martes, 29 de mayo de 2012

POSTRES Y DECISIONES


El domingo pasado  mi esposo y yo fuimos a un restaurant de mariscos.
Yo dije en tono decidido: comamos todo lo que queramos menos postre. Y dicho esto, hice una disertación de que no valía la pena comerse esos postres gigantes que sirven aquí,  que las tortas de restaurant eran unas bombas calóricas y en verdad, no son tan buenas así, que se ven mejor en las fotos de lo que son. Mi esposo dijo, yes dear  y  aceptó el trato.  Él, como buen “borracho” que se precie, no come dulce, como decimos en Venezuela.

Será porque vamos poco a restaurantes aquí en Canadá, que ese día nos volvimos locos. En Caracas, no perdonábamos ningún fin de semana, y comíamos fuera de viernes a domingo. Aquí en Calgary, justamente por el  “no drink and driving”, la pereza de manejar, pues la verdad preferimos quedarnos en casita tranquilamente.  Pero,  cuando vamos a comer, pues nos concedemos casi todas las indulgencias.

Así fue, nos comimos toda la bandeja de pan y pedimos otra. De entrada, hongos rellenos de cangrejo; de  plato principal, cola de langosta, con camarones rebozados en coco,  acompañados de pasta con camarones y salmón, todo esto acompañado con ensalada de la casa. Como el plan era no comer dulce, pues, la verdad no me sentía tan culpable.  Además de que por fin, una comida preparada por otra persona que no sea yo. Todo sabe mejor si lo cocina otra gente.

Cuando nos retiraron el servicio, nos dieron los bol para limpiarnos las manos, etc, y la mesera nos preguntó si queríamos postre. Mi esposo, como sabía  de nuestro pacto, o mas bien, mi decisión  unilateral, pues ya estaba diciendo: No thank you.., cuando lo interrumpí diciendo como si nada: Please, I would like an Apple Crumble a la Mode.

Mi esposo se quedó de una pieza y cuando la mesera se retiró me dijo cínicamente: Once you make up your mind,  you really don’t know what you will do next, do you dear? O en otra palabras, después que tomas una decisión, nadie sabe lo que vas a hacer, querida.

Y yo le dije: Meen, es que a mi me gusta vivir mi vida espontáneamente. 

Cosa que es absolutamente cierta, por eso no hago listas, ni planes a muy largo plazo, prefiero dejar que la vida se planifique sola y dejar espacio para la magia.

Nos reímos.

Todo esto viene a cuento porque esta semana estamos confrontando una muy delicada decisión. Ya está tomada. Me aterroriza porque es lo que se llama un sistema frágil,  como los cohetes que mandan a la luna, las posibilidades de que algo salga mal son mínimas, pero si algo sale mal, las consecuencias son catastróficas. Espero que salga todo perfecto porque se trata de la salud.

Me trajeron mi Apple Crumble a la Mode,  y a él su Spiral Chocolate Cheese Cake (no se iba a quedar atrás)

Ojalá que la vida fuera tan fácil como decidir entre comer postre o no. Pero, no es así.

Nos miramos a los ojos, por un momento olvidé el susto que tengo dentro y devoramos nuestros dulces con fe, complicidad  y devoción.

jueves, 24 de mayo de 2012

CONVERSACION MUDA


El mundo está sediento de consuelo, de caricias, de bondad. Tuve la suerte de presenciar, hace poco, un momento que recogió todo eso. Fue un instante de infinita dulzura, un regalo para mis ojos, un cariño para mi espíritu, y a la vez , un gran aprendizaje.

La magia tiene maneras muy raras de producirse, pues lo más paradójico, es que este momento angélico, me sucedió en el lugar más superficial del mundo: la peluquería.

Allí estaba yo, en mi sillón, esperando los cuarenta y cinco minutos del tinte, con una bata de plástico negro, con papeles de aluminio retorciéndose sobre mi cabeza y un cintillo de pintura negra en la frente. En fin, la propia bruja Escandulfa.

La peluquera peinaba  a una señora que había venido con su mama, su bebe de tres meses, que estaban esperando en una salita aparte y una muchacha, que estaba sentadita muy tranquila al lado de la señora,  sin decir nada.  Creo que escuché que se llamaba Karen.

Yo  leía mi libro despreocupadamente, con mi facha  de extraterrestre, mirando el reloj impacientemente cada dos minutos.

