jueves, 30 de marzo de 2023

MELODIA CÓSMICA

 


Para Alba y Santiago

 

Dicen que el Universo es silencioso.


Claro, no hay atmósfera y por lo tanto no se puede transmitir el sonido.


Hasta ahí entiendo.


Sin embargo, parece que las mentes más prodigiosas, los mejores científicos del mundo, han recopilado datos astronómicos de los telescopios más potentes y los han traducido en sonidos audibles para el oído humano.


Me imagino que tuvo que ser muy complicada esta conversión de frecuencias, oscilaciones, ondas gravitacionales y vaya usted a saber, para conseguir estos sonidos del cosmos.


Investigando un poco para escribir esta crónica, conseguí un video donde es posible escuchar estos, más bien gruñidos, que hacen las galaxias, los cometas y los huecos negros.


Realmente admirable.


Pero hace poco, así, en mi vida simple y doméstica, sin ayuda de la NASA, sin telescopio Hubble, sin cálculos sesudos, sin gatitos de Schrodinger, teoría de cuerdas, ni series de Fibonacci, fui testigo del sonido más ancestral del universo.


Ocurrió hace poco, un día en que fui a acompañar a mi nuera Alba.


Yo cerré los ojos para oír mejor.


De pronto, lo escuché claramente.


El eco de un viaje largo y lleno de estrellas.


Un latido, constante y persistente.


Tic,tic, tic, tic…


La melodía cósmica más dulce.


El verdadero canto a la vida.


Toda la ternura y el palpitar del universo, allí, en el vientre de una madre.


Un nuevo corazón ha comenzado a latir.


CANTO A LA VIDA
Roberto Duroe
1970


 

viernes, 24 de marzo de 2023

POST # 400: VISITA AL ZOOLÓGICO

 


Todas las mañanas doy un paseo por el zoológico.


Me queda muy cerca y cada una de las criaturas vivientes que consigo a mi paso, me hacen sonreír.


A algunas, ya hasta las conozco por su nombre.


William, el hipopótamo azul.


Amarula, el elefante africano que tiene un colmillo roto.


Dana, la llama peruana.


Y así, también saludo al jaguar, al águila calva, a un camello.


También le digo hola a una tortuguita mexicana que se llama Oswaldito.


En un lugar especial vive un animal mitológico, se llama Lambanana, es una especie de oveja amarilla con una cola alargada.


Regreso de mi paseo cotidiano, con el alma muy llena.


Ah, y de paso, también me encuentro cada día con Don Quijote y Sancho.


Es el momento de confesar que, esa visita por este, mi zoológico particular, ocurre en la sala de mi casa.


Un paseo visual, un safari de recuerdos, ahí sobre mi mesa, en las repisas de la biblioteca.


Siempre digo que, en mi próxima vida, si es que la hay, seré minimalista y tendré solo una silla, un cuadro y un florero.


Pero en esta vida, no.


En esta de ahora me refugio en mis cachivaches.


En ellos renuevo cada día, mi historia de amor.


A veces pienso que en mis espacios abarrotados ya no cabe nada más.


Entonces recuerdo un verso de Antonio Porchia.


En un alma llena cabe todo, en un alma vacía no cabe nada.


Tengo suerte, en la mía caben hasta elefantes.



PD: Con este, celebro mi post #400. El primero lo publiqué en julio del 2011. Muy agradecida por estos 400 momentos verdaderamente mágicos que me ha regalado la vida.

lunes, 13 de marzo de 2023

ESPEJISMO


Leí una vez que, se llega a cierta edad en que los años pasan muy rápido, pero los días son eternos.

Ya llegué a esa edad.


No más gráficos, no más reuniones aburridas, no más jefes difíciles, no más reportes de progreso; no más quince y último… estos sí que los extraño.


Pero soy finalmente dueña de mi tiempo precioso y en mis días eternos, llenos de nuevas aventuras, salgo a caminar.


Mi nuevo trabajo consiste simplemente en prestar atención. Dicen que el deleite es la recompensa de prestar atención.


Hace poco salí en mi ruta habitual, pero noté algo diferente.


La nieve se había derretido y hacia calor. Sí, calor en marzo.


Me quité la chaqueta, la bufanda, los guantes y me fijé en un inusual resplandor al final del camino.


Me pareció divisar una vegetación diferente en el horizonte.


¿Palmeras? - me dije - ¿En Calgary?


Juro que no tenía ni una gota de alcohol en mi sistema.


Aceleré el paso. Tropecé. Me levanté. Sentí una sed atroz.


Persistí, llegué al final del camino.


El resplandor provenía de una playa, plateada y de arenas blancas.


Corrí hacia el agua y me sumergí.


Bebí de aquel extraño resplandor.


Descansé sobre la arena, tan luminosa como la nieve que reposaba allí hace poco.


Pensé que todo esto era un espejismo.


Pero mis manos estaban mojadas. Mi cuerpo cubierto de arena blanca.


Mi sed calmada.


No, no era un espejismo.


Era un poema.


Regresé a mi casa, empapada de palabras, dispuesta a escribirlo.

Sospecho que necesito unas vacaciones en la playa, después de este largo invierno.

 

Sumergió sus dedos en el desierto

Y escribió un poema con agua de espejismo

Fawziyya abu Jalid

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 7 de marzo de 2023

SACO DE ARENA

 


 

Sucedió hace muchos años, en el Tate Gallery de Liverpool, Inglaterra.


Literalmente, tropecé con un saco lleno de algo que parecía ser cemento o arena.


Pensé que estaban haciendo trabajos de renovación y alguien había olvidado un saco de arena en la mitad de la sala. Casi le digo al vigilante que el saco en cuestión era “unsafe”, pues estaba en un lugar muy transitado.


Pero de pronto me fijé, que no, el saco de arena era el protagonista de la instalación de la sala.  El nombre de la obra era simplemente eso: Saco de Arena, (Sandbag).


En los museos, me suele suceder que tiemblo y me maravillo ante ese silencio íntimo, ese territorio sagrado que se produce entre el observador y el artista.


En este caso, ahí, frente al saco de arena me quedé en neutro.


Me senté en un banco para observarlo con detenimiento.


El banco crujió.


Mi mente llena de escaramuzas, intentó descifrar el sentido de aquella obra.


Quizás el saco representa este recipiente caduco que llamamos cuerpo y la arena refleja la soledad existencial del hombre.


Si al menos el artista hubiese titulado el cuadro, Autorretrato, o Naturaleza muerta, nos hubiese dado alguna pista.


Pero no, Saco de Arena.


El banco volvió a crujir.


El vigilante se me acercó y me dio una reprimenda, pues el banquito era parte de la instalación.


Sali de la sala, avergonzada de mi ignorancia, pero al final lo consideré un aprendizaje.


Tal vez el artista quería expresar simplemente eso, un saco de arena… y un banquito.


La honestidad, esa olvidada virtud, debe ser también una forma de arte.


De esta experiencia también me quedó otra enseñanza.


La próxima vez que visite un museo de arte contemporáneo, antes de sentarme en el banquito, pregunto.