martes, 21 de abril de 2020

MUNDO ÍNTIMO



Es el superlativo de la interioridad.

El mundo se hizo íntimo.

La intimidad es la ponderación más alta de lo interior.

Y en eso estamos, habitándonos, íntimamente, en nuestros espacios amables.

Ese rincón del universo que llamamos hogar.

Nuestro “cuerpo grande” como lo llama el poeta Gibran Khalil. Adoro esa definición, disculpen, la repito hasta el cansancio.

Es una pausa forzada, pero pausa al fin.

En música, los silencios son tan importantes como la melodía.

Resuelven, lo que de otra manera sonaría como un ruido precipitado y asonante.

Como el mundo de antes, ruidoso, vertiginoso, frenético, en la búsqueda insaciable de eso que llaman éxito, “la perra diosa”, como lo definió D.H. Lawrence.

Ahora silencio. 

Ojalá quede algo después.

La pandemia me tocó sola de soledad, bueno yo y Sancho.

Así que me propuse vivir esta interioridad forzada, intensa y serenamente.

Superlativamente en mi interior.

La soledad es quizás lo único superlativo que queda en mi vida.

Pero, en fin, vivir esta pausa lo mejor posible, es mi propósito.

Para ello comienzo mi día con café negro y dulce, amanecer radiante y una oración sencilla que me regala el Padre Pedro desde Badajoz cada mañana.

Después, mi jornada de trabajo desde la casa; el trabajo dignifica dicen, y mientras lo hago, miro a mi alrededor.

Y concluyo que todo cuanto me rodea es perfecto.

En este largo y accidentado camino del duelo, intento llenar la ausencia, con presencia áurea y luminosa.

Milagro alquímico, gracias al amor infinito que todo lo conquista, hasta la tristeza.

Después que termino de trabajar, saco a pasear al buen Sancho, medio gruñón, pero mi fiel compañero.

Y me maravillo con el río, las aves, el cielo y con las sonrisas a distancia que aún quedan en el camino.

Ese gesto que agradezco y que en estos días se me agiganta como una muestra de solidaridad, de complicidad.

Estamos juntos en esto.

En fin, después de mi paseo, me premio con mi copa de vino, blanco y lleno de aromas de la tierra, saludo a mi familia o amigos, o sencillamente veo mi serie de Netflix.

Entonces, después de la pausa, la melodía fresca, sanadora, como un manantial

Me acuesto a dormir, en mi nuevo mundo íntimo, que tiene mucho de gentil.

Como bien dijo aquel sabio:

“Quién mira hacia afuera sueña; quién mira hacia dentro, despierta.”
(Karl Jung)

PS: La semana pasada fue mi cumpleaños, el día 17 de abril, y la verdad, sentí un abrazo amoroso de mi familia y de mis amigos. Fue un día solitario, pero un día de gracia y luz, como dice una canción. Me hacía falta. Gracias!!!!

sábado, 11 de abril de 2020

VIGILIA




Finaliza la Semana Santa.

Y mi mesa de Pascua ha ido acumulando de todo:

Agua (bendecida en la distancia por el Padre Pedro, gracias), un pan, una campanita de plata con el tañido de mi infancia, un crucifijo de palo que se encontró mi hijo en un manantial en un viaje de pesca, un rosario de Tierra Santa, una amatista, monedas de países raros,  una palma bendita del año pasado, una rama de pino fresco de mi jardín, una vela roja encendida.

Un lirio pascual con cuatro milagros y uno por venir; blancos, místicos, que embriagan con su aroma las noches taciturnas, como esta.

Rosas incandescentes, un conejito verde, alegre, que aguarda todo el año por salir de su agujero en este día; una llama de Perú, un torito español, un oso polar, un camello.

Un oso hormiguero de madera, hecho por las manos de mi amado; un tapete noruego, un hipopótamo egipcio, un tigre de jade, un jaguar al acecho, por allí se asoma un San Miguel, un Quixote y un Sancho, el de verdad y mi perro.

Y mientras enumero todas estas cosas, cientos de gansos, gaviotas, un halcón peregrino, cruzan por mi ventana y son tantas las aves, que me da la sensación de que mi casa vuela.

Una copa de vino y un corazón agradecido.

El bienestar de lo sencillo.

Y de repente, así, un descenso, un amarizaje en mi alma, un abrazo, un regalo del cielo.

Una certeza plena.

El regocijo de su compañía.

Aquí, conmigo, junto al fuego, como en las noches de antaño.

El amor más bello.

Hoy en ésta, mi vigilia pascual, recibo con más intensidad que nunca, “La Palabra”, esa que se hizo carne y habitó entre nosotros…

“Yo soy la resurrección y la vida…”

 ¡Feliz y bendecido Domingo de Pascua!

viernes, 10 de abril de 2020

LA CARACOLA


Recuperar un poema perdido en el tiempo es un raro placer. 

Como abrir una caja cubierta de algas, corales y sal, y asombrarse. 

Y recordar.

Mi querida amiga Aura Elena recuperó este poema viejo, extraviado de mi memoria y que hoy comparto. 

Lo escribí hace 26 años, luego de una visita a su casa de Playa Ventura, México. 






LA CARACOLA



Bajó la luz y es el momento
Los acordes del arpa llenan mis espacios
Y regresan las imágenes
Es el momento

La Caracola duerme y presiente
San Marcos
Una proximidad acelera el latido
Cruz Grande
Un rumor de océano a lo lejos
Copala
La brisa trae su mensaje de sal
La Caracola

Y el aliento del mar nos da de lleno en el rostro
La Caracola respira
Niños de ojos marinos
Sonríen
Mujeres de piel salada
Se alegran
Muchachos de cuerpos recios
Celebran
La Áurea presencia

La Caracola despierta
Se viste de sensuales brisas
Agita su blancura
Saluda a la inmensidad
Y a tres almas
Conmovidas de belleza
Dan ganas de pintar
De escribir poesía
Dan ganas de creer en Dios
Provoca amar hasta quedar exhausto
Hasta la saciedad
Hasta olvidarlo todo
Dan ansias de soledad
Soledad de océano
Ese es el mundo de los recuerdos

Las ausencias resplandecen
Con el sol majestuoso
La tarde cede ante la luna plena
Detrás del pentagrama se hace un silencio
Silencio de crepitar de antorchas
No falta nada
Cuatro elementos
Un acorde de guitarra
Estrellas
Que ofrecen ilusión de permanencia
Un cielo que se repite por siglos
Por milenios
Y que no deja nunca de asombrar
Como el amor

La Caracola conspira
Con las almas escogidas que la habitan
Muestra su magia generosa
A quien es capaz de recibirla
De admirarla
De corresponderla
Sin preguntas
La Caracola precipita ilusiones
Rompe los puntos cardinales
Y el antojo de perderse
En un eterno misterio
 Sagrado
Como la tristeza

Inevitable adiós
La Caracola se recoge
En su concha nacarada
Esconde sus colores y sus brisas
Recobra el sueño
Agradecida
Mientras tres almas conmovidas
Emprenden el camino de regreso
Copala
Un suspiro de adiós
San Marcos
Un leve olor a sal
Colores de invierno
árboles de cobre
distancias
recuerdos
esperas
Volver… 




Leonor Henriquez
Caracas, 1996

EL PENTAGRAMA