domingo, 23 de diciembre de 2012

QUIETUD


Me voy en un barco.

Y a propósito de las embarcaciones, me acordé de una conversación muy original que tuve con un muy querido amigo.

-      Mi papa está en un crucero con mi hermano – me dijo hace tiempo.

-      ¿En el Caribe? - pregunté ingenuamente.

-      No, no… en el lugar ese lleno de cruces.

Mi amigo es un irreverente, claro se refería al cementerio, un crucero (muchas cruces, por si acaso). No pude sino reírme, como hago cada vez que nos vemos, no importa en qué circunstancia.

Espero no irme todavía a ese crucero, sino a uno de verdad. Una experiencia geriátrica de lo más agradable y merecida porque trabajé mucho este año.

Por eso, creo que esta es mi última entrega del 2012 y por ello quiero dejarles un agradecimiento y mi reflexión de Navidad.

AGRADECIMIENTO

Gracias a mis incautos lectores.  Espero haberlos honrado con mis sencillas reflexiones.

Como dice Cervantes en las lecturas preliminares del Quijote, y que considero la mejor lección para un aprendiz de escritor como yo;  lo que más quisiera,  aunque es demasiado pedir, lo sé, sería que:

El melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.”

Si logré una milésima parte de todo eso, me doy por bien servida.

MENSAJE DE NAVIDAD

Antes, la Navidad en mi casa de Altamira era un festín de familia,  una mesa de abundancia, en el sentido más amplio de la palabra.

Desde hace algunos años, mi Navidad cambió de paisaje, de volumen, de lugar.

 Antes concurrida, ahora solitaria; antes bulliciosa ahora tranquila; antes tropical, ahora helada y blanca. Antes en la casa grande y habitada, ahora en la quietud de mi espíritu.

Pero es curioso, la abundancia en la mesa, y en el corazón,  es la misma.

Este año pasaré mi Navidad con mi esposo, mi hijo Santiago, y el buen Sancho.

Será una fiesta resplandeciente.

¡Feliz Navidad!

jueves, 20 de diciembre de 2012

SECRETOS


El otro día, por accidente, bebí  de la copa de otra persona. Esto, en mi país, significa que voy a conocer sus secretos.


Me hice la sueca y para no entrar en detalles, me apropié de esa copa ajena, total estabamos en familia.
Entonces, algo extraño sucedió.
La palabra secreto, con su cinta de seda y su sello de silencio, en toda su poética y vastedad,  se quedó flotando conmigo, por el resto de la velada.
La fiesta transcurría amablemente, y yo, sin que nadie se percatara, transitaba mis pasajes ocultos; túneles, donde las esmeraldas se incrustan en las rocas; laberintos donde resuenan, burbujas, fuentes y olas. Murmullos: el críptico lenguaje del agua, cambiante siempre.
Copa ajena en mano, disimuladamente, vagué por ahí, por la fiesta y  por esos pasadizos llenos de ecos antiguos; dando traspiés, a tientas en la oscuridad, hasta que  llegué a un lugar.  
Una bóveda inmensa sonora y muda, como  una campana  transparente, donde el vacío estaba forjado en hierro.
Comprendí que había llegado a un lugar donde prevalecia el silencio mas absoluto. El lugar donde habitan todos los secretos.
Me pareció reconocer vestigios de música, de viento, de palabras, de galaxias,  pedazos del silencio de Dios.
Y  así como el murmullo del  mar es imposible de descifrar, regresé a la copa ajena, al jolgorio.
Saboreé con placer la última gota de vino.
Los secretos saben a higos con un dejo de vainilla.
Creo que la fiesta estuvo buena.



martes, 11 de diciembre de 2012

FRÁGIL


Recibí un regalo “Frágil”.

¡Qué casualidad!, un presente alineado con mis sentimientos,  pues últimamente me he sentido así: frágil.

Como si el mundo, tal y como lo concibo, se pudiera quebrar a mis pies en cualquier momento y junto con él, el universo entero.  

“Frágil”, así decía la etiqueta, en grandes letras,  y sin embargo, la caja de cartón se veía un poco maltrecha. Como que nadie había hecho caso a la advertencia.

Me intrigó sobremanera este misterioso obsequio, que además, no tenía remitente y cuyo peso era considerable. Para ser tan delicado, este paquete parecía contener una pequeña galaxia.

A juzgar por lo golpeado del bulto, la pieza de cristal o porcelana, probablemente,  no habría sobrevivido al viaje.