De pronto se escuchó llorar al bebe en la salita contigua. La mama no lo escuchó, por el ruido del secador y las tapa-orejas que le ponen a uno para no quemarse. Pero Karen sí, e inmediatamente se levantó. 

Al rato regresó, se sentó en su silla, y noté que algo le pasaba. Se tapó el rostro con las manos y, sin ton ni son, empezó a llorar, como si hubiese pasado una tragedia. Karen lloraba desconsoladamente.

Yo no entendía nada. Los secadores se apagaron, y la señora, que creo que era su hermana, le preguntaba angustiada, pero con un tono muy dulce, ¿qué te pasa Karen? ¿por qué lloras?

Karen murmuró algo que no entendí,  la señora sonrió amorosamente, y le susurró algo más, que tampoco entendí.  Yo impertérrita, presenciando una conversación muda, totalmente hecha de caricias y sonrisas.

De pronto Karen dejó de llorar, tan súbitamente como había comenzado, como si el amor cerrara el grifo. Abrazó a su hermana por la cintura mientras ella le acariciaba el pelo y en eso, por primera vez pude ver su rostro. Karen era una niña especial, o excepcional, o con síndrome de Down. No sé cual es la forma más correcta de decirlo, pido disculpas por eso. Yo solamente sé que Karen era un manojo de emociones en una sonrisa de niña.   También solamente sé que su hermana, la trató con tanta dulzura, le habló con tanto cariño, la acarició con tanta delicadeza, que su consuelo fue instantáneo.

Karen se quedó tranquilita en su silla como si nada hubiera pasado.
Yo boquiabierta, con miles de sensaciones circulando por mi cabeza, debajo del enjambre de papel de aluminio y la especie de bolsa negra que me cubría. Sensaciones indefinibles,  sólo estoy segura de que ninguna era lástima. Acababa de ser testigo de la pureza de un alma. Con razón en algunas culturas, los niños especiales, permítanme llamarlos así,  son los preferidos de los Dioses.

El chirrido del reloj señalando que ya habían pasado los cuarenta y cinco minutos, me sacó de mi ensoñación.

Mientras me lavaban el pelo, me puse a pensar, justamente lo que dije al principio. Todos estamos, de alguna manera ávidos de consuelo y lo que presencié hoy, fue una prueba  de que el cariño sincero siempre funciona. También aprendí que Karen y quienes que son como ella,  son almas sensibles, puras y delicadas, verdaderamente, muy especiales.
Salí de la peluquería, con reflejos, sin canas y con corte de pelo, pero, tras presenciar este sencillo acto de consuelo, creo que más bien quedé un  poco embellecida por dentro.

sábado, 19 de mayo de 2012

UN RARO DON


Mi mama decía que le gustaba más celebrar las graduaciones que los matrimonios, porque las graduaciones, decía, “son para siempre”, mientras que los matrimonios, “no se sabe”. Una frase que no encajaba bien en los labios de una dulce abuelita, pero mi mama tenía su muy particular y silvestre sabiduría.

Volviendo a las graduaciones, creo que, no puedo dejar de comentar mi momento mágico de esta semana: la graduación de mi hija.

Es la primera graduación a la cual asisto, aquí en Canadá. Emocionada, orgullosa y con una felicidad indescriptible,  me esperaba un acto solemne, pero simple, práctico y “to the point”, como suelen ser las cosas aquí en Canadá.

Gratamente, me equivoqué. Me olvidé del detalle que estos muchachos que egresaban del Alberta College of Art and Design (ACAD) después de cuatro años de duro trabajo y me consta, son: artistas, escultores, pintores, diseñadores, artistas del vidrio, de las fibras, joyeros, ilustradores, creadores, igual que sus profesores, Doctores en  Bellas Artes, o  Fine Arts. Así que, la ceremonia del grado fue todo, menos convencional.

No voy a describirla en detalle, solamente un resumen ejecutivo, para no abusar.

Al comenzar la ceremonia, nos invitaron a todos a pararnos, y el sonido de tambores africanos, tres percusionistas en vivo,  inundó la majestuosa sala del Jubileé Auditorium. Los rectores, decanos y profesores, ataviados con togas adornadas con listones y chales, creados por los artistas de la fibra, en procesión,  fueron tomando sus lugares en la tarima, al ritmo de la percusión, igual que los graduandos y todo el auditorio que aplaudía.  

