Yo pensaba que el cuento más perfecto que yo había leído era “El Libro
de la Arena” de J.L. Borges, hasta que leí “La Santa”, de G. García Márquez. Si
no los han leído, les sugiero que lo hagan pues son ambos un inmenso placer hipnótico.
Dicen que “El Libro de la Arena”, escrito en 1975, es un presagio, o una analogía,
de la internet, cuando ni siquiera existía.
Pero a propósito de los santos, ese cuento de” La
Santa”, del cual no voy a contar nada para no arruinarles el final, me hizo
caer en otra reflexión mágica.
Nosotros los latinoamericanos somos muy “santeros”, en
el sentido que tenemos un santo para todo. Yo misma, a veces pido los favores
de San Pancracio, para el trabajo; a San Antonio, para que me aparezcan las
cosas perdidas (y si aparecen hay que darle un pan a un pobre como decía mi
mama); a San Judas Tadeo, que no sé qué hace, pero en cada cuadra de Caracas
hay como tres quintas con el nombre de
San Judas Tadeo. Caracas, la ciudad de las direcciones imposibles.
También le pedimos a los Arcángeles, San Miguel es mi
favorito, el de la espada flamígera; San Gabriel, que decía mi mama que era el más
ocupado, tuvo mucho trabajo, el de dar buenas
noticias.
Y por supuesto, nosotros los latinoamericanos siempre
estamos prendidos de la Virgen, en todas sus advocaciones.
Es algo lindo, yo creo. Hoy mismo, que mi hija
presenta su último proyecto de universidad, en mi mente le desee el clásico,
anda con Dios y la Virgen, y ella cada rato me recuerda, si le prendí la vela a San Pancracio ( aunque ya dije que no prendo
velas, pero aquí hay unas de pila… safety…auxilio
¿en que me he convertido?) para que consiga trabajo.
Hace tiempo, una doctora canadiense que conocí en un
curso de escritura, contó como anécdota curiosa, algo que para nosotros es muy natural.
Dijo que se quedó en shock porque una
paciente grave le dijo un dia: pray for
me, Doctor. Contaba la doctora, que ella no supo qué hacer con aquella petición,
que no durmió como en tres días, como si le hubiesen puesto un papa caliente en
las manos. Profunda diferencia cultural.
Pero, he aquí mi reflexión: hay otros santos anónimos
(y no es porque vayan a reuniones), que son incluso más santos. Tan santos que
pasan humildemente por la vida, sin que nadie ni siquiera los recuerde, probablemente en eso
radica su grandeza.
Ese es precisamente el regalo de “La Santa”. Es mi momento magico de hoy viernes.
Aquí el link.