El cristal es quebradizo y a veces se rompe, como  las ilusiones, como los sentimientos.

Con mucho cuidado, cosa que me es difícil, porque soy torpe y tosca, y tengo lo que en mi familia llaman “mano de tigre” comencé a desenvolver infinitas capas de burbujitas.

Mientras lo hacía, pensé en todas las fragilidades de mi vida. La más importante, precisamente esa, la vida, la mía y la de los que más quiero. La que pende, para todos, de un delgado hilo de plata.

Cuando llegué a la última capa de embalaje, recordé un detalle.

Hace  varios meses encargué un filtro de agua para la nevera.  

Efectivamente. Saqué el prosaico objeto de la caja, entre decepcionada y contenta.

Confieso que no pude contener las risas, por la gravedad de mis pensamientos comparado con lo ordinario del objeto y porque lo único que quedó demostrado fue la fragilidad de mi memoria.

Al final concluí que, si el insípido filtro sobrevivió el trayecto, espero fervorosamente que el resto de mis fragilidades, aunque golpeadas, también resistan este fascinante  tránsito.. la vida… sin percance.

martes, 4 de diciembre de 2012

LA PIEL DE LAS PALABRAS

Hoy, caminando por el pasillo desnudo que conduce a la penitenciaria, perdón, a  la oficina, tuve un encuentro cercano con el arte, o más bien, con la falta del mismo.

Y es que el edificio donde trabajo tiene una fachada muy arquitectónica  por fuera, pero por dentro,  es un  laberinto de soledad.

No hay nada en las paredes, ni un cuadrito, un paisajito, un retratico, una fuente,  que recuerde que uno es humano, que la vida es corta y el arte es largo;  a excepción  claro, de las estaciones de reciclaje (orgánico, con olor incluido)  que han colocado en todos los rincones de la oficina.  

La iniciativa seria muy loable, si no fuera porque es para certificarse y pagar menos impuestos,  a costa de la contaminación visual y olfativa de los empleados y sobre todo, un tipo de polución incluso más grave, la del alma.

Entonces, en ese breve tránsito, hacia mi oficina, por los pasillos arrasados de humanidad y los monstruosos pipotes de basura, sentí que mi piel, como las paredes, estaba resquebrajada y seca.

Por instinto, al llegar a mi despacho me volqué un pote de crema en las manos, en los brazos, como si con eso pudiera combatir esa resequedad del alma.

Al llegar a mi casa, corrí desaforadamente a fugarme a los libros, a  humectarme con un fresco aguacero de colores, de imágenes, de palabras, de poesía.

El arte es piel.

-      Maestro – dijo el discípulo a Miguel Ángel cuando cincelaba un glorioso cuerpo en el    mármol – ¿Cómo sabe cuando detenerse?
-        Cuando toco la piel.

sábado, 1 de diciembre de 2012

HERMANO





Fotografia de mi hipertalentosa amiga Mariolga Gomez. Gracias!
 
Comienza otro diciembre con el recuerdo de mi hermano que nos dejó sorpresivamente hace seis años. Es él, un insigne colaborador y lector de este blog. A veces pienso que ya se me acabaron sus salidas geniales, y siempre me viene otra a la mente. Su originalidad, fineza intelectual e inteligente humor, son inagotables. Este poema lo escribí hace cinco años, en su primer aniversario.
Lo comparto en un día como hoy, cuando más que nunca, lo extraño.

Soy despistada
Y hay un mínimo instante
De gozo en mis olvidos
Un pequeño delirio
Una ventana
Un sueño
En los libros que quiero prestarle
Olvido…
En las risas del chiste
Que voy a contarle
Olvido…
Los sabores festivos
También me hacen olvidar
El ingenio y todo
Cuanto hay de interés en el mundo
Y que quiero compartir
Es razón de un despiste
Y olvido…
Pero también pasa que
Que en apenas segundos
Recuerdo…
Mi hermano grande ya no está
Recuerdo…
Ya no necesita chistes
Ni recetas, ni condimentos
No le hace falta
Él ya está en un lugar donde habitan
Todas las risas
Estará en el espacio denso
Asombrado de  respuestas
Después como siempre
Despierto…
Tal vez es esa tu voz,
hermano:
Mis pequeños olvidos
Donde cada día de mi vida
Te recuerdo
 Querido Rafael








 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

DUELOS Y QUEBRANTOS


Noviembre es un mes de desasosiego.

