lunes, 22 de abril de 2024

DETECTIVE

 


Es otra de mis vocaciones frustradas.

Siempre quise ser detective.


Quizás fue la influencia de los libros que devoraba en el autobús del colegio desde muy pequeña, las novelas de Enid Blyton, escritora inglesa, “Los Siete Secretos” y “Los Famosos Cinco”, un club de niños que resolvían misterios y vivían toda clase de aventuras.


Después seguí con Agatha Christie y ya más adulta, con Sir Arthur Conan Doyle, creador del más famoso detective de la historia, Sherlock Holmes.


Hoy en día, me encantan las series policiales, sobre todo las británicas.


En Venezuela no es tan fácil estudiar para detective, así que la vida me llevó a la ingeniería civil, mi mayor misterio, pues si tuviera que diseñar una choza hoy en día, se caería en un segundo.


Pero esta larga explicación es para contarles que mi frustrada vocación ha regresado con ímpetu.


Más que un trabajo, es un “hobby”, una distracción, en todo el sentido de la palabra.


Todos los días de mi vida confronto situaciones enigmáticas, en las cuales debo abrir una investigación.


Tengo que concentrar toda mi atención, analizar la evidencia, atar cabos.


Yo soñaba, en mi juventud, con resolver un gran robo, descubrir a un asesino en serie, pero no, mis misterios cotidianos son de menor escala, pero no menos complicados.


¿Dónde dejé los anteojos?


¿Qué vine a hacer a la cocina?


¿Cómo es que se llama ese señor que me saludó con tanto cariño?


Me resulta alentador pensar en lo que una vez me dijo un médico, creo, y es que, si uno se acuerda, que no se acuerda, pues no hay problema.


En fin… ¿de qué estábamos hablando?


Elemental, mi querido Watson.”

Sherlock Holmes

jueves, 11 de abril de 2024

VITRALES

 

Knox United Church, Calgary, Canada

Son composiciones de vidrios de distintas tonalidades cromáticas, los cuales una vez ensamblados, cuentan una historia hecha de luz.

El pasado domingo fui a la iglesia.


No es algo que haga con frecuencia, pero esta vez fui, no solo a saludar a Dios, sino atendiendo a una gentil invitación a un concierto.


La bella y antigua basílica, en el centro de Calgary, estaba a reventar.


Cuando llegué, ya el coro ocupaba su lugar en el altar principal y la orquesta afinaba sus instrumentos; ese momento álgido y disonante que anuncia futuras armonías.


Yo logré escabullirme hasta que encontré un lugar vacío en un banco.


El director, con impetuoso gesto de su mano, dio inicio al concierto.


Mis oídos estaban embelesados con la Cantata de J.S. Bach, cuando mis ojos sucumbieron también ante la belleza del vitral, en lo alto del altar mayor.


Miré en detalle, esa filigrana de cristal, sostenido apenas por varillas delgadísimas de metal, que contaban la historia de un Cristo resucitado y glorioso.


La música se adueñó del recinto, armonías corales que brillaban con luz corpórea.


De pronto, me dejé llevar por un breve pero placentero trance.

El brillo de los cristales del gran ventanal y las notas multicromáticas ejecutadas impecablemente por el coro, se fundieron en una especie de mosaico tridimensional de luz y sonido.


Volví en mí, cuando los aplausos estallaron en un gran estruendo.


Allí quedé yo también aplaudiendo, conmovida.


Ahora entiendo las palabras de ese otro músico, Maurice Ravel, el del famoso Bolero, cuando dijo que:


“La música es sueño cristalizado en sonido.”


Gracias al Calgary Bach Choir por este regalo musical.

jueves, 4 de abril de 2024

El Canto del Pájaro

 



Es uno de esos libros de mi adolescencia, de Anthony de Mello, el cual dejó en mi vida, una bonita reflexión que comparto al final.

Mientras tanto les ofrezco una meditación auditiva.


Me fui de paseo por el río, en estos días que anuncian la primavera, esa que llega con sus “mil armonías”, como dice una canción.


Me dije a mi misma que me concentraría en todos los sonidos que pudiese identificar.


 Así comienza esta historia.


Como música de fondo, el rumor del rio, ese milagro de presencias que no tiene ayer, ni hoy, ni mañana.


La brisa, como una flauta de bambú, acompañando el camino.


Y de repente un trinar poderoso, dos notas cristalinas, un Si y un Sol, creo, diáfanos y repetitivos. En una rama, el diminuto Chickadee, el pájaro de nuestra provincia de Alberta. Para ser tan pequeño, tiene lo que llamamos gañote.


Mas allá, el repiqueteo de un taladro; después un gorjeo. Es el pájaro carpintero, o Toc Toc, como le llamo por cariño.


Adentrándome en mi paseo, escucho unos silbidos.


Un dialogo amoroso.


Miro hacia arriba, son las águilas volando en circulo, quizás buscando alimento para sus pequeños aguiluchos que nacieron hace poco.


Continúo, abismada y confortada por este maravilloso concierto, interrumpido solo para saludar a algunos amigos perrunos y sigo mi camino.


Regresando ya a casa, escucho un chirrido. Lo reconozco, es el Blue Jay canadiense, el pájaro azul, aquel de la leyenda, ese que trae augurios de felicidad.


Llego a casa y me siento a reflexionar junto a mi vaso de agua.


Es allí cuando me llega la frase que prometí para el final, del libro de Anthony de Mello.


  -    ¿Por qué canta el pájaro? 

Y respondió el maestro.

-   El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.”

Creo que, nosotros los humanos, sedientos del luminoso espacio, tenemos alma de pájaro.