miércoles, 28 de noviembre de 2012

DUELOS Y QUEBRANTOS


Noviembre es un mes de desasosiego.

El frio afila su navaja, las nubes se cargan,  una pesada cortina de oscuridad se cierne sobre los días, sobre mi ánimo y sobre mis ganas de cocinar.

Hoy le dije a mi esposo, arrastrando la voz, descorazonada, como si se hubieran roto todas mis musas:

-      Esta noche comemos leftovers.  

Y aquello sonó triste.  Con razón  Cervantes, en el  Quijote,  llama “duelos y quebrantos” a la raspadura de la olla del día anterior, o retallones, como los llamamos nosotros. (al menos así me lo dijo un profesor de literatura)

Mi esposo, al ver mi estado de desesperanza ante el prospecto de comer lo mismo que ayer (cosa que no le importa pues sabe que siempre le doy dos opciones, “take it or leave it”, chiste que leí hace poco por ahí), me respondió que si quería una hojilla oxidada para cortarme las venas.

Entonces me reí y recuperé mi inspiración.

Decidí cocinar. Cocinar en general. Cocinar es una buena manera de  encontrar sosiego.

Busqué los libros de receta y por el resto de la velada me dediqué a seleccionar todos los manjares que iba preparar próximamente.

Recordé que mi hija hace poco me pidió que hiciéramos hallacas (el plato típico de la Navidad venezolana, sumamente laborioso). En Venezuela hay un dicho que dice que: la mejor hallaca la hace mi mama,  y a ella le preocupaba que tendría que decirle a sus futuros hijos, que la mejor hallaca la hacía su bisabuela, es decir mi mama.

Pues bien, ¡hallacas también cocinaría! Hay que hacer lo posible por mantener las tradiciones, pues son la mejor manera de preservar gestos de amor.

En fin, llené una libreta completa con la lista de compras.  

Con ese recién recuperado estado de frenesí culinario, se hizo tarde y me dio sueño.

No sé si prepararé todas esas recetas maravillosas (quisiera),  pero encontré una razón para estar contenta, en esta noche helada de noviembre.

Al final, recalenté  la sopa de ayer  y nos comimos los “duelos y quebrantos” con alegría.  
A fin de cuentas, con o sin leftovers, noviembre o no, el solo hecho de  estar juntos, es nuestro cotidiano gesto de amor, nuestro espacio de sosiego.

"Una olla de algo mas que vaca que carnero, salpicón las mas noches, duelos y quebrantos los sabados..."
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes

miércoles, 21 de noviembre de 2012

DE HUMO


Necesitaba revitalizarme, no en el sentido de “energía”, sino en el sentido de vida. Por  eso, paradojicamente, decidí ir de voluntaria, con dos amigas, una búlgara y otra colombiana, a un hogar de viejitos.

Esta cita estaba pautada en mi calendario desde hacía semanas. Es parte,  del “culture of caring”  de este bello país y además de las metas de la empresa (clave para los bonos anuales).

Con todo y esa razón monetaria inobjetable, la verdad, había puesto esta actividad como “tentative”, porque soy torpe para el trabajo social. No sé ni por donde empezar. Más tarde descubrí que no es torpeza, es terror. Un poco más adelante, constaté, que no hay nada que temer. Hagan un esfuerzo y continúen leyendo.

Para dejar de andar por las ramas,  confieso que tengo muchos días pensando  en “la pelona”.

No se angustien, la mortalidad, la de uno y la de los demás es un tema muy filosófico (especialmente la de los demás, pues la de uno ya no resulta tan fascinante).

Creo que es normal pasar por estas etapas, pero como yo a veces soy de temperamento obsesivo y ya estaba viendo un funeral en cada esquina, pues prefiero tomar medidas correctivas a tiempo. (lenguaje corporativo… medidas correctivas.. auxilio)

Esta mañana, cuando revisé mi calendario,  me estremecí ante la forma tan exquisita  que me ofrecía la vida para confrontar  mi   transitoria etapa (llamémosla así) de miedo a la muerte: Visitar un ancianato. Terapia de shock.  

Y así fue.

Las tres amigas llegamos aterradas.  Nos explicaron que nuestra función era sólo ayudar a llevar a los ancianos al Atrium, donde había un “entertainment”, un concierto de guitarra y saxofón.  