El frio afila su navaja, las nubes se cargan,  una pesada cortina de oscuridad se cierne sobre los días, sobre mi ánimo y sobre mis ganas de cocinar.

Hoy le dije a mi esposo, arrastrando la voz, descorazonada, como si se hubieran roto todas mis musas:

-      Esta noche comemos leftovers.  

Y aquello sonó triste.  Con razón  Cervantes, en el  Quijote,  llama “duelos y quebrantos” a la raspadura de la olla del día anterior, o retallones, como los llamamos nosotros. (al menos así me lo dijo un profesor de literatura)

Mi esposo, al ver mi estado de desesperanza ante el prospecto de comer lo mismo que ayer (cosa que no le importa pues sabe que siempre le doy dos opciones, “take it or leave it”, chiste que leí hace poco por ahí), me respondió que si quería una hojilla oxidada para cortarme las venas.

Entonces me reí y recuperé mi inspiración.

Decidí cocinar. Cocinar en general. Cocinar es una buena manera de  encontrar sosiego.

Busqué los libros de receta y por el resto de la velada me dediqué a seleccionar todos los manjares que iba preparar próximamente.

Recordé que mi hija hace poco me pidió que hiciéramos hallacas (el plato típico de la Navidad venezolana, sumamente laborioso). En Venezuela hay un dicho que dice que: la mejor hallaca la hace mi mama,  y a ella le preocupaba que tendría que decirle a sus futuros hijos, que la mejor hallaca la hacía su bisabuela, es decir mi mama.

Pues bien, ¡hallacas también cocinaría! Hay que hacer lo posible por mantener las tradiciones, pues son la mejor manera de preservar gestos de amor.

En fin, llené una libreta completa con la lista de compras.  

Con ese recién recuperado estado de frenesí culinario, se hizo tarde y me dio sueño.

No sé si prepararé todas esas recetas maravillosas (quisiera),  pero encontré una razón para estar contenta, en esta noche helada de noviembre.

Al final, recalenté  la sopa de ayer  y nos comimos los “duelos y quebrantos” con alegría.  
A fin de cuentas, con o sin leftovers, noviembre o no, el solo hecho de  estar juntos, es nuestro cotidiano gesto de amor, nuestro espacio de sosiego.

"Una olla de algo mas que vaca que carnero, salpicón las mas noches, duelos y quebrantos los sabados..."
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes

miércoles, 21 de noviembre de 2012

DE HUMO


Necesitaba revitalizarme, no en el sentido de “energía”, sino en el sentido de vida. Por  eso, paradojicamente, decidí ir de voluntaria, con dos amigas, una búlgara y otra colombiana, a un hogar de viejitos.

Esta cita estaba pautada en mi calendario desde hacía semanas. Es parte,  del “culture of caring”  de este bello país y además de las metas de la empresa (clave para los bonos anuales).

Con todo y esa razón monetaria inobjetable, la verdad, había puesto esta actividad como “tentative”, porque soy torpe para el trabajo social. No sé ni por donde empezar. Más tarde descubrí que no es torpeza, es terror. Un poco más adelante, constaté, que no hay nada que temer. Hagan un esfuerzo y continúen leyendo.

Para dejar de andar por las ramas,  confieso que tengo muchos días pensando  en “la pelona”.

No se angustien, la mortalidad, la de uno y la de los demás es un tema muy filosófico (especialmente la de los demás, pues la de uno ya no resulta tan fascinante).

Creo que es normal pasar por estas etapas, pero como yo a veces soy de temperamento obsesivo y ya estaba viendo un funeral en cada esquina, pues prefiero tomar medidas correctivas a tiempo. (lenguaje corporativo… medidas correctivas.. auxilio)

Esta mañana, cuando revisé mi calendario,  me estremecí ante la forma tan exquisita  que me ofrecía la vida para confrontar  mi   transitoria etapa (llamémosla así) de miedo a la muerte: Visitar un ancianato. Terapia de shock.  

Y así fue.

Las tres amigas llegamos aterradas.  Nos explicaron que nuestra función era sólo ayudar a llevar a los ancianos al Atrium, donde había un “entertainment”, un concierto de guitarra y saxofón.  

-      Fácil – me dije, y suspiré aliviada. Qué equivocada estaba.

Le pregunté su nombre a una ancianita y me respondió: “I don’t have”. Intenté con un señor de sombrero, y me dijo que su nombre era:” I don’t know”. A su lado, otra señora  añadió: “and mine is I don’t care”

Entonces me quedé muda. No existe mayor tensión en el mundo que, no tener idea de cómo comunicarse. Los tendones de mi cuello se convirtieron en un nudo gordiano.

