viernes, 15 de julio de 2022

EL SOMBRERO

 

"The most interesting man in the world" In Memoriam
 

En esta época del año, corro a buscar mi sombrero vaquero.


Son las fiestas de la ciudad, cuyo lema, después de la pandemia, me conmovió: Calgary Stampede 2022, Together Again (Juntos otra vez).


Los reencuentros, personales o colectivos, siempre emocionan.


Entonces comenzó la búsqueda del sombrero perdido, dentro de esa otra chistera de mago, desde donde saltan mil conejos. El sombrero grande y revuelto que llamo mi hogar.


Razón tenía Gabriel García Márquez cuando decía que, cuando se comienza a perder la memoria, uno se hace de una de papel.


Y disculpen lo repetitiva, pero cuando recuerdo mi mala memoria, no puedo dejar de mencionar lo que decía mi hermano (QEPD): hay tres signos de envejecimiento, el primero es la pérdida de la memoria y los otros dos se me olvidaron.


En fin, la travesía para encontrar el sombrero extraviado resultó fascinante, porque como ocurre siempre, buscando algo, aparecen otras cosas.


Y así revolviendo closets, aparecieron libros, cartas, papeles viejos.


Esa otra memoria no solamente de papel, sino fabricada de fino encaje de tiempo, de agua y de estrellas… (“ay, amar es un viaje con agua con estrellas…” Pablo Neruda)


Al final apareció el sombrero.


Aplastado y polvoriento, pero intacto en su magia.


Después de sacudirlo un poco y devolverlo a su forma original, salí a caminar, como siempre, a las orillas de mi río. Ese torrente que es mi particular abundancia.


La magia de los sombreros no se hace esperar.


Y así, bajo esa hoja infinita de papel que delinea el horizonte, tuve la certeza de que alguien me escribía.


Me pensaba.


Me buscaba.


Me presentía.


No pude ver su rostro, pero en el ala de mi sombrero, como plumas al viento, me acariciaron sus pensamientos…

sábado, 2 de julio de 2022

CAMINOS VERDES



A veces me voy por los caminos verdes.

Los geográficos y los de la mente.


En mi país llamamos los “caminos verdes” a la ruta menos directa, pero quizás más tranquila y pintoresca.


Abandonar la autopista para tomar veredas solitarias me ha resultado muy inspirador.


Sucedió que, durante mi paseo diario por el parque, descubrí un caminito angosto, en medio de la pradera infinita, el equivalente a la “sabana íngrima” de mi tierra, como dice una canción venezolana.


Y parece mentira, pero en esa ‘ingrimitud”, en que el mundo pareciera totalmente deshabitado, me siento más acompañada que nunca.


Allí, en el medio de espigas y flores silvestres, entre maripositas azules, pajaritos que vuelan nerviosos a mi paso, piedritas y charcos, acuden a mi alma todas mis presencias amorosas. Esas que me acompañan sin estar y me llevan de la mano, cada día…


Y de repente, cambia el aire, regreso de mi ensueño y vuelvo al camino concurrido de ciclistas y caminantes como yo.


Razón tenía Mario Benedetti: “Tengo una soledad tan concurrida, que puedo organizarla como una procesión”.


Y así, en mi lenta procesión, la de afuera y la que va por dentro, camino hasta llegar a mi realidad y a mi casa, a mi soledad ni tan concurrida, y tarareo en mi mente canciones venezolanas, las más bellas.


Esas que hablan de “…bronces con aire tristón” (Crepúsculo Coriano); o “... penas que mueren en aceite sucio” (Pueblos Tristes); o “...como quien afina el cuatro ante la sabana íngrima” (Llanera Altiva).


En mi tierra los motorizados suelen decir “nos vemos por el espejo”, yo me despido hoy diciendo:


Nos vemos por los caminos verdes….




“Si usted quiere saber dónde está su corazón,

mire a donde va su mente cuando pasea.”

Walt Whitman


LA MOSCA


 

Me tragué una mosca.

Más bien un mosquito de esos que se alborotan en el verano.


Sucedió mientras caminaba a lo largo del río con una amiga, enfrascada en apasionada conversación, probablemente de asuntos sin importancia, que al final son los que importan.


Lo admito, tiendo a hablar demasiado.


En mi profesión como ingeniera, he tenido que explicar mis argumentos con fiereza y convencer mediante la palabra.


En mi vida familiar, casi siempre abro la boca más de la cuenta y tiendo a dar mi opinión cuando no me la piden. Mi yerno y nuera pueden certificarlo, parte del oficio de suegra.


También domino el inefable arte de interrumpir. Y bromeo diciéndole a la gente: “No es que te esté interrumpiendo, es que tú sigues hablando mientras te interrumpo”.


Pero en general, el mundo entero tampoco calla nunca; habla, habla, habla.


Bien dice Isabel Allende que: “El mundo es un gran ruido entre dos silencios abismales”.

 

Pero se llega a cierta edad en que hay que aprender a mantener la boca cerrada y hacer como nos aconseja Jorge Luis Borges, “No hablar, a menos que se pueda mejorar el silencio”.


Pues bien, mi propósito de enmienda es que, de ahora en adelante, voy a hablar menos, a escuchar más y mejor, a no interrumpir y prestar atención a mis semejantes, un raro don.


Y la recompensa temprana de esta resolución es que, mientras escribía estas líneas, me visitaron varios de esos que llamo los silencios perfectos.


El coro de sapitos de Caracas, a las seis de la tarde, parte de mi maleta de nostalgias.


La nieve sigilosa, que acaricia las penas, aquí en mi país adoptivo Canadá.


La copa de vino que murmura al paladar los secretos de las uvas.


La música oculta de un poema.


Pero sobre todo…


Escribir.


Mi particular manera de callar.


Con razón dicen por ahí, que en boca cerrada no entran moscas.