Se hizo la magia. Los tambores, igual que las campanas, limpian el espíritu, son sanadores y borran cualquier vestigio de rigidez, superficialidad y malas energías. Lo que queda en el aire es fresco, como si uno volviera a sus orígenes. Todo el lugar se dejó llenar con la estela creativa de estos doscientos jóvenes, dotados de ese raro don que van a ofrecerle al mundo, el arte.

Después, vinieron palabras, importantes, honestas y sentidas, sobre el proceso creativo; ese diálogo con uno mismo, donde uno busca incansablemente, a veces, peligrosamente; toma decisiones íntimas, profundas; explora por dentro y por fuera; se sorprende, se cuestiona; medita sobre la vida, sobre la muerte;  se rinde, y vuelve, siempre vuelve; a los extremos, hasta que conquista y surge. Por eso es que el arte es sencillamente, vida.

El climax del acto fue cuando le tocó el turno a uno de los profesores para decir su discurso. Lo presentaron, después de leer su impresionante curriculum y éste se acercó al podium.  De pronto, lo insólito. El profesor se quitó la toga, se despojó la camisa; de un bolsito, sacó una especie de guayuco o taparrabo, se lo puso. Se quitó los pantalones, se puso un collar indígena y unos mocasines. Se hizo una cola de caballo y dijo unas palabras en su lengua aborigen de Canadá.  El profesor es de origen nativo, lo que llaman aquí “First Nations”. Su homenaje fue un poderoso acto simbólico para decir: este es, verdaderamente, quien soy yo. No olviden nunca quienes son ustedes realmente. Su discurso duró menos de un minuto, y nunca he escuchado a nadie expresarse más elocuentemente. Después, con  una solemnidad extrema, se colocó la toga de profesor nuevamente, lo aplaudieron a rabiar y volvió a tomar su lugar en el estrado.

Bueno, pero al final de todo este emotivo acto, desbordante de honestidad, pues el arte no se puede fingir,  para mí lo más bonito, fue escuchar el nombre de mi hija, verla caminar, mas bien flotar, en cámara lenta, recibir su diploma, estrechar las manos de las autoridades de la universidad, fundirse en calurosos abrazos con sus profesores y salir de allí, bella y dispuesta a entregarle al mundo, ese raro don, el arte. Dispuesta a volar.

Así dijo el profesor en su idioma nativo: 

Go out there and fly…

Que así sea.


jueves, 10 de mayo de 2012

COLLAGE DE BESOS




Esta semana tuve dos grandes picaduras de momentos mágicos: faros y besos. De resto me pasé toda la semana buscando objetos perdidos,  días misteriosos  en que se pierden las llaves, los zarcillos, las medias, los documentos, en fin, será la superluna.

El primer pinchazo fue por una entrevista, que leí en el periódico, de un señor que es el custodio de un faro muy famoso que hay aquí en Canadá, la cual me dejó soñando con tener un trabajo como ese. Y es que la poética del faro es tan vasta como el océano.
[magritte+el+beso.jpg]La segunda picadura fue la de los besos. Quizás el aguijonazo se produjo después de leer  a un poeta, que a veces visito en la blogosfera, y que va por la vida ligero de equipaje, como diría Antonio Machado, pero no ligero de besos, pues tiene un repertorio enorme, siempre muy poéticos y caballerosos.   
Me bastó estar inoculada de besos para olvidar los tontos objetos perdidos y dedicarme simplemente a buscar todos los besos del mundo. He aquí el collage de besos que conseguí esta semana y la importante conclusión a la que llegué antes de dormir.
De mi ecléctico ipod, surgió la mitad del concierto de Brandenburgo, un aguinaldo andino y un pasodoble: El Beso, por la Billo. http://www.youtube.com/watch?v=2qMyyMelqGo
En ese momento casi que me salió un toro dentro el carro y bailé magistralmente con mi pareja imaginaria, en medio de las praderas canadienses, camino a la oficina.
Regresé a uno de los besos literarios más inolvidables, el que describe Octavio Paz en la Piedra del Sol…si dos se besan el mundo cambia… y buscando ese extracto me volví a leer todo el poema, un bocado irresistible.
[el+beso+de+GUSTAV+KLIMT.jpg]Y ya dejé de preocuparme en buscar mis objetos perdidos para ir a la caza de más besos. Total, que más da un papel o una media perdida cuando uno está  ávido de besos. Y claro, abrí el libro de Klimt, un beso dorado que tuve la dicha de ver en persona en Viena. Después me metí en internet a investigar sobre los besos en el arte y me encontré con besos exquisitos, de Munch, de Magritte, de Schiele, de Lautrec, de Blake, besos gloriosos.
Y como siempre ocurre, que buscando una cosa aparecen otras, pues resulta que tanteando besos entre los libros y archivos, apareció el papel importantísimo que necesitaba.
Feliz con mi documento y todos esos besos, me fui a la cama, y le di un good night kiss radiante,  a mi querido esposo. Me reí porque, en esta semana besosa, recordé una cita que apareció en twitter, “no quiero un beso de buenas noche, sino una noche de buenos besos”. Me hizo gracia, pero ya era tarde y estaba muy cansada para ahondar en el tema.