El resto del concierto  me dediqué a observar.

Una vez leí, que la vejez es una forma de transparencia.

Al finalizar el concierto, los llevamos a sus cuartos de nuevo.

Entonces, al despedirme, una ancianita muy dulce,  con una lucidez de color azul, se me quedó mirando fijamente y  me hizo un guiño.

Creo que la entendí.

Esos seres de pergamino y memoria de humo, son los verdaderos inmortales, pues ignoran su destino.

Fue una bella experiencia que pienso repetir, pero llegué a mi casa con un cansancio de siglos.

Jamás en mi vida me había sentido más revitalizada.

P.D.: Un buen amigo me pregunta que por que revitalizada, si mas bien esto de la vejez es triste?  Digo que me senti revitalizada porque confronte mis miedos, ayude al projimo, aunque solo carretee la sillas de rueda de un lado a otro, pero sobre todo porque comprendi que, como dijo Balzac...la muerte es segura, olvidemosla...
(perdonen la posdata va sin acentos)

lunes, 19 de noviembre de 2012

EQUILIBRIO INESTABLE


Sencillamente, no quiere, no le da la gana de permanecer ortogonalmente en su sitio.
Me he paseado por todas las teorías.
Primero, como buena ingeniera, agoté las posibilidades físicas: el clavo defectuoso,  el alambrito al borde de su límite elástico, la pared desnivelada, asentamientos diferenciales en el piso, cambios de temperatura. Todas ellas descartadas.
Después las  teorías geológicas, micro sismos; pero esto no es Tokio ni Santiago de Chile, ni siquiera Caracas, donde a veces tiembla.
Fenómenos eólicos,  quizás, pero a veinte grados bajo cero, en esta casa no existe eso de ventilación cruzada.
También me he paseado por teorías más bohemias, como que, debe ser el arte buscando su estado de reposo y armonía. Una especie de Torre de Pisa en mi pared.
En fin, un verdadero enigma.
Todos los días, en la mañana, lo acomodo milimétricamente en su sitio.
En la tarde lo consigo torcido.
Trato de acostumbrarme a verlo ladeado, pero un impulso irrefrenable,  me obliga  a cuadrarlo con nivel de catalán.
¡Qué manía esto de la simetría!, y eso que yo misma tengo el centro de gravedad extraviado, física y espiritualmente.
Me estaba produciendo angustia existencial el equilibrio inestable de este cuadrito, a mí, que me encantan las excentricidades.
Finalmente, un fugaz esclarecimiento me iluminó.
Como dice Sir Arthur Conan Doyle,  palabras más palabras menos, después de eliminar todo lo imposible, lo que queda, aún  improbable,  es la verdad,  pues concluí que esto del cuadrito era en verdad un juego, concebido magistralmente por el autor.
Entonces decidí jugar.
Así, en la mañanita, con una sonrisa cómplice, pongo el cuadro derechito, con precisión de rayo láser. Por la tarde, constato si alguien vino a darle su toquecito. Un sube y baja, acompañado de un mensaje amoroso.  Así lo veo.
Todas las tardes, al llegar, me sonrío.
Ahora tengo un momento mágico todos los días.
Por cierto, este cuadrito se vino conmigo de Caracas en mi último viaje, un rescate de la vieja casona vacía. 
La artista es Carmen León de Henríquez, mi mama.

jueves, 15 de noviembre de 2012

LA ALCACHOFA


Anoche,  haciendo gala de la cualidad multifacética de las madres, sostenía yo, dos conversaciones en paralelo.  

Una de ellas era sobre la alcachofa.

Y  es que mi hija, la Nene, decidió, después de muchos años, confrontar un pequeño trauma de su infancia.  

La otra charla era por teléfono, con mi hijo, Santiago, sobre asuntos  intensos de la vida y sus misterios.

Así son ellos, el ángel y el dragón, mi equilibrio perfecto.

Y es que cuando mi hija tenía como, siete o diez años (ese es mi rango de precisión), la invitaron a cenar en casa de una familia muy elegante, de esas de mesonero con guantes.