-      Fácil – me dije, y suspiré aliviada. Qué equivocada estaba.

Le pregunté su nombre a una ancianita y me respondió: “I don’t have”. Intenté con un señor de sombrero, y me dijo que su nombre era:” I don’t know”. A su lado, otra señora  añadió: “and mine is I don’t care”

Entonces me quedé muda. No existe mayor tensión en el mundo que, no tener idea de cómo comunicarse. Los tendones de mi cuello se convirtieron en un nudo gordiano.

El resto del concierto  me dediqué a observar.

Una vez leí, que la vejez es una forma de transparencia.

Al finalizar el concierto, los llevamos a sus cuartos de nuevo.

Entonces, al despedirme, una ancianita muy dulce,  con una lucidez de color azul, se me quedó mirando fijamente y  me hizo un guiño.

Creo que la entendí.

Esos seres de pergamino y memoria de humo, son los verdaderos inmortales, pues ignoran su destino.

Fue una bella experiencia que pienso repetir, pero llegué a mi casa con un cansancio de siglos.

Jamás en mi vida me había sentido más revitalizada.

P.D.: Un buen amigo me pregunta que por que revitalizada, si mas bien esto de la vejez es triste?  Digo que me senti revitalizada porque confronte mis miedos, ayude al projimo, aunque solo carretee la sillas de rueda de un lado a otro, pero sobre todo porque comprendi que, como dijo Balzac...la muerte es segura, olvidemosla...
(perdonen la posdata va sin acentos)

lunes, 19 de noviembre de 2012

EQUILIBRIO INESTABLE


Sencillamente, no quiere, no le da la gana de permanecer ortogonalmente en su sitio.
Me he paseado por todas las teorías.
Primero, como buena ingeniera, agoté las posibilidades físicas: el clavo defectuoso,  el alambrito al borde de su límite elástico, la pared desnivelada, asentamientos diferenciales en el piso, cambios de temperatura. Todas ellas descartadas.
Después las  teorías geológicas, micro sismos; pero esto no es Tokio ni Santiago de Chile, ni siquiera Caracas, donde a veces tiembla.
Fenómenos eólicos,  quizás, pero a veinte grados bajo cero, en esta casa no existe eso de ventilación cruzada.
También me he paseado por teorías más bohemias, como que, debe ser el arte buscando su estado de reposo y armonía. Una especie de Torre de Pisa en mi pared.
En fin, un verdadero enigma.
Todos los días, en la mañana, lo acomodo milimétricamente en su sitio.
En la tarde lo consigo torcido.
Trato de acostumbrarme a verlo ladeado, pero un impulso irrefrenable,  me obliga  a cuadrarlo con nivel de catalán.
¡Qué manía esto de la simetría!, y eso que yo misma tengo el centro de gravedad extraviado, física y espiritualmente.
Me estaba produciendo angustia existencial el equilibrio inestable de este cuadrito, a mí, que me encantan las excentricidades.
Finalmente, un fugaz esclarecimiento me iluminó.
Como dice Sir Arthur Conan Doyle,  palabras más palabras menos, después de eliminar todo lo imposible, lo que queda, aún  improbable,  es la verdad,  pues concluí que esto del cuadrito era en verdad un juego, concebido magistralmente por el autor.
Entonces decidí jugar.
Así, en la mañanita, con una sonrisa cómplice, pongo el cuadro derechito, con precisión de rayo láser. Por la tarde, constato si alguien vino a darle su toquecito. Un sube y baja, acompañado de un mensaje amoroso.  Así lo veo.
Todas las tardes, al llegar, me sonrío.
Ahora tengo un momento mágico todos los días.
Por cierto, este cuadrito se vino conmigo de Caracas en mi último viaje, un rescate de la vieja casona vacía. 
La artista es Carmen León de Henríquez, mi mama.

jueves, 15 de noviembre de 2012

LA ALCACHOFA


Anoche,  haciendo gala de la cualidad multifacética de las madres, sostenía yo, dos conversaciones en paralelo.  

Una de ellas era sobre la alcachofa.

Y  es que mi hija, la Nene, decidió, después de muchos años, confrontar un pequeño trauma de su infancia.  

