martes, 19 de marzo de 2019

LAS TRES ESENCIAS


EL PEQUEÑO PRÍNCIPE DE PESTAÑAS LARGAS

    Y

LAS TRES ESENCIAS
Caracas, 10 de junio de 1988,
Escribí este cuento hace 31 años,
  en ocasión del cumpleaños 70 de mi papá
 y abuelo de mi hijo Santiago
 que en ese entonces tenía 2 años y unas pestañas larguísimas.
Hoy, se lo dedico al mismo pequeño príncipe,
Dios lo siga bendiciendo,
 en su cumpleaños número 33.
Las enseñanzas del abuelo, siempre vigentes.
Calgary, 20 de marzo de 2019.




Érase una vez un pequeño príncipe de pestañas largas y sonrisa tierna.

Su pelo era de trigo, sus ojos de miel y su cara como un pan dulce al que provoca morder.

Érase una vez un buen señor, de pelo gris, de andar pausado, con la mirada serena que otorga el paso de los años.

Aquel buen señor poseía una sabiduría inmensa.

Conocía la tristeza, la alegría y dominaba a la perfección las Tres Verdades del Mundo, cuyas esencias guardaba, celosamente, en tres frascos de cristal.

El primero contenía la Esencia de la Ciencia.

El segundo, la Esencia de la Poesía.

Y el tercero contenía, la Esencia del Amor.

Muy temprano en la mañana, la casa de aquel señor, de pronto se iluminaba.

Era su pequeño príncipe, de pestañas largas.

El pequeño príncipe con la sabiduría del niño, y el buen señor con el saber del tiempo, descubrían el mundo, viendo caer las hojas, mirando pasar las aves y oyendo cantar al viento.

El uno con su lenguaje de niño, el otro con el idioma del tiempo, y como intérprete sólo, la magia del universo.

Un caluroso mes de junio trajo consigo, los setenta abriles de aquel buen señor.

El pequeño príncipe obsequio un poema a su amigo, y este le dio a cambio, su mayor tesoro:

Las Tres Verdades del Mundo, en tres frascos cristalinos.
Y con una voz grave, de esa que sale de adentro, habló el buen señor con estas palabras:

“Toma mi pequeño príncipe,” y le entregó el primer frasco, “Conoce la ciencia, estúdiala con detenimiento y ahonda en los misterios del hombre y la naturaleza.”

Y continuó con la segunda esencia, la poesía.

“He aquí lo mejor de los hombres, lo más sublime del pensamiento, la poesía.” dijo “Siéntela y vívela en cada acto de tu vida.”

Y por último entregó el tercer frasco, la Esencia del Amor.

 “Esta es la verdad más importante, lo más profundo del sentimiento, el amor. Toma esta esencia, mi pequeño príncipe, y simplemente, espárcela a tu alrededor dondequiera que te encuentres.”

Después de escuchar estas palabras, el pequeño príncipe, algo confundido, entornó sus ojos inocentes, y acariciando el aire con sus largas pestañas, preguntó en su idioma peculiar:

“Dime buen señor, ¿para que ha de servirme todo eso?”

Y habló de nuevo el señor bueno diciendo:

“Hoy, mi pequeño príncipe, no necesitas de estas tres esencias, porque posees la magia y la inocencia de la niñez.

Conserva estos frascos mi pequeño, porque verás muchas hojas caer, muchas aves pasar y al viento, muchas veces cantar. Entonces, llegará el momento en que la vida se impone y he ahí cuando utilizarás con inmensa sabiduría, las Tres Verdades del Mundo y recuerda:

“Nunca se deja de ser niño, así como el tiempo nunca deja de ser tiempo…”

Así finalizó de hablar el buen señor y el pequeño príncipe de pestañas largas, sólo atinó a decir en su media lengua:

“Feliz cumpleaños Pepe. Te quiero mucho abuelo.”

Caracas, 10 de junio de 1988

sábado, 16 de marzo de 2019

LUGARES DELGADOS





En Gaélico “caol ait”. En Inglés “thin places”.

En Español “lugares delgados”.

Según la cultura Celta, son espacios donde la barrera de nuestro mundo y los dominios del espíritu, son translúcidos.

Otