sábado, 30 de abril de 2022

LA MALETA

 



La maleta no llegó.

Se quedó en un limbo entre Miami y Toronto.


Llegué a casa de madrugada, agotada, sólo yo y mi derrotada humanidad.


Ese otro paquete complejo y a veces mal amarrado.


Ese otro contenedor que llamamos cuerpo, físico o etéreo, terrenal o astral, pero que igual que las maletas, hay que trasladar de un lado a otro, arrastrar a veces, en carro, en taxi, en tren, en avión, en burro, a pie.


Pero como decimos en mi país “sarna con gusto no pica”.


Cuando uno viaja, sobre todo a ver a los hermanos después de una larga pandemia, se llega con el cuerpo cansado y los bolsillos vacíos, pero el corazón lleno.


Con razón dicen que viajar es la única actividad donde uno gasta dinero para ser más rico.


Y todo esto de la maleta, que no llegó, me inspiró esta otra reflexión.


Al final uno se va de este mundo sin equipaje, sólo el que uno lleva puesto, en el maletin del alma.


Ese otro recipiente intangible, infinito, mágico, como la cartera de Mary Poppins.


Una maleta llena, a reventar.


De amores, de ternuras, de bondad, de música, de poesía, de arte, de todas esas cosas que son el aliento y alimento del espíritu humano.


También de dolor, ese velo sagrado, ese encaje exquisito, que hay que doblar con cuidado y guardar en un compartimiento especial, a buen resguardo.


Una vez leí que “en un alma vacía no cabe nada, y en un alma llena cabe de todo”.


Mi equipaje está full.


Y mientras permanezca en este planeta, seguiré empacando.

 

PD: La maleta, la otra, la de las compras “mayameras”, me llegó a mi casa al día siguiente.

miércoles, 27 de abril de 2022

LAS OLAS




 


Nací al pie del Ávila y junto al Caribe.


El mar es mi elemento.


Sin embargo, tenía una pandemia sin verlo, sin tocarlo, sin entregarme a él.


Ocurrió hace poco, el día de mi cumpleaños, abril 17.


Entré, como Alfonsina, “por la blanda arena…” pero afortunadamente pude regresar para contarlo… “vestida de mar”.


Esto es lo que aprendí sobre las olas.


El contacto con el agua me regañó al principio.


Ese frio helado, que poco a poco se confunde con la sangre y se convierte en tibieza.


Una amiga, el día anterior, me previno: no te metas muy hondo pues hay tiburones en estas playas.


Y bueno, la verdad, el mar no me intimida, crecí con él.


Los lagos canadienses sí. Llenos de monstruos de mi imaginación, y además gélidos. Mientras más azules más fríos. (lagos glaciares)


Pero, en fin, me adentré en el mar junto al suave golpear de las olas, su espuma, su cadencia.


¡Qué mejor regalo de cumpleaños!


Al principio, trastabillé.


Una ola grande me revolcó.


Pero, poco a poco, como viejos amantes, nos fuimos reconociendo.


Comprendí sus pausas y sus urgencias.


La calma.


Breve.


La resaca intensa, que arrastra y lleva.


La ola gigante que viene sin prevenir.


Como los obstáculos en la vida.


Que, si uno les da la espalda, revuelcan, tumban y ahogan.


A la ola gigante, he aprendido, hay que afrontarla de frente.


Mirarla a los ojos y en la cumbre, entrarle sin miedo.


Sentir como su furia derrotada peina la espalda.


Y salir, del otro lado, airosa.


Mirar su soberbia convertirse en espuma, mansa y salobre.


Las olas.


Una buena metáfora de la vida.


Disfrutar de la calma, mientras dure.


Enfrentar la ola grande.


Mirarla a los ojos sin titubeos.


Al final salí del mar, dispuesta a disfrutar de una cerveza bien fría y descansar el resto del día.


Un año más de vida.


Sin ti.


Pero, como las olas, seguimos…


jueves, 7 de abril de 2022

HELADO DE CHOCOLATE

 


Jamás subestimes el poder de un helado de chocolate.

Lo aprendí ayer.

Un helado de chocolate bien compartido es, por un instante, detener el tiempo.

Dos niñas, sin edad, se sientan en un banquito a mirar más allá del horizonte y saborear la amistad entre palabras y silencios.

Ha sido una larga caminata.

La que hicimos ayer por los caminos de nuestra bella ciudad y la de nuestras vidas.

Desde las aulas de la universidad.

Exámenes, estructuras, hidráulica, mecánica de fluidos, diseño de acueductos, ferrocarriles.

El jardín de una casa soleada de Altamira.

Después, caminos distintos, hasta que llegamos a converger en este remanso con sabor a chocolate.

Como el río de Octavio Paz, ese que “se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre”.

Así nos trajo a esta tarde de abril, con sus piedras, sus tropiezos, sus momentos de caudal glorioso o de árido estío.

Dos niñas disfrutando de una tarde de amistad y de deleite.

Hasta el próximo heladito.

 

PD: No tomamos selfie jaja, pero quedan estas palabras de recuerdo. Abril 6, 2022. 

Dedicado a mi amiga Mariela