La otra charla era por teléfono, con mi hijo, Santiago, sobre asuntos  intensos de la vida y sus misterios.

Así son ellos, el ángel y el dragón, mi equilibrio perfecto.

Y es que cuando mi hija tenía como, siete o diez años (ese es mi rango de precisión), la invitaron a cenar en casa de una familia muy elegante, de esas de mesonero con guantes.

Para su total desconcierto, le presentaron un monstruo puntiagudo y verde sobre el plato, que ella no tenía idea de cómo se llamaba, y mucho menos cómo se comía. (falla crasa en la educación gastronómica que yo le proporcionaba entonces, que consistía en carne, arroz y plátanos)

Pues la pobre se metió una hoja entera en la boca, la masticó, hasta que se dio cuenta de que aquello no se podía tragar y entonces, ( y aquí si me adjudico los créditos por su buena educación), sin decir nada, sin escupir ni poner cara de asco, se metió la hoja rumiada en el cachete  y siguió cenando como si nada.

La dueña de casa se percató de que algo andaba mal, mandó a que le retiraran la alcachofa y le trajeron unos huevos fritos  (de lo sublime a lo profano)

Mi hija se devoró los huevos fritos, con la alcachofa escondida en el cachete, sonriendo cortésmente. Siempre he dicho que la educación es carta de presentación.
Mis hijos son la mía.

Cuando la fui a buscar y me contó lo acontecido me estuve riendo todo el trayecto y hasta el sol de hoy.  Probablemente un psicólogo me hubiera dicho que eso de reírse de la mala fortuna de un niño es maltrato infantil, pero ni modo, no puedo evitarlo.

El hecho es que tengo varios días viendo unas soberbias alcachofas, que yo no compré, en la nevera: las quita trauma.

Mientras estaba yo sumergida en mi conversación meaningful con Santiago, de esas que me hacen sentir que ejerzo mi labor de madre y que a él le producen sueño,  la Nene me iba preguntando la receta de la alcachofa ( la verdad no tengo idea de cuantos minutos necesita una alcachofa, que falta de glamour, pero al ojo la fui guiando… como en la vida... ni modo)

Del otro lado del receptor yo escuchaba los acompasados  aja...aja...aja…aja... de mi hijo, mientras, en mi monólogo, yo le explicaba apasionadamente como resolver la vida, de acuerdo a mi vastísima experiencia.
Por otra parte, en este extremo del receptor...mamaaaaa, mamaaaa… cómo se come el corazón de la alcachofa?

Y, bueno, ante la crisis (una de sueño y otra de desesperación) terminé mi conversación con mi hijo, a quien ya notaba un poco impaciente y me concentré en la alcachofa.

Para  llegar al corazón, aparta la parte áspera y llena de espinas que tiene por encima,  entonces te vas a encontrar una capa tierna, muy delicada y suave. Esa es la verdadera delicia, ponle la salsita y disfruta de un bocado para los Dioses.

Me quedé estupefacta por un instante.

Eran las mismas palabras que le estaba predicando a mi hijo apenas unos minutos atrás.

Concluí: que buena enseñanza, la de la alcachofa.

lunes, 12 de noviembre de 2012

REMIENDOS


Cuando a mi papa le preguntaban algo que no sabia, respondía: Yo no se del hilo, María es la que cose.

Yo no entiendo nada de hilo, ni de agujas (tejer si me encanta), pero hoy me vi en la necesidad de remendar.

Y es que cada vez que saco los abrigos de invierno, me consigo con un hueco en un bolsillo, lo cual me produce una sensación muy rara e incómoda.  

Claro, como el roto no se ve, pues no le doy prioridad a remendarlo, más bien me provocaría ser víctima del consumismo  y comprarme una chaqueta nueva.

Pero eso va en contra de mis principios,  de la memoria de mi madre, y todas esas otras viejitas de mi familia,  magas de la aguja y dedal.

Hoy, cuando me puse la chaqueta y  mis dedos se quedaron atrapados en los agujeros del bolsillo, sentí que por allí se estaban fugando, no sólo las monedas, sino mi calor vital, mi  energía, mis ideas, mi suerte.  

