miércoles, 24 de abril de 2019

LA COBIJA





Hoy amanecí arropada.

Anoté esa frase en uno de los múltiples cuadernos que tengo por ahí regados.

Como dijo una vez García Márquez, palabras más o menos, cuando se pierde la memoria, uno se hace de una de papel.

Probablemente esa frase era una clave de algún “momento mágico” que estaba por escribir y que quizás quedó perdido en una burbuja, flotando en el desorden del tiempo.  

Y esto me recordó un libro maravilloso que acabo de leer que se llama “El Orden del Tiempo”,de Carlo Rovelli, donde uno queda deliciosamente confundido, flotando en los vapores de la ciencia, la poesía, la música y la filosofía. Aristóteles, Newton, Einstein, Rilke, Proust, Schumann…

Volviendo al tema.

Parece una frase obvia.  Hoy amanecí arropada.

Casi tan obvia como cuando a uno le preguntan “¿Cómo amaneciste?” Y uno responde literalmente: “Estaba dormida y me desperté, arropada.”

Y es que claro, uno casi siempre amanece arropado, excepto cuando a uno le roban la cobija. 

Y esto me recordó una canción de José Sevillano, Dolor Llanero, un trabalenguas que me encanta (se las dejo al final)

Disculpen mi déficit de atención, me distraigo fácilmente.

Cuando leí esta frase en mi cuaderno viejo, deseé desesperadamente volver a amanecer arropada,  pero con la misma cobija vieja, mullida y cálida de mi vida anterior.

Pero no se puede.

Por muchos meses amanecí durmiendo a la intemperie.

Sin nada.

El dolor lo despoja a uno de todo.

El dolor es el alma desnuda.

Pero también se encuentra uno otras mantas en el camino, hechas de parches, como esas que aquí llaman quilts.

Es la que me arropa ahora.

Y así amanezco.

Entre pedazos de eternidad, recuerdos y poesía.

Risas de niño y cariños.

Cubierta de besos, eventos cósmicos que conforman mi vida. (lo aprendí del libro que antes mencionaba “El Orden del Tiempo”. Hay que leer el concepto, lo dejo al final)

Abro los ojos en la mañana confortada por todo ese otro amor que me rodea, incluido el de la ausencia.

Un amor eterno habita en la ausencia.

Después del frío, recuperé mi mantita, es otra, pero igual, cálida, mullida y cubre mis noches taciturnas.

Hoy amanecí arropada.

PD 1: Del libro “The Order of Time”, un libro que pareciera de ciencia, pero es más de poesía. Ese lugar donde se cruzan tiempo y eternidad, como leí en alguna parte.
Cito este extracto, disculpen la cita en inglés, porque no quiero traducirlo y que pierda fuerza:
“The world in not a collection of things. It is a collection of events. The difference between things and events is that things persist in time; events have a limited duration. A stone is a prototypical “thing”: we can ask ourselves where it will be tomorrow. Conversely, a kiss is an “event”. It makes no sense to ask where the kiss will be tomorrow. The world is made up of networks of kisses, not of stones.”

PD2: Un poco de música venezolana, mi favorita, para quedar con un sabor más terrenal, de lo sublime a lo profano, un parche más de mi cobija. https://www.youtube.com/watch?v=g5rkWpF6Cxg

miércoles, 3 de abril de 2019

LA TAPA DEL FRASCO




En mi país, si uno dice “ese se cree la tapa del frasco”, significa que esa persona es arrogante. 

Si uno dice “ese sí que es la tapa del frasco”, pues se trata de un individuo muy competente y excepcional.

Y esto no tendría nada de particular si no fuera porque todas las mañanas, tengo una pequeña pelea con la tapa del frasco.

No es una persona, es literalmente, la tapa de un frasco.

El frasco donde guardo el café.

Hay días en que se enrosca y desenrosca fluidamente y de maravilla. Otras, me cuesta, se traba, como si no perteneciera, como que me cambiaron la tapa o el frasco.

Es un pequeño contratiempo en mis mañanas solitarias.

Entonces comencé  a divagar que la tapa del frasco era una especie de oráculo.

SI la tapa se tranca, mi día se tranca.

Si la tapa fluye, mi día fluye.

Pero claro, el argumento de la tapa del frasco es bastante tonto, y mi mente científica sabe que ni me cambiaron el frasco ni la tapa, y que, si calza o no, no se trata de las fuerzas ocultas del universo.

Es algo más profundo.

Y es que hacerme el café de la mañana es una más de esas que llamo, “mis pequeñas soledades”. Durante las últimas casi dos décadas antes de su último vuelo, mi esposo amado me recibía cada mañana con un café. Era “his job”, como el mismo decía. Una de las mil cosas con las que me complacía.

Fue entonces cuando comprendí que ese traqueteo, esa pelea con la tapa del frasco del café, era quizás un sollozo oculto, una de esas “mini ausencias” del día a día, que a veces pesan más que el inmenso hueco de su partida.

Entonces decidí hacer un breve ritual matinal, antes de abrir el frasco del café.

Miro el sol naciente, lo saludo, respiro, agradezco.

Agradecer embellece el espíritu.

Me dejo invadir por la paz que se mete por mi ventana en forma de amaneceres y de su presencia mística.

En mi mente repito una especie de mantra que leí en alguna parte: “Que la luz que ilumina mi corazón sea la luz con que ilumine al mundo.”

Abro el gabinete y recibo su amor.

Y en este estado de relajación, desenrosco y enrosco la tapa del frasco, que ahora fluye como si estuviera recién aceitada.

Después, inhalo largamente el aroma de mi primer café: negro, intenso y dulce, como la vida.

Esa que aprendí que, con sus pequeñas soledades, con sus atascos, y trabas, sencillamente, sigue…