martes, 30 de abril de 2013

EL YOYO


Fue un encuentro con mi pasado. Gracias a  Salvador Dalí.

La historia es más surrealista que el manifiesto de Lautremont, considerado uno de los precursores de este movimiento, que define el Surrealismo como: “…el encuentro casual de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de operaciones”.

Creo que Lautremont se quedó corto y hasta  el mismo Dalí estaría muy complacido de esta historia.

Echaré el cuento en pocas palabras, si puedo y perdonen otra vez, lo anecdótico que se ha vuelto este blog.

Caracas, no recuerdo bien el año, finales de los setenta. Yo era un bebe casi ( jajaja).

 A mi mama, le llegaron unas entradas para una “vinada” de una obra de caridad muy famosa (AVEPANE). Para la época las entradas eran caras, me acuerdo, ochocientos bolívares cada una (el dólar estaba a Bs. 4.30 por $, calculen)

Mi mama,  Carmencita, por ser una buena causa, aunque costosas, decidió comprar una entrada y devolver la segunda.

Como no iría con mi papa (Joffre), pues le dio la entrada a mi padrino (Alfredo, “Cucucho”), vecino solterón.  Pero, mi mama, siempre pragmática (no la heredé en eso), tomó la precaución de escribir su nombre por detrás al ticket, por si acaso se ganaba alguno de los premios.

Adivinen ¿Cuál era el primer premio? Sí, una escultura original de Salvador Dalí.

Recuerdo esa noche  de sapitos caraqueños, el silencio perfecto,  como si hubiese sido ayer.

Como a las doce de la noche sonó el teléfono.

Como siempre, todos en la casa atendimos al unísono, en esa época creo que mi mama, mi hermano Rafael ( Q.E.P.D) y yo, que éramos los que vivíamos aún allí.

Se escuchaba un escándalo. Yo pensé que se había muerto alguien.

-Carmencita…Carmencita… - se escuchaba la voz de mi  Cucucho - El Dalí… te ganaste el Dalí...

Pues así fue. Mi mama se ganó el Dalí, “Homenaje a Newton”, un bronce de aproximadamente un metro y medio.

La solariega casa de Altamira lo acogió cálidamente.

Allí vivió por años, sobre un pedestal, en un rincón polvoriento y mágico de la sala de mi casa. Era parte de la familia.

En diciembre le poníamos un gorro de San Nicolás.

Y la bolita de Newton, desatornillable por cierto,  la llamábamos, EL Yoyo de Dalí.

Muchos años después, creo que a mediados o finales de los ochenta. Mi mama decidió venderla.

Nos despedimos de Dalí y su yoyo.

El Dalí se subastó en Sotheby’s en Nueva York, lo cual les trajo  un  resquicio de abundancia y bienestar a mis padres.

Mi encuentro mágico sucedió la semana pasada. Caminando con  mi esposo, por el barrio gótico de Barcelona, cerca de la Catedral, de repente quedé en shock catatónico.

Allí estaba nuestro Dalí con su yoyo.

Casi me da algo.

La coincidencia de un paraguas y una máquina de coser en una mesa de operación, es un detalle, comparado con la belleza de este encuentro.

A las pruebas me remito.

 Dalí Barcelona 2013

 Dalí casa de Altamira, Caracas 197X

domingo, 28 de abril de 2013

GALLETAS DE CAMBUR


Mi mama me enseñó una máxima de la cocina: Nada se bota todo se recicla.

Es uno de las pocos consejos culinarios que conservo de  mi mama, aparte del ponqué, la natilla y el quesillo (que aprendí por imitación), pues sus recetas eran muy vagas, algo  así como:

 Hallacas (el plato más elaborado de la gastronomía venezolana) mi mama lo resumía en: Haga un guiso. (¿?) o Pasticho (lasagna): Haga un guiso y una Bechamel (¿?)

Pero eso de no botar comida sí que lo aprendí y lo practico. Del reciclaje salen las mejores sopas del mundo.

Pero, hoy, creo que voy a hacer una excepción.

Mi hija, en su onda  de “fitness” y nutrición, decidió hacer unas galletitas de cambur.

Esta mañana nos las ofreció amablemente a mi esposo y a mí, y nosotros, que realmente comemos hasta piedras, declinamos gentilmente la oferta.

Le pregunté sólo por curiosidad que cual era la receta de las galletitas y me dijo que: cambur, avena, linaza, “Stevia” y polvo de cacao, y agregó  que eran muy sanas y satisfacían el apetito. (o el “apepito” , me hizo recordar  como decía su hermano Santiago cuando chiquito)

El resultado de las galletitas: algo horrendo en cuanto a color, presencia y textura.  Tan horribles, que ameritaron una foto.

Allí quedaron, languideciendo en la cocina, hasta que,  decidí darles el beneficio de la duda, por aquello del fitness y la buena nutrición.

Debo decir que el sabor  no defraudó para nada el aspecto.
Sencillamente blandas y nauseabundas. Horrendas.

Hace poco leí, y me pareció la mejor licencia del mundo para comer de todo y bien, que la buena mesa no engorda, y que una buena comida debe tener el mismo efecto de bienestar que ir a un concierto o pasar unas horas en un museo, actividades que llenan sin engordar.

No necesito de la linaza, ni la Stevia, ni la avena, realmente.

Pero en mi afán de no botar nada, decidí ofrecerle una galletita asquerosita a Sancho a manera de “treat”.

Sancho la miró con recelo, y creo que con los ojos me dijo como Santiago cuando pequeño: No gracias, no tengo “apepito”.

Pero como perro al fin, le echó el diente y se la comió.  

Se las devoró todas.

Espero que Sancho amanezca  bien, gracias a él honré la memoria de mi mama y las galletitas no terminaron en la basura.

viernes, 26 de abril de 2013

CAFE FORTUNA ( continuacion)


Las cosas están tan pesadas en la oficina, que decidí pasarme un rato por el Café Fortuna.

Pero esta vez,  me volví invisible y me dediqué a observar.

Es invierno, para el emigrante siempre es invierno.

La gente entra tiritando y se quitan exageradas capas de encima.  El frío, no sólo el que tiene que ver con temperatura,  es parte del drama de quienes salimos de lugares tropicales.

Primero entró el señor Amable, ese es su nombre, que de paso lleva muy bien.  Amable, ya va por su octava entrevista de trabajo sin suerte.  Me parece que hoy va en camino a otra porque esta “enfluxado” o “empartolao” ( como decía un amigo Margariteño, es decir de “partó” o paltó) y luce más nervioso que de costumbre. Fortuna le leyó la borra del café y le dijo que esta vez sí le darían el puesto. Vi salir por la puerta al Señor Amable, con aire de triunfador. Y Fortuna feliz, meneando las caderas.

Al rato, se presentó Carmen, encantadora cincuentona. Ella no lo reconoce, pero se siente sola.  Esta noche tiene un “online date”, otro,  allí precisamente, en el Fortuna.  Carmen se ha llevado unos buenos chascos con sus citas a ciegas. Claro, ella miente en su perfil, se quita años y pone una foto falsa.  Fortuna le echa los caracoles, son más efectivos para cuestiones de amor. Fortuna le vaticina, que esta vez su cita será un éxito. Hay campanas de boda. Veo a Carmen salir del Café Fortuna,  con diez años menos.

Al rato se presenta Alexandra, una linda jovencita,  recién llegada, llena de ilusiones, que busca trabajo para pagar sus estudios de música.  Un detalle, no tiene visa de trabajo, pero viene por el anuncio de “Help needed”.  Fortuna la mira, y sin preguntarle gran cosa, la contrata. Alex empieza esta noche, en el Café Fortuna hay música en vivo en las noches (también licor clandestino) pues no tiene licencia. Alex sale de allí radiante.

Entra Camilo Pascual.  Un sesentón  encantador, enamorado de Fortuna.  Fortuna es puro desdén, pero en el fondo le gusta. Lo sé porque cuando el entra, sus caderas se menean con todavía más ímpetu. Camilo Pascual tiene un taller mecánico, cerca del establecimiento y todos los días viene puntualmente a tomarse el café y a cortejar a Fortuna. Siempre se despide diciendo… “Adios Fortuna..el amor es como el trigo… si no se riega no nace… como nacería este mismo, si tú nunca lo regaste” ( Camilo Pascual le robó estas palabras a mi papa)

Entonces entra un personaje siniestro que pregunta por Fortuna, y en inglés. Un señor de abrigo negro. Cuando ella confirma que se trata de Fortuna Mendizábal. El hombre le extiende un sobre marrón. Fortuna lo toma. Se sienta. Lo abre. Lo lee.  
Palidece.

Yo me quedo observando sin decir nada.

Fortuna nunca llora, pero sus ojos estaban a máxima capacidad de embalse. Sacó de su escote la foto arrugadita y “no te preocupes mi niño, “we will survais” (Fortuna siempre cambia las palabras en inglés, es muy divertido, casi siempre)

Entonces, de un rincón, sale un señor muy mayor. Una presencia mística. Un ancestro tal vez.

Fortuna y el viejo se sienta en una mesa y conversan.

Decidí que era un momento íntimo, así que salí y regresé a mi oficina.

Allí me esperaba mi pesada realidad laboral.

Estos son algunos de mis personajes, a desarrollar, de mi experimento teatral.

En mi próxima depresión laboral se enterarán del conflicto dramático de Fortuna. Quizás regrese en la noche para la música en vivo y los tragos prohibidos.

El segundo acto será pura alegría.

Así es la vida.

miércoles, 24 de abril de 2013

EL VINO AFORTUNADO


Me bebí un vino afortunado.

Lo sentí honesto y fresco, como una bendición.

Como si el vino me estuviera deseando un incondicional e infinito bienestar; como cuando las madres despiden a sus hijos en la mañana cuando van al colegio; como los encargados de la cosecha, bendicen su jornada; o como cuando los bondadosos bendicen a todos, hasta a sus enemigos.

Me pareció que  el jugo de esa uva conocía mi itinerario de vida, mi familia,  mi banda sonora, mis acontecimientos, mis penas y mis aplausos,  mis tribulaciones, las de hoy, las de ayer.

Mi vino afortunado llegó a un lugar profundo, y en su deslizar, regó mis desiertos y me llenó de una abundancia  gozosa, como de tierra fértil.

Fue este un vino tan gentil, que lo recibí como una señal con notas de manzana  y tonalidades de hiedra.

Un testimonio cósmico.

Siempre tiene uno que estar pendiente de esas señales misteriosas, como las que me trajo mi vino afortunado, para devolverlas al Universo en forma de explosión silenciosa y extensa, como un agradecimiento.

La verdad este vino me cayó muy bien.

Me lo tomé el  pasado sábado, junto a mi esposo, al aire libre, después de una linda semana llena de encuentros luminosos, en mi último día en Barcelona.

miércoles, 10 de abril de 2013

EL ABRAZO VA POR DENTRO


 
 
Hoy quiero hablar de mi bandera.
Esa que por catorce años,ha sido abusada, deshilachada, ensangrentada.

Rota.

Para un venezolano, su bandera es otra capa de piel.
Sólo que esa otra dermis, la lleva uno más adentro.

Demasiado tiempo ya. 
 De bandera desinflada, arrugada.
Maltratada y sin viento.

Bandera a media asta.

Piel arrasada de abandono.

Hecha jirones.
 Exhausta.
Adolorida de tanta violencia.

Quiero arroparme con una bandera nueva.

Erguida y orgullosa.

Flameante de valor y de decencia.

Quiero dormir tranquila de presente y  futuro.

Quiero olvidar los adioses.

Y abrazar los regresos.

Quiero mirar, de nuevo en la distancia,
su deslumbrar de siete estrellas
lluvia que repiquetea en las tejas
rincones que se saben nuestros nombres
calles en cuyos árboles, habitan los recuerdos.

Bandera de Venezuela.
El próximo domingo.
Quiero sentir tu abrazo desde adentro.
 La foto es cortesía de una linda e inspiradora amiga, Titina, en el Puente de la Paz en Calgary, obra del arquitecto Santiago Calatrava. Mejor escenario imposible para pedir por la paz de nuestro país Venezuela,  que va de nuevo a elecciones el domingo 14 de abril. Esperemos esa noche podamos arroparnos de bandera y esperar el amanecer de un nuevo país.
 Abril 21 de 2013: La bandera sigue rota, como el corazón, como el abrazo. Pero seguimos adelante!

jueves, 4 de abril de 2013

FORTUNA


Fortuna es una mujer redonda, en toda su esfericidad y dimensión.

Y es que nadie con ese nombre podría  ser de otra manera.

La conocí en un café aquí en Calgary, precisamente en el Café Fortuna. Ella es la dueña.

El Café Fortuna queda en una calle sin nombre, oculta en una dimensión desconocida de la ciudad. El lugar es la propia taguara, pero tiene un encanto particular.

Antes de entrar, me quedé mirando un rato por una rendija. Fortuna estaba trapeando el mostrador, cantando y bailando, dando vueltas y meneando la cadera pa`lla y pa `ca y viceversa.

De pronto  se sentó en uno de los taburetes a descansar,  y sacó de su escote una foto arrugadita.  La miró  con devoción por unos  segundos y siguió con su merengue apambichao,  quebrando la cintura, como si nada.

Al fin me decidí a entrar.

Me dijo “gud morrnin”, pero en segundos, sin yo pronunciar palabra, se dio cuenta de que yo hablaba español.

Entonces me ofreció la sonrisa más radiante y autentica que he visto  últimamente, como si se prendiera un faro, y me descargó una ráfaga de ametralladora en mi idioma, con un acento latinoamericano que no pude descifrar.

Sin preguntar, Fortuna me sirvió el café más delicioso que ha visto esta ciudad helada y de vientos. Dulce y cargadito.

En menos de tres minutos, así somos los latinos, le conté mis vidas.

Entonces, Fortuna me leyó la borra del café, los caracoles, la baraja  española y de repente me dijo, así no más:

¡Tú eres bella!

¿Bella? –pensé. Pero si últimamente me dijeron que estaba “como mueble fino” es decir:  bien acabada….

Pero me lo creí. Era un “bella”  tan diáfano, que cómo no aceptarlo.

Estaba en el medio de una reunión de trabajo, así que, pagué la cuenta y salí del Café Fortuna, con un entusiasmo que tenía tiempo sin sentir.

Antes de  regresar a mi reunión, le pregunté a Fortuna, que de quién era la foto que estaba mirando cuando entré al café.

Entonces por un momento sus ojos  sufrieron una inundación controlada.

Fortuna no llora nunca, aunque a veces ganas no le faltan. 
Ese es mi niño, amor…

Y siguió meneando las caderas, tarareando  esta vez una salsa.

Fortuna tiene una pena, como la que tenemos todos los que hemos salido de nuestro país.

Una penita.

Salí del Café Fortuna, con ganas de volver.

Y ahora tengo una confesión que hacer.

Fortuna es un personaje de un proyecto de obra de teatro que me ofrecieron ayudar a escribir.  

Fortuna se me presentó en medio de una reunión de trabajo.

De pronto me desperté en la sala de conferencias, rodeada de gente hablando de números y porcentajes, con gusto a buen café.

Estoy descubriendo, poco a poco, a Fortuna y su local, que en la noche se convierte en bar clandestino.

En la próxima reunión de proyectos, me tomaré un roncito con mi nueva amiga.