Como si tuviera un hueco en mi aura, ese saco energético que lo contiene a uno.

Así que busqué el costurero (artículo más inútil que cenicero en motocicleta en esta casa). Ensarté la aguja, con suma dificultad, debido  a estos ojos que ha de comerse la computadora  y cosí los bolsillos de tres chaquetas,  torpe pero efectivamente.

Entonces me poseyó  el deseo incontenible de remendarlo todo.

Le zurcí a mi esposo un huequito que tenía en su suéter (la antítesis del zurcido invisible, pero él lo aprobó);  después unos pufs desvencijados (victimas de un visitante gordo).
 
Un par de cojines que cayeron en las fauces de Sancho, también fueron victimas de mi técnica de costura, casi tan burda como los dientes del perro.

No es fácil remendar.

Como parte de la necesidad de zurcir mis filtraciones, materiales y energéticas,  hoy preparé un rico almuerzo para la familia, invité a mi hija a hacernos las manos y le doblé la ropa que tenía una semana en la secadora; pensé cariñosamente en tres amigas que veo poco, pero a quienes quiero entranablemente, y les envié muy buenos deseos en silencio.  También traje a almorzar a mi casa a mis hermanas y hermanos, lejos, pero presentes siempre.

Y bien, al final creo que cosí varios huequitos que tenía a mí alrededor.

Mi chaqueta de invierno se siente mucho mejor, igual que ese otro abrigo que contiene los humores y fluidos cósmicos de uno.

Por si acaso, creo que voy  a dejar el  costurero a la mano.

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL ABANICO


Hoy domingo, después  del desayuno, anuncié que iba a Walmart  a comprar un felpudo.

Todos se rieron de mí y dijeron, sarcásticamente,  que ese podría ser mi magic moment del día.

La verdad que como plan de domingo ir a comprar una alfombra para limpiarse los pies, es deprimente.

En las grandes ciudades, la gente va a los conciertos, a los museos, a las plazas a tomarse el aperitivo.

Yo en Calgary, a comprar un felpudo.

Así que inventé otro plan y decidí, más bien, que iba a salir a regalarme un abanico.

Definitivamente, un abanico sería lo ideal para devolverle la brisa a un domingo sin viento.

Y aunque parezca mentira, hay un puesto de abanicos en Calgary. Una señorita asiática es la vendedora de este accesorio tan femenino, que oculta, que llama, que invita, que se agita.

Los hay de todos los colores y materiales, de nácar, de plumas, bordados, de bambú, de seda.

El que a mi me gustó es negro azabache, de encaje, con un bordado dorado y blanco, los tonos del momento.

Compré mi abanico con inmenso placer, como si hubiera consumado un acto de rebeldía, en un domingo canadiense. Como si, con esta simple compra, hubiera revolucionado el orden establecido de esta ciudad.

Llegué a la casa, me serví un Oporto y busqué el concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo; no sé por qué se me antojó como la música perfecta para escuchar después de comprar un abanico.

Al rato..... abanicándome imaginaria y  sensualmente, le pedí a mi esposo que por favor bajara el felpudo nuevo del carro.
Así le devolví la magia a este domingo sin viento.

jueves, 8 de noviembre de 2012

RINCONES


Me propuse rescatar los rincones de mi casa.

Esas esquinas llenas de telarañas donde no llega la aspiradora.

Para  habitar esos pozos de energía muerta, lo primero que se me ocurrió fue colocar un objeto  lleno de significado en cada vértice.

En mi casa hay muchos cachivaches (mi  British esposo pronuncia esta palabra tan rico, igual que  cuando se le traba la lengua diciendo ``arroz con coco``), muebles masivos, cuadros, alfombras, que compiten entre sí y distraen la atención.

Confieso que me encanta rodearme de libros, de arte, de música ( mi sueño es tener un Steinway) y de tonterías que he ido acumulando en el camino. National Geographic chic , me encantaría fuese mi estilo, que es más bien Caótico chic.

Pero, a veces, creo que descuido los rincones, esos lugares que son para meditarlos, para quedarse agazapado a media luz.

Los rincones son muy elocuentes, desnudan a sus habitantes.  Cuando visito una casa nueva, me fijo en sus esquinas.

Los de mi casa sólo revelaban la falta de trapo.

