miércoles, 27 de abril de 2022

LAS OLAS




 


Nací al pie del Ávila y junto al Caribe.


El mar es mi elemento.


Sin embargo, tenía una pandemia sin verlo, sin tocarlo, sin entregarme a él.


Ocurrió hace poco, el día de mi cumpleaños, abril 17.


Entré, como Alfonsina, “por la blanda arena…” pero afortunadamente pude regresar para contarlo… “vestida de mar”.


Esto es lo que aprendí sobre las olas.


El contacto con el agua me regañó al principio.


Ese frio helado, que poco a poco se confunde con la sangre y se convierte en tibieza.


Una amiga, el día anterior, me previno: no te metas muy hondo pues hay tiburones en estas playas.


Y bueno, la verdad, el mar no me intimida, crecí con él.


Los lagos canadienses sí. Llenos de monstruos de mi imaginación, y además gélidos. Mientras más azules más fríos. (lagos glaciares)


Pero, en fin, me adentré en el mar junto al suave golpear de las olas, su espuma, su cadencia.


¡Qué mejor regalo de cumpleaños!


Al principio, trastabillé.


Una ola grande me revolcó.


Pero, poco a poco, como viejos amantes, nos fuimos reconociendo.


Comprendí sus pausas y sus urgencias.


La calma.


Breve.


La resaca intensa, que arrastra y lleva.


La ola gigante que viene sin prevenir.


Como los obstáculos en la vida.


Que, si uno les da la espalda, revuelcan, tumban y ahogan.


A la ola gigante, he aprendido, hay que afrontarla de frente.


Mirarla a los ojos y en la cumbre, entrarle sin miedo.


Sentir como su furia derrotada peina la espalda.


Y salir, del otro lado, airosa.


Mirar su soberbia convertirse en espuma, mansa y salobre.


Las olas.


Una buena metáfora de la vida.


Disfrutar de la calma, mientras dure.


Enfrentar la ola grande.


Mirarla a los ojos sin titubeos.


Al final salí del mar, dispuesta a disfrutar de una cerveza bien fría y descansar el resto del día.


Un año más de vida.


Sin ti.


Pero, como las olas, seguimos…


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