Nací al pie del
Ávila y junto al Caribe.
El mar es mi
elemento.
Sin embargo, tenía
una pandemia sin verlo, sin tocarlo, sin entregarme a él.
Ocurrió hace poco,
el día de mi cumpleaños, abril 17.
Entré, como Alfonsina,
“por la blanda arena…” pero afortunadamente pude regresar para contarlo… “vestida
de mar”.
Esto es lo que aprendí sobre las olas.
El contacto con
el agua me regañó al principio.
Ese frio helado, que poco a poco se confunde con la sangre y se convierte en tibieza.
Una amiga, el día
anterior, me previno: no te metas muy hondo pues hay tiburones en estas playas.
Y bueno, la
verdad, el mar no me intimida, crecí con él.
Los lagos
canadienses sí. Llenos de monstruos de mi imaginación, y además gélidos.
Mientras más azules más fríos. (lagos glaciares)
Pero, en fin, me
adentré en el mar junto al suave golpear de las olas, su espuma, su cadencia.
¡Qué mejor
regalo de cumpleaños!
Al principio, trastabillé.
Una ola grande
me revolcó.
Pero, poco a
poco, como viejos amantes, nos fuimos reconociendo.
Comprendí sus
pausas y sus urgencias.
La calma.
Breve.
La resaca
intensa, que arrastra y lleva.
La ola gigante
que viene sin prevenir.
Como los obstáculos
en la vida.
Que, si uno les da la espalda, revuelcan, tumban y ahogan.
A la ola
gigante, he aprendido, hay que afrontarla de frente.
Mirarla a los
ojos y en la cumbre, entrarle sin miedo.
Sentir como su
furia derrotada peina la espalda.
Y salir, del
otro lado, airosa.
Mirar su soberbia
convertirse en espuma, mansa y salobre.
Las olas.
Una buena metáfora
de la vida.
Disfrutar de la
calma, mientras dure.
Enfrentar la
ola grande.
Mirarla a los
ojos sin titubeos.
Al final salí
del mar, dispuesta a disfrutar de una cerveza bien fría y descansar el resto
del día.
Un año más de
vida.
Sin ti.
Pero, como las
olas, seguimos…
Las olas y las resacas, con sus constantes recuerdos... Muy bonito, felicidades.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias mi estimado Rafael,
ResponderBorrarAbrazote