martes, 29 de agosto de 2023

MERMELADA MÁGICA

 


 

Destapé el frasco de mermelada de naranja dispuesta a disfrutarla con las tostadas de mi desayuno.


Entonces, un pensamiento peregrino voló por mi cabeza.


Aquel misterioso diálogo entre Alicia y la Reina, en el clásico de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.

-      Es una mermelada muy buena. – dijo la Reina.

-      Bueno de todos modos no me apetece. – dijo Alicia.

-      Hoy no la tendrías, aunque quisieras. – dijo la Reina – La regla es: mermelada ayer, mermelada mañana... pero no hoy.

Confundida, miré de nuevo mi reluciente frasco y me poseyó una duda existencial, como si hubiese tropezado en la misma la madriguera donde se cayó Alicia.

-      ¿Será que “hoy” a mí tampoco me apetece desayunar con mermelada?

Cerré el frasco y decidí tomarme mi café con un pedazo de torta de zanahoria mientras desempolvaba de mi biblioteca las obras completas de Lewis Carroll.

Fue un desayuno inusualmente estimulante y substancioso, debo decir.


Pasé el día flotando entre espejos, conejos, gato Cheshire, Reina de corazones, langostas, orugas, tortugas, “mad tea parties”.


Cayó la tarde dejando en el cielo, nubes con formas de leones y unicornios.


El momento perfecto para el “sundowner”, el trago de cuando cae el sol.


Busqué la botella de vino, y cuando la destapé, otra vez, el ave fugaz de la mermelada imposible cruzó por mi cabeza.


Esta vez, decidí combatir esa amenaza de promesa incumplida de, “hoy no, mañana…”, con algo con lo cual nos educan al nacer. Aquella máxima de, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.


Me serví mi copa de vino blanco con la sensación de promesa honrada.


En esta casa la regla es: se toma hoy; no ayer, ni mañana.


El primer sorbo me supo a presente glorioso, aquí en Canadá, mi país de las maravillas.


“Mañana”, que ya será “hoy” y no “ayer”, desayunaré tostadas con mantequilla y mermelada mágica.


Por ahora ¡Salud!

viernes, 18 de agosto de 2023

RELOJES VIEJOS

 



 

En el fondo de una caja polvorienta aparecieron cuatro relojes viejos.


Cada uno con el tiempo detenido en una hora diferente.

Este detalle de las horas suspendidas a su antojo me produjo un pequeño estremecimiento.


En fin, sin darle más terreno a mi imaginación, me los probé de nuevo, todos muy bellos, así que decidí que, al día siguiente los llevaría a cambiarles la batería para poder lucirlos otra vez.


Esa noche dormí plácidamente.


Al día siguiente desperté con una sonrisa y con el aroma de un humeante y oloroso café reposando sobre mi mesa de noche.


Me extrañé un poco, pero en ese estado entre sueño y vigilia, me dejé llevar por esa sensación de plenitud.


Me levanté y cuando me miré al espejo casi me da un infarto. Era yo, sí, pero veinte años más joven.


Estoy soñando, me dije decepcionada y me regresé a la cama.


Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tenía uno de los relojes con la hora detenida, en mi muñeca. Me había olvidado de quitármelo al irme a dormir.


Era obvio, el reloj antiguo había actuado como una máquina del tiempo de pulsera (así de fértil es mi imaginación)

Me entregué a ese regalo del tiempo, de juventud y bebí de aquella vaporosa taza de café humeante de recuerdos.


Más tarde, me arreglé y fui a la relojería a cambiar las baterías de mis relojes viejos.


A la media hora me los devolvieron, brillantes y ajustados todos a la hora local, 11:01am del día 9 de agosto de 2023.


Decidí ponérmelos todos a la vez, dos en cada muñeca.


Con mis “aquí y ahora” realineados, me apresuré a casa dispuesta a recibir los regalos del día.


Al final, como dijo el gran poeta persa Omar Khayyam:


“… es más tarde de lo que imaginas…”

domingo, 13 de agosto de 2023

MEMORIA TÁCTIL

 


 

Cerré los ojos y dejé que los recuerdos acudieran a la punta de mis dedos.