[casi+de+munch+cupido.jpg] Munch     [beso-cana+de+LAUTREC.jpg] Lautrec
Ya envuelta en mi acogedora camita, me puse a reflexionar sobre los besos, los faros, y los objetos perdidos.
Sigo pensando que mi trabajo ideal seria prender y apagar las luces de un faro todos los días, pero por ahora me conformaría con apagar la luz de mi mesa de noche, a lo mejor hay una relación simbólica oculta allí.
Agradecida por la aparición del papel tan buscado, de pronto  me llegó una importante revelación. 
Los objetos perdidos no importan tanto, algún día aparecen, pero el beso que no damos hoy, ese sí se perdió para siempre.
Apagué la luz de mi faro, reconsiderando mi cansancio, y me lancé al vacío infinito del beso de la noche.

[blake.jpg] William Blake
Pasodoble : el beso

martes, 1 de mayo de 2012

SOLLOZOS Y CHISMES


El otro día me dio una lloradera y se me quedó un sollozo por dentro. De vez en cuando me sucede. No es tristeza, ni alegría. No es distancia, ni es cercanía. No es soledad, ni compañía. Es todo eso y  no es nada, a la vez.

No me preocupo mucho, es una reacción hidráulica-emotiva-hormonal, que limpia y libera, y casi instantáneamente vuelvo a las ensoñaciones, que es mi estado natural. No sé si es un signo de salud mental o todo lo contrario.

Pero esta vez, repito, se me quedó atragantado un sollozo y estuve varios días, con este reflejo involuntario  súbito, hondo e inesperado, que deja una especie de sobresalto en el pecho.

Mis días continuaron con esta crisis de sollozo, como si fuera un hipo pernicioso, hasta que me inventé mi propia terapia.

Así como dicen que para atacar el hipo uno necesita un susto, o tomar agua al revés, o aguantar la respiración, pues decidí que para liberarse de un sollozo obstinado, hay que convertirlo en suspiro. 

Y para convertir un sollozo en suspiro hace falta encontrar un momento de ternura.

Creo que los momentos de verdadera ternura son escasos, porque el mundo está edulcorado, sobresaturado de lugares comunes, frases hechas y sentimentalismos de los cuales, por supuesto, yo no escapo.

Así que me puse a la caza de un verdadero momento de ternura. Sin éxito, por supuesto.

Hasta que no tuve más remedio que comentarle a mi esposo sobre este sollozo que tenia entre pecho y espalda.

Su primera reacción, preocupado fue, What can I do? Yo le dije, nothing really, sin entrar en detalles.

Entonces me sirvió un trago,  me trajo el periódico, y me preguntó que si quería ir a España de vacaciones, o a Rusia, cualquier cosa para contentarme. Pero el sollozo seguía allí.

Al rato,  mi esposo me dijo I have a chisme. Mi esposo es el hombre más discreto del mundo. Considerando que trabajamos juntos, tiene que ser así, la verdad, pero yo me muero de la curiosidad y él nunca suelta prenda.  Me la paso preguntándole, what’s new? y  siempre dice, nothing new.

Esta vez me deleitó con un chisme fresco.  El chisme, leía hace poco, es el origen de toda la literatura.  Confieso que el chisme captó mi atención absoluta y lo escuché, fascinada, por un rato. 

Después le dije, pero why didn’t you tell me this before? Así de bueno era el chisme.

Y me contestó, I just wanted to cheer you up.

Esto me pareció lo más tierno del mundo.

Le di un beso, agradecida, y en ese momento, solté un suspiro gigante, como si se desinflara una pena.

Así, con un genuino acto de ternura, me liberé del antipático sollozo.