Para su total desconcierto, le presentaron un monstruo puntiagudo y verde sobre el plato, que ella no tenía idea de cómo se llamaba, y mucho menos cómo se comía. (falla crasa en la educación gastronómica que yo le proporcionaba entonces, que consistía en carne, arroz y plátanos)

Pues la pobre se metió una hoja entera en la boca, la masticó, hasta que se dio cuenta de que aquello no se podía tragar y entonces, ( y aquí si me adjudico los créditos por su buena educación), sin decir nada, sin escupir ni poner cara de asco, se metió la hoja rumiada en el cachete  y siguió cenando como si nada.

La dueña de casa se percató de que algo andaba mal, mandó a que le retiraran la alcachofa y le trajeron unos huevos fritos  (de lo sublime a lo profano)

Mi hija se devoró los huevos fritos, con la alcachofa escondida en el cachete, sonriendo cortésmente. Siempre he dicho que la educación es carta de presentación.
Mis hijos son la mía.

Cuando la fui a buscar y me contó lo acontecido me estuve riendo todo el trayecto y hasta el sol de hoy.  Probablemente un psicólogo me hubiera dicho que eso de reírse de la mala fortuna de un niño es maltrato infantil, pero ni modo, no puedo evitarlo.

El hecho es que tengo varios días viendo unas soberbias alcachofas, que yo no compré, en la nevera: las quita trauma.

Mientras estaba yo sumergida en mi conversación meaningful con Santiago, de esas que me hacen sentir que ejerzo mi labor de madre y que a él le producen sueño,  la Nene me iba preguntando la receta de la alcachofa ( la verdad no tengo idea de cuantos minutos necesita una alcachofa, que falta de glamour, pero al ojo la fui guiando… como en la vida... ni modo)

Del otro lado del receptor yo escuchaba los acompasados  aja...aja...aja…aja... de mi hijo, mientras, en mi monólogo, yo le explicaba apasionadamente como resolver la vida, de acuerdo a mi vastísima experiencia.
Por otra parte, en este extremo del receptor...mamaaaaa, mamaaaa… cómo se come el corazón de la alcachofa?

Y, bueno, ante la crisis (una de sueño y otra de desesperación) terminé mi conversación con mi hijo, a quien ya notaba un poco impaciente y me concentré en la alcachofa.

Para  llegar al corazón, aparta la parte áspera y llena de espinas que tiene por encima,  entonces te vas a encontrar una capa tierna, muy delicada y suave. Esa es la verdadera delicia, ponle la salsita y disfruta de un bocado para los Dioses.

Me quedé estupefacta por un instante.

Eran las mismas palabras que le estaba predicando a mi hijo apenas unos minutos atrás.

Concluí: que buena enseñanza, la de la alcachofa.

lunes, 12 de noviembre de 2012

REMIENDOS


Cuando a mi papa le preguntaban algo que no sabia, respondía: Yo no se del hilo, María es la que cose.

Yo no entiendo nada de hilo, ni de agujas (tejer si me encanta), pero hoy me vi en la necesidad de remendar.

Y es que cada vez que saco los abrigos de invierno, me consigo con un hueco en un bolsillo, lo cual me produce una sensación muy rara e incómoda.  

Claro, como el roto no se ve, pues no le doy prioridad a remendarlo, más bien me provocaría ser víctima del consumismo  y comprarme una chaqueta nueva.

Pero eso va en contra de mis principios,  de la memoria de mi madre, y todas esas otras viejitas de mi familia,  magas de la aguja y dedal.

Hoy, cuando me puse la chaqueta y  mis dedos se quedaron atrapados en los agujeros del bolsillo, sentí que por allí se estaban fugando, no sólo las monedas, sino mi calor vital, mi  energía, mis ideas, mi suerte.  

Como si tuviera un hueco en mi aura, ese saco energético que lo contiene a uno.

Así que busqué el costurero (artículo más inútil que cenicero en motocicleta en esta casa). Ensarté la aguja, con suma dificultad, debido  a estos ojos que ha de comerse la computadora  y cosí los bolsillos de tres chaquetas,  torpe pero efectivamente.

Entonces me poseyó  el deseo incontenible de remendarlo todo.

Le zurcí a mi esposo un huequito que tenía en su suéter (la antítesis del zurcido invisible, pero él lo aprobó);  después unos pufs desvencijados (victimas de un visitante gordo).
 
Un par de cojines que cayeron en las fauces de Sancho, también fueron victimas de mi técnica de costura, casi tan burda como los dientes del perro.

No es fácil remendar.

