miércoles, 29 de agosto de 2012

ALTA DEFINICION


Mi hermano (q.e.p.d., hace tiempo que no lo citaba) decía que: "del cuello para arriba, él era feo, y del cuello para abajo era feo con bolas".  La primera vez que me lo dijo creo que me dio un ataque de risa que me duró como media hora. Y todavía me rio.  

Y esto sobre la fealdad o la belleza,  es porque en estos días, hice un test de gerencia,  para reconocer la personalidad narcisista. Afortunadamente pasé y salí normal (saqué 14, y de 12 a 16 es normal; las celebridades, aparentemente sacan de 18 a 21)

Me alegré, la verdad, porque en verdad, no sé, a veces creo que soy insoportable. Es de familia y también parte del gentilicio venezolano: Somos… soy competitiva, contestataria, me gusta tener la última palabra, segura de mi misma, a veces ( y la seguridad en uno mismo, casi siempre viene acompañada de arrogancia)…en fin, un horror, pero al menos no tengo personalidad narcisista, según los psicólogos.

Yo digo que la mujer venezolana, me incluyo por supuesto, está descrita perfectamente en la canción llamada “La Bikina”, que canta magistralmente Gualberto Ibarreto…. “Orgullosa, altanera y pretenciosa”. Yo agregaría otros mil adjetivos para la mujer venezolana… echada pa’lante, bella, competente, talentosa, glamorosa, íntegra en su femineidad que jamás compromete ni siquiera cuando tiene que ejercer roles de hombre. Yo digo que las mujeres venezolanas lo tienen todo, pero, ¿una perita en dulce? ..no creo.

 Mi esposo, la persona más inteligente que conozco en el mundo,  me ha temperado  el carácter,  sobre todo desde que me compró la franela (o T shirt): “You can agree with me or be wrong”. Entonces comprendí lo “annoying” que es una persona que  se las sabe todas. Un monólogo tóxico.  

Ya no tengo urgencia en tener la razón todo el tiempo ( es rico pero, ni modo), ni sostener la ultima palabra, más bien trato de reírme de mi misma lo más posible, intento disculparme al instante si “meto la pata” con alguna chocancia, pero al final, qué difícil….

Volviendo al test, una de las preguntas era, que si me gustaba mucho verme en el espejo. Contesté que no sin titubear.

Y es que creo que, así como existen hoy en día televisores de alta resolución, pues pareciera que también inventaron los espejos “high definition”.

Cada día es un descubrimiento, detalles de mi cara y cuerpo que no estaban ayer, y de pronto, aparecen “tecnologicamente”.

 Así que, al espejo, lo respeto, pero lo confronto tangencialmente y a media luz si es posible. Por algo siempre me he considerado anti-tecnología.

Una de mis escritoras favoritas, Rosa Montero,  dice que llega un momento en la vida en que uno se vuelve invisible…

No estoy de acuerdo.

Como una vez leí por ahí… nadie envejece si conserva el deseo de gustar.  

No soy narcisista gracias a Dios, pero el glamour es lo último que se pierde y como decía mi hermano Rafael (q.e.p.d.), experto en reírse de si mismo:

“Es que yo tengo cara de ángel caído del cielo…pero... caí de cara…”

(Risas)

domingo, 19 de agosto de 2012

DIAS CON CHOCOLATE




Mi hija dejó unos chocolaticos muy coquetos, envueltos en papel morado sacrificio, en una bandeja, irónicamente de plata, sobre la mesa de la sala.
Dijo que no quería comérselos ella sola. Yo le rogué que no pusiera esa tentación tan a la vista. Pero ahí quedaron, inmóviles, inocentes y seductores a la vez.

El tiempo escabulléndose a ritmo aterrador, yo estoica, y los chocolatitos esperando pacientes por un alma débil, viviendo su plácida existencia de chocolate sobre la mesa de mi sala.

Hasta que un día, un dulce día en que no había nadie en la casa, acepté la invitación del relampagueante guiño del papel. Tomé secretamente un chocolate, lo liberé de su purpurea vestidura y me lo comí gloriosamente.

El tiempo se convirtió en crema.

Cuando regresé de mi delirio y quedé allí con mi papelito en la mano y expresión de placer, me puse a pensar.

Esto fue lo que pensé:
Aunque el tiempo se escape sin remedio, cada día, como el chocolate, viene envuelto en su exquisita coquetería, en su ritmo, en su seda, en su color y su almendra, en su dulzura y amargor. En su propia y esperanzadora existencia.
Dicho esto procedí a comerme otro más…un día,  un chocolate… los dos…


martes, 14 de agosto de 2012

MI PIZARRA ZEN


Tengo una pizarra Zen. Me la regaló mi esposo en mi cumpleaños. Él sabe que me encantan las cosas útiles que no sirven para nada.

Es una pizarra gris, sobre una base que es un recipiente lleno de agua con piedritas  y un pincel. Lo mágico y maravilloso de la pizarra es que todo lo que uno escribe se borra inmediatamente. Por eso es Zen, lo que uno garabatea allí se esfuma, como el momento presente.

Exquisito regalo.

Como siempre,  dejé la pizarra Zen por ahí y le di libertad para que eligiera su puesto en la casa. Es mi teoría, cada cosa encuentra su lugar y si es Zen, pues con más razón.

Pero la inquieta pizarra Zen, no se hallaba en mi casa. NIngún lugar le acomodaba.

Hace poco, a raíz de una crisis masiva de desorganización, que comenzó con una mala instalación de una nevera nueva, decidí mudar la pizarrita a mi cuarto.

