna de sus primitas.

Siempre recuerdo, en su primer examen de aquellos  tiernos años, cuando la busqué al colegio, se dio esta conversación:

-      Hola Nene, cómo te fue en el examen..

-      Bien… pero, mami, que es lo que se celebra el 12 de Octubre.

-      El día de la Raza – dije impaciente porque esta lección ya la habíamos aprendido hacia pocos días.

-      Aaaay… yo puse Halloween.

Risas!  

Las mismas que una vez me atacaron cuando, ante los malos resultados en la boleta, su papa indignado le preguntó qué haría para mejorar las notas y ella dijo tranquilamente:

-      Copiarme…

Mis hijos me sobrevivieron  a mí como mama, no sé como lo logramos, pues pasamos las duras y las maduras, pero fuimos y seguimos siendo un gran equipo.  Incluyo a Magaly, (la nanny), compañera de todas mis batallas, otra guerrera más, hoy en día con sus dos bellezas de hijos.

En estos días previos a la Noche de Brujas, mi momento mágico es recordar estas pequeñas anécdotas.

Santiago, mi pequeño Conde Rácula de pestañas largas y mi hija, La Nene, más astuta que Tío Conejo.

La verdad que mis ``niños`` son el mejor magic moment que me ha salido en la vida.
Como no tengo fotos de Halloween de ellos, no sé en cual de mis mudanzas las habré dejado en tiempos sin cámaras digitales, les regalo esta.

miércoles, 24 de octubre de 2012

CONTICINIO


A veces siento en el alma un Conticinio.

El Conticinio es el momento más callado de la noche.

Una pausa gentil
Solemne
Un nudo en la garganta del tiempo

Un despertar sin voz
Un golpe súbito de ausencia

Y es que he sentido unos cuantos Conticinios últimamente.

Por mi país maltratado
El abrazo perdido
Un brindis resquebrajado
Aniversarios tristes
Amigos que se alejan
Despedidas triviales
Que pueden ser eternas
El Conticinio es un sollozo  mudo
Un paréntesis
Un silencio mojado
Una burbuja
de ternuras y penas


Uff, disculpen, tenia que sacarme unos cuantos silencios del cuerpo. Y eso que apenas regreso de un lugar de árboles bellos.




Pero el Conticinio  también es un vals venezolano de Laudelino Mejías , bellísimo, que mi cuñado interpretó para mí, en  la dulzura de su Pleyel, cuando estuve en Caracas.


 Y lo canté, (saco las letras de mi memoria reptil)
No existe un rumor… y bailé sola.. es grato el soñar…y di vueltas y vueltas al tempo de un, dos, tres,… teniendo un amor… un , dos , tres…(bis)...y  a nadie le extrañaba… sabiéndolo amar…todos continuaban con su rutina… ( bis).. conversando de politica...la dulce ilusion...… preparando el almuerzo .. que diste a mi ser... asado negro con su puntico de papelon...trocó mi dolor... y torta de plátano... en arrullos del querer...

Y es que, el Conticinio, la hora más callada de la noche es también un momento de intenso resplandor, de fugaz  lucidez,  de máxima locura.

Perdónenme esta.

sábado, 13 de octubre de 2012

EL ÚLTIMO CAFÉ


Me sucedieron cosas muy importantes en Caracas, pero creo, que la más trascendental fue el último café en mi casa de Altamira.

El hogar de mis padres, el mio, el que se muda con uno, a donde uno vaya.

Sucedió el domingo pasado, el día de las votaciones, un día que no quiero recordar y que por la misma razón estratégica, jamás  olvidaré: 7 de Octubre de 2012.

 Así funciona la memoria, se tiene cuando uno no la necesita.

Hice mi cola, voté con alegría (la tristeza vendría después, demoledora) y dejé a mi sobrina Emily en la larga fila.  

La casa de mis padres queda frente al colegio María Auxiliadora, mi centro de votación, así que crucé la calle, abrí la reja semi-automática (así la llama mi hermano, pues después de darle al control, hay que darle un empujoncito para que termine de abrir, parte del encanto) y entré a la casona vacía.

Deambulé por sus cuartos y pasillos, sabiendo que seria la última vez.  

La casa está vendida.