Por primera vez en muchos años, me di permiso para abrir una compuerta que había estado firmemente cerrada.


La de la música.


No sé de donde surgió esa inspiración, quizás del viento, del río, del cielo.


Fue como si un torrente de agua se soltara, súbitamente, sobre un cauce silencioso, árido y desierto.


Mis manos comenzaron a moverse, recordando caricias, recorriendo caminos de marfil y ébano, bailando al ritmo de mi propia magia.


Los años más felices de mi vida regresaron en maravillosas danzas y contradanzas, valses, dulzuras, seis por ochos.

Dicen que la alegría recordada, no alegra.  A veces todo lo contrario y lo certifico realmente, pero esta vez me sentí autorizada para llenarme de nuevo con la alegría de mi música.


Podría decirse que fue un instante de éxtasis, hasta que ese insecto que se llama conciencia, en forma de distracción, me trajo a la realidad.


Trastabillé.


Mis manos se quedaron congeladas en un fa sostenido y un mi bemol.


Aquel chorro melódico que brotaba al son de un “Cierto Curita” (*), proveniente de mi memoria reptil, cesó.


Si mi amigo Francisco hubiese estado aquí, hubiese citado a nuestro gran Aquiles Nazoa diciendo con sorna: “Niñita tocando piano, o quien fuera sordo.”


Pero lo importante es mi nueva intención. Este renovado entusiasmo que siento de recuperar mi piano. La música venezolana que mi bella profesora Marilú, me enseñó durante años, aquellas Mañanitas Caraqueñas, en mi casa frente al Ávila.


Ella logró lo imposible; que mi esposo, mi muy flemático caballero británico, todo un Englishman, disfrutara de un cigarrillo tarareando un joropo, el “Jarro Mocho”, para ser precisa.


Mi memoria en general es pésima, pero mi memoria táctil está intacta.


Sus manos. La música venezolana. Mi piano.


Melodías que, como aves del tiempo, regresan, esta vez para alegrar.

 

“Tus manos son mi caricia,

mis acordes cotidianos...”

Te Quiero, Mario Benedetti

 

(*) Valse Aragüeno de finales del siglo XIX

 

martes, 1 de agosto de 2023

PENSAMIENTOS

 



 

Acepté la misión de muy buen agrado, sin saber exactamente de qué se trataba.


Era una pequeñísima manera de retribuir todo lo que esta buena amiga hace por mí.


Hoy en día la gente tiene mascotas muy raras, lagartijas, arañas y hasta culebras, pero tengo bastante experiencia cuidando niños, perros y afines, así que pensé que su encargo no sería problema.


Me equivoqué.


Mi amiga me dejó anotadas las instrucciones con detalles. Horarios de comida y bebida que, dependiendo del estado del tiempo, podían variar.


Cuando las conocí me quedé maravillada por la delicadeza y casi fragilidad de su belleza.


Pero, sobre todo, aunque mudas y quietas, estaban vivas.

Y así mismo tendría que devolverlas.

Cada mañana, abría la reja de su jardín y con nerviosismo, me fijaba en todos los rincones posibles donde habitaban, hablándoles o más bien rogándoles:

-      ¡Por favor no se mueran!

Y es que no tengo idea si, en mi afán de calmar su hambre y sed, las ahogo o las enveneno.

Cada mañana, despertaba con una pequeña angustia.

-      ¿Seguirán vivas?

Al final decidí relajarme, creo que mi falta de confianza las estaba poniendo nerviosas. Decidí conversar con ellas, cantarles y deleitarme con su maravillosos colores y compañía. Hasta me aprendí sus nombres.

Lirios anaranjados, girasoles incandescentes, hortensias azules, dalias pálidas, peonias rosadas, pensamientos morados y amarillos.


Me sobrevivieron.


Mi amiga regresó de su viaje y me llamó a decirme que sus flores estaban más bellas que nunca.


Respiré aliviada. Me recompensó con una botella de vino.


Sin tiempo que perder, procedí a bebérmelo.


Esta vez sentí que regaba mis propias flores, mis pensamientos, con agua de poesía.

 

“Con la libertad, las flores y la luna,

¿quién no sería perfectamente feliz?”

Oscar Wilde