Mi mama me enseñó una
máxima de la cocina: Nada se bota todo se recicla.
Es uno de las pocos
consejos culinarios que conservo de mi
mama, aparte del ponqué, la natilla y el quesillo (que aprendí por imitación),
pues sus recetas eran muy vagas, algo así
como:
Hallacas (el plato más elaborado de la gastronomía
venezolana) mi mama lo resumía en: Haga un guiso. (¿?) o Pasticho (lasagna):
Haga un guiso y una Bechamel (¿?)
Pero eso de no botar
comida sí que lo aprendí y lo practico. Del reciclaje salen las mejores sopas
del mundo.
Pero, hoy, creo que
voy a hacer una excepción.
Mi hija, en su
onda de “fitness” y nutrición, decidió hacer
unas galletitas de cambur.
Esta mañana nos las ofreció
amablemente a mi esposo y a mí, y nosotros, que realmente comemos hasta
piedras, declinamos gentilmente la oferta.
Le pregunté sólo por
curiosidad que cual era la receta de las galletitas y me dijo que: cambur,
avena, linaza, “Stevia” y polvo de cacao, y agregó que eran muy sanas y satisfacían el apetito. (o
el “apepito” , me hizo recordar como decía
su hermano Santiago cuando chiquito)
El resultado de las
galletitas: algo horrendo en cuanto a color, presencia y textura. Tan horribles, que ameritaron una foto.
Allí quedaron,
languideciendo en la cocina, hasta que, decidí
darles el beneficio de la duda, por aquello del fitness y la buena nutrición.
Debo decir que el
sabor no defraudó para nada el aspecto.
Sencillamente blandas y nauseabundas. Horrendas.
Sencillamente blandas y nauseabundas. Horrendas.
Hace poco leí, y me pareció
la mejor licencia del mundo para comer de todo y bien, que la buena mesa no
engorda, y que una buena comida debe tener el mismo efecto de bienestar que ir
a un concierto o pasar unas horas en un museo, actividades que llenan sin
engordar.
No necesito de la
linaza, ni la Stevia, ni la avena, realmente.
Pero en mi afán de no
botar nada, decidí ofrecerle una galletita asquerosita a Sancho a manera de “treat”.
Sancho la miró con
recelo, y creo que con los ojos me dijo como Santiago cuando pequeño: No gracias,
no tengo “apepito”.
Pero como perro al
fin, le echó el diente y se la comió.
Se las devoró todas.
Espero que Sancho
amanezca bien, gracias a él honré la
memoria de mi mama y las galletitas no terminaron en la basura.
A fuer de ser sincera, yo tampoco me las hubiera comido. Un abrazo saltarín
ResponderBorrarY con toda razón Ester! Mi hija dice que exagero jajaja
BorrarUn abrazote
Jajaja divertida entrada, me alegro de que pudiste aprovecharlo. Mi madre es como la tuya, lo suyo roza lo obsesivo...
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