Recorrí  el jardín entre mangos, cambures  y riqui riquies.
Conozco de memoria cada arbusto, cada piedra, cada rincón de ese patio.

La grama esta descuidada, mi mama se enfadaría.

Entonces sonó el timbre. Una amiga, que supo que estaba allí, pasó a saludarme.

Le ofrecí un café. Fue la elegida para acompañarme en mi despedida. Imelda (Chicha) es pura belleza y bondad.

Sin titubear, entre los cacharros viejos, encontré la greca destartalada y colé  un café de verdad.

Nos sentamos en la cocina, esta vez sin canario, Pavarotti lo llamaban, porque cantaba un do de pecho cristalino y obsesivo. Eso cuando la casa era alegre.

Nos despedimos, Chicha estaba trabajando en una mesa de votación.

Me terminé el café acostada en la cama de mi mama.

Esa que arropa y cura todas las penas del mundo.

Fui a la biblioteca y saqué varios libros viejos. Los puse en una bolsa llena de alergias, telarañas, mariposas muertas y nostalgias. Azul de Amado Nervo. Mi papa lo nombraba mucho.

Hice mi correspondiente donación de sangre.  La transfusión de sangre que le hacen a uno los zancudos es parte del encanto de la casa húmeda y selvática.

Entonces, sonó el timbre otra vez.

Le abrí a mi sobrina y a la realidad.

Tomé mi bolsa llena de libros arqueológicos, escombros del pasado, de mi memoria feliz.

Salimos. Tras nosotros se cerró la reja azul, semi-automatica.
Fin.

Atrás quedó la casa solariega, la que lleva la silueta del Ávila pegada en su piel, igual que yo.

Mi casa de Altamira, mi hogar.  
El que se instala conmigo  bajo cualquier cielo en donde me toque vivir.
Adios.

¿QUIEN SOY YO?


Eso se preguntaba, angustiosa y místicamente,  la Madre Superiora de mi colegio, allá en Cerro Verde, en nuestras clases semanales  de religión.
 
Siempre me intrigó el drama y misterio que le ponía a la pregunta.

Entonces, una vocecita traviesa, con una disimulada risita, saltaba anónima desde el salón de clase y susurraba: La Madre Carmelita, ji ji ji!

Me acuerdo que la Madre se pasaba la hora de religión entera con los ojos cerrados, cosa que nosotras aprovechábamos para hacer cualquier otra cosa.

Yo por ejemplo, miraba por la ventana y me fugaba.

Ahora, no sé por qué, en estos días raros, regresando de un lugar raro que se llama Venezuela, lleno de gente rara, donde se respira aire raro, y donde deciden cosas muy raras,  un país intrinsicamente raro pues, para no entrar en detalles, me consigo en Facebook con las fotografías de mis compañeras de colegio celebrando 34 años de graduadas, en un crucero por el Mediterráneo.

Bellas, contentas, ensombreradas, fabulosas en el inefable encanto de la madurez. A mi todas me parecen adolescentes, así las veo y eso nunca cambiará.
 Dios mío: ¿34 años pasaron ya?

Entonces me ha dado por hacerme la pregunta que se hacia la Madre Carmelita en nuestras clases de religión:

¿Quién soy yo?  

 Y cuando intento contestarme, meterme en las minuciosidades del tiempo, en lo que he hecho y he dejado de hacer, en dónde estoy y como llegué aquí,  en con quien o con quien no estoy, en  por qué y para qué, y que si esto o lo de más allá,  el pato y la guacharaca, y todas esas preguntas existenciales que lo atormentan a uno inútilmente a cierta edad.

Cuando me increpo ¿Cual será mi mision intrínseca? ¿mi estampa? ¿mi huella en este mundo? ¿mi sello personal en el planeta? …me pierdo… y que más da.

Entonces me da un ataque de risa, y allí estoy, sentada en la clase de religión,  mirando por la ventana, pensando en el recreo.

La verdad no he cambiado mucho, y a estas alturas no le he encontrado respuesta a aquella pregunta fundamental.

Francamente, en estos momentos enrarecidos, no se si me interesa saber quien rayos seré yo, prefiero seguir fugándome, dejándome sorprender por los milagros que, sencillamente suceden todo el tiempo, tan solo asi… mirando por la ventana.