viernes, 22 de febrero de 2019

YARAK





Aprendí una nueva palabra. Yarak...

Es un término persa que significa el supremo estado de alerta (supreme readiness), de un halcón, hambriento mas no débil, cuando se prepara para cazar.

Más que una palabra, me pareció un precioso instante poético que se quedó resonando en mí. Yarak…

Es un momento donde cada músculo, cada nervio, todos los sentidos, se concentran en una sola intención.

Un instante de infinita energía que se transformará en sustento, satisfacción, placer. Yarak…

Desde mi ventana veo pasar las águilas en su soberbio vuelo.   

A veces, se quedan suspendidas como un helicóptero, y de repente… Yarak… se lanzan en picada al río.

A veces salen con una trucha, otras, con un pichón de patito o gaviota o ganso (eso me parte el corazón, pero es el equilibrio de la naturaleza)

Desde mi ventana mágica, contemplo muchos momentos “National Geographic” como mi esposo y yo solíamos llamarlos.

En fin, la palabra Yarak me pareció fascinante y me puso a pensar en analogías, no de los halcones o águilas sino de la vida cotidiana de los humanos.

Y esto fue lo que pensé:

El momento en que un escultor da el primer golpe de cincel. Yarak…

Cuando el poeta mancha de tinta la página en blanco. Yarak…

Cuando el pintor sucumbe ante el color y se lanza al vacío del lienzo. Yarak...

Cuando los amantes se miran y se reconocen, parafraseando a Octavio Paz. Yarak…

Cuando se acepta el misterio de la muerte sólo para renacer con más fuerza. Yarak…

Cuando en la adversidad se opta por la esperanza. Yarak…

Cuando un país entero, dentro y fuera de sus fronteras, contiene el aliento y pone toda su intención, corazón y fuerza, en recuperar su libertad.

Yarak… Yarak… Yarak…

Viva Venezuela Libre

martes, 12 de febrero de 2019

LA IMPACIENCIA



“Be still. Stillness reveals the secrets of eternity”
Lao Tzu
Este lunes amanecí energizada. Cosa rarísima.

Como hago muchas veces en mi lugar de meditación, la cual consigo siempre y cuando no mencione, ni me acuerde de la palabra meditación, pues esta vez lancé varias piedritas, no al río, sino al Universo.

Culminé los primeros borradores de dos proyectos literarios, uno alegre y uno triste, y tomé iniciativas al respecto; mandé una invitación profesional, me llegaron contactos importantes, decidí pulir mi currículo.

Sentí como si liberara a varias aves cautivas de su jaula.

Los barrotes de esa jaula son los que yo me impongo, inseguridades, baja autoestima, falta de energía, sensación de incompetencia. Como dicen en inglés… you name it…

Y todo eso está muy bien si no viniera acompañado de otro problema.

La impaciencia.

Con la misma energía ígnea que me posee en los comienzos de cualquier proyecto, quiero que las respuestas, las noticias, las acciones, vengan de manera inmediata, es decir, ya.

Toda esa rara efervescencia de ayer, ese entusiasmo…

Y hoy, la calma chicha.

Ni una respuesta, ni un comentario, ni un email, ni llamada. 

Nada.

Reviso los correos cada cinco minutos y nada.

Me pregunto arrogantemente: ¿Qué le pasa al mundo que no reacciona cuando yo por fin decido moverme? Ese mismo mundo que tuvo la osadía de continuar su ritmo vertiginoso, cuando yo estaba en un hoyo profundo.

Y acabo de hacer una pausa para revisar los correos. Nada.

Por pura casualidad, buscando otra cosa, me conseguí con un cuaderno, cuya portada dice: “Dicen que la paciencia es una virtud. Hubiese querido que alguien me lo hubiera dicho antes.”

Y claro, recuerdo que lo compré porque me identifiqué mucho con esa frase. Impaciente, precipitada y estrellada, como buena Aries.

Pero todo ese yoga que hago, mirando el reloj para ver cuanto falta para la Shabasana y que se termine la clase, finalmente me hicieron detenerme un momento.

Así que decidí quedarme quieta. Muy quieta. Y esperar. El tiempo que fuera necesario.

También una frase de Lao Tzu me inspiró.

“Permanece muy quieta. La quietud revela los secretos de la eternidad.”

Y así, me serví mi copa de vino, miré los violetas sublimes del atardecer invernal y me entregué a la quietud.

A veces hay que hacer una pausa para que la magia se manifieste.

La pausa resultó muy corta.

Sonó un Tin Tin.

Un mensaje.

Confucio tenía razón, la paciencia infinita produce resultados inmediatos.

Gracias al yoga, prometo que me quitaré el reloj de ahora en adelante, y gracias  también a Lao Tzu.