Allí encontró su querencia.

Yo la llamo la voz de la mañana, una voz que, muy temprano, salta al vacío con honestidad de abismo. Una voz que se sabe mi nombre y me trata de tu, pero que me habla en forma de acertijo. Una voz que proviene de ese estado etéreo entre el sueño y la vigilia. Irreverente, poética, gloriosa, transparente, impredecible, secretamente reveladora.

Desde que la pizarra Zen encontró su puesto, sucede que, segundos después de abrir los ojos, antes de ver el reloj, antes de salir de mi cocuyo de sábanas y plumas, antes de contaminar mi pensamiento con todas esas otras voces que lo aturden a uno durante el día, tomo el pincel, lo mojo delicadamente en el agua de las piedritas y escribo una palabra. Una sola.

 La primera. La que proviene de un lugar muy misterioso de adentro, un lago, una flor o un planeta solitario,

Entonces veo, por segundos,  la palabra escrita y  me dejo sorprender sutilmente. Después, me quedo un momento viendo desaparecer las letras, como si regresaran a su lago, a su flor o a su planeta.

 Es una buena práctica, la recomiendo con o sin pizarra Zen, una libreta basta, aunque a veces el mensaje lo deje a uno lleno de incógnitas.

Esta mañana, por ejemplo,  escribí:

ARCO

Y se la entregué al naufragio de la tinta que se hundió con el momento.

miércoles, 8 de agosto de 2012

PLATON DE ALBONDIGAS

Aristóteles de Estagira, Pitágoras de Samos, Tales de Mileto y Platón de Albóndigas.

Anoche me dio un ataque de melancolía. Estaba yo resignada a no buscarle explicación, a aposentarme en ella y disfrutarla, mansamente.

La melancolía puede ser un delicioso refugio.

Pero como siempre, y gracias a mi incorregible hábito de compartir mis estados de ánimo con el mundo entero, pues me dejé llevar por los  atajos que tiene la mente humana, y, por más que a veces me niego rotundamente a surcarlos, la racionalidad, la practicidad, ese inútil afán de saber las causas y los efectos de todo,  muchas veces me traicionan.

Primero me detuve en los factores externos, como el perrito Sancho que ha estado accidentado. Esto tiene la casa muy triste, pero ya el pobre, con su gorguera Isabelina alrededor del cuello, va superando su pequeño percance.

También me afecta el regreso después de unas vacaciones, donde descansé del silencio, de los pajaritos, de los pinos, del aire limpio,  de la organización y la tranquilidad. Unas vacaciones de “caos hedonístico”, mi nueva filosofía de vida  robada de un libro de Julián Barnes. Un baño de concreto, de  bullicio y de multitudes.

Rostros, rostros, rostros, soñadores, arrasados, cansados, inspirados,  furiosos, apurados, locos.  El “face-watching”es la actividad más vigorizante que existe en una ciudad como Nueva York.

También, el efecto “bancarrota” post vacacional, puede ser una causa de melancolía, (me clonaron la tarjeta de crédito, de paso, pero no importa ya me la cambiaron y la seguiré usando).  Como leí en una valla publicitaria en NYC: “Manhattan: Bring a dream and a million dollars”.

Una amiga  de edad contemporánea me sugirió que la melancolía podía ser producto de la menopausia.  Me reí trágicamente, ¡pero si apenas ayer estábamos jugando juntas en el patio del colegio!

Las despedidas, otro factor muy importante de melancolía. Aunque tengo conmigo misma el pacto de “cero drama”, después de haber pasado unos encantadores días con mi hermano y mi cuñada, donde nos reímos, comimos y bebimos; pues cuesta desprenderse, hasta la próxima, muy pronto, eso sí.

Esto de la bebida, me trajo a colación, otra vez, a mi hermano Rafael (QEPD), quien parafraseando a las memorias de Neruda, “Confieso que he Vivido”, decía que sus memorias se llamarían”Confieso que he Bebido”. Que gran tipo mi hermano Rafael.

Por último, la lejanía. Como he dicho otras veces, mi vida de Caracas, con sus presencias y ausencias,  pareciera que fue tragada por las praderas canadienses o por el olvido. Sin embargo, a veces escucho el rumor callado de la memoria ahogada. Son ecos, pisadas en la antigua casa de mis padres,  las que no regresarán jamás, acordes de piano herido, paredes hastiadas, sucumbiendo a la humedad y a la inmensurable necesidad de silencio. Casa rota. Casa vacía.

Bueno y como se me agotaron las causas externas, y mis caderas y las de mi melancolía se disputaban el espacio en mi sillón, pues creo que me resigno a pensar, que hay algo melancólico en mi manera de ver la vida, y hasta me gusta. No más explicaciones.

Entonces, preparando la cena, me ocurrió algo que borró instantáneamente mi lacónico estado de ánimo. No fue una frase inspiradora, de esas que uno lee a diario en todas partes  y que intentan resolverle a uno la vida. Fue algo mucho más sencillo, auténtico  y contundente.  Fueron las albóndigas.

Es automático, cuando pienso en albóndigas, pienso en mi papa, quien las llamaba “pelotitas para adivinar”… “pero esto sabe a mierda”…  ”otro que adivinó”; y en mi hermano, quien, siempre que preparaban albóndigas de almuerzo, traía a colación la frase con que inicié esta entrega:

“Aristóteles de Estagira, Pitágoras de Samos, Tales de Mileto y Platón de Albóndigas”.

Con vino y risas,  cenamos mis albóndigas, “regularsonas”, realmente…

Y con eso le di un descanso a mi melancolía.