Entonces me di a la tarea de decidir cómo iluminar esos pequeños paraísos de las arañas.

Y me encontré en un singular dilema.

Será que pongo este cuadro, el florero coreano, el elefante…

Entonces, mi esposo, el de la lengua enredada, me ofreció un vino y ya no tuve dudas.

Manos a la obra.

En una esquina guindé un silencio, de esos que uno no quiere quebrar jamás.

En otra esquina una soledad, de aquellas donde a uno le gusta acurrucarse.

Más allá, en uno muy especial, coloqué una tristeza de esas que lo contentan a uno. Como el recuerdo de mi mama.

En la otra esquina  escribí en la pared la palabra Almendra. Simplemente porque me gusta como suena.

Y en el hogar de las mariposas nocturnas, más importante de mi casa, encendí una lámpara de aceite perfumado. 
Ese es mi amor.
Son mis rincones encantados, habitados con las cosas que no se pueden olvidar jamás. No importa que tantos muebles grandes y pretenciosos intenten distraernos.
Dijo un poeta persa, ``la casa es tu cuerpo grande``.

viernes, 2 de noviembre de 2012

PA' LA BOTELLA


Decidí desintoxicarme.

No solamente el cuerpo, pues tuve dos breves vacaciones muy seguidas (Caracas y Charleston) donde comí (y bebí) lo que me dio la gana (que rico).

El mejor Arroz a la Marinera del mundo y galaxias circundantes, en el Urrutia de Caracas (con su toque de Jerez, antojo acumulado) y las mejores ostras que he probado últimamente, de la costa Este de los Estados Unidos.

Pero aparte de la dieta, que nunca cumplo, pues siempre habrá otro lunes;  decidí desintoxicarme de todo lo negativo.

Esto suena aburrido y new age, pero, de vez en cuando, hay que hacer una purga (palabra horrenda).

Así que extrapolé mi resolución a todos los habitantes de la casa.

Dictatorialmente les hice saber a  esposo, hija, hijo -a distancia -novio de mi hija y perro,  que iba a poner una botella sobre la mesa y un pote de sencillo con la que todos contribuiríamos,  “silly money” como lo llama mi esposo, y a cada queja, crítica, chisme, miedo, mala premonición, terrible augurio o sentimiento malicioso que cualquiera expresase, iría una moneda a la botella.

 Al final donaríamos nuestras negatividades a alguna buena causa. (no es un buen incentivo para la caridad, lo sé, pero mis metodologías nunca son muy acertadas)

Una vez explicadas las reglas de la botella de las negatividades, sucedió lo esperado.

Una descarga de ametralladora de “Pa’la botella” en cada conversación trivial.

En algunos casos, ni siquiera había que terminar la frase. El lenguaje corporal ya delataba un…Pa’la botella.

Todos intentaron cambiar las reglas, que si dependía de la intensidad de la queja, critica o chisme, si era uno, cinco o diez centavos.  Que si dependiendo del ingreso de cada quien, que si era mejor una penitencia…  en fin, un rosario de quejas que se tradujeron en muchas monedas más…Pa’la botella.

Concluimos que necesitaríamos, no una botella sino un contenedor de esos de reciclaje. Pensamiento negativo… pa’la botella.

Nos reímos bastante, pero nos dimos cuenta, de la cantidad de toxicidad anímica que uno carga encima.

Mi  muy británico esposo dijo que él ponía veinte dólares, cien, un cheque en blanco, para tener derecho a  decir “what he fucking likes”.

Todo terminó mal. Y esta frase ya me costó otro penny…pa’ la botella….

El ejercicio fue efímero y apenas duró  unos pocos minutos.

Al final concluyo que tanta falta de negatividad es perjudicial para la salud. Creo que ahora estoy más estresada que cuando comencé.

Mi iniciativa de desintoxicación dio al traste, igual que cuando empiezo dieta, pero las risas borraron todo vestigio de negatividad.

Mañana le invito un café a alguien, financiado por los Pa’ la botella de esta divertida y positiva velada.

P.D.: chiste post Halloween de mi fallecido hermano (antes que se me olvide). él decia que siempre que iba a comprar una máscara de Halloween, le vendian la liguita.