Como parte de la necesidad de zurcir mis filtraciones, materiales y energéticas,  hoy preparé un rico almuerzo para la familia, invité a mi hija a hacernos las manos y le doblé la ropa que tenía una semana en la secadora; pensé cariñosamente en tres amigas que veo poco, pero a quienes quiero entranablemente, y les envié muy buenos deseos en silencio.  También traje a almorzar a mi casa a mis hermanas y hermanos, lejos, pero presentes siempre.

Y bien, al final creo que cosí varios huequitos que tenía a mí alrededor.

Mi chaqueta de invierno se siente mucho mejor, igual que ese otro abrigo que contiene los humores y fluidos cósmicos de uno.

Por si acaso, creo que voy  a dejar el  costurero a la mano.

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL ABANICO


Hoy domingo, después  del desayuno, anuncié que iba a Walmart  a comprar un felpudo.

Todos se rieron de mí y dijeron, sarcásticamente,  que ese podría ser mi magic moment del día.

La verdad que como plan de domingo ir a comprar una alfombra para limpiarse los pies, es deprimente.

En las grandes ciudades, la gente va a los conciertos, a los museos, a las plazas a tomarse el aperitivo.

Yo en Calgary, a comprar un felpudo.

Así que inventé otro plan y decidí, más bien, que iba a salir a regalarme un abanico.

Definitivamente, un abanico sería lo ideal para devolverle la brisa a un domingo sin viento.

Y aunque parezca mentira, hay un puesto de abanicos en Calgary. Una señorita asiática es la vendedora de este accesorio tan femenino, que oculta, que llama, que invita, que se agita.

Los hay de todos los colores y materiales, de nácar, de plumas, bordados, de bambú, de seda.

El que a mi me gustó es negro azabache, de encaje, con un bordado dorado y blanco, los tonos del momento.

Compré mi abanico con inmenso placer, como si hubiera consumado un acto de rebeldía, en un domingo canadiense. Como si, con esta simple compra, hubiera revolucionado el orden establecido de esta ciudad.

Llegué a la casa, me serví un Oporto y busqué el concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo; no sé por qué se me antojó como la música perfecta para escuchar después de comprar un abanico.

Al rato..... abanicándome imaginaria y  sensualmente, le pedí a mi esposo que por favor bajara el felpudo nuevo del carro.
Así le devolví la magia a este domingo sin viento.

jueves, 8 de noviembre de 2012

RINCONES


Me propuse rescatar los rincones de mi casa.

Esas esquinas llenas de telarañas donde no llega la aspiradora.

Para  habitar esos pozos de energía muerta, lo primero que se me ocurrió fue colocar un objeto  lleno de significado en cada vértice.

En mi casa hay muchos cachivaches (mi  British esposo pronuncia esta palabra tan rico, igual que  cuando se le traba la lengua diciendo ``arroz con coco``), muebles masivos, cuadros, alfombras, que compiten entre sí y distraen la atención.

Confieso que me encanta rodearme de libros, de arte, de música ( mi sueño es tener un Steinway) y de tonterías que he ido acumulando en el camino. National Geographic chic , me encantaría fuese mi estilo, que es más bien Caótico chic.

Pero, a veces, creo que descuido los rincones, esos lugares que son para meditarlos, para quedarse agazapado a media luz.

Los rincones son muy elocuentes, desnudan a sus habitantes.  Cuando visito una casa nueva, me fijo en sus esquinas.

Los de mi casa sólo revelaban la falta de trapo.

Entonces me di a la tarea de decidir cómo iluminar esos pequeños paraísos de las arañas.

Y me encontré en un singular dilema.

Será que pongo este cuadro, el florero coreano, el elefante…

Entonces, mi esposo, el de la lengua enredada, me ofreció un vino y ya no tuve dudas.

Manos a la obra.

En una esquina guindé un silencio, de esos que uno no quiere quebrar jamás.

En otra esquina una soledad, de aquellas donde a uno le gusta acurrucarse.

Más allá, en uno muy especial, coloqué una tristeza de esas que lo contentan a uno. Como el recuerdo de mi mama.

En la otra esquina  escribí en la pared la palabra Almendra. Simplemente porque me gusta como suena.

Y en el hogar de las mariposas nocturnas, más importante de mi casa, encendí una lámpara de aceite perfumado. 
Ese es mi amor.
Son mis rincones encantados, habitados con las cosas que no se pueden olvidar jamás. No importa que tantos muebles grandes y pretenciosos intenten distraernos.
Dijo un poeta persa, ``la casa es tu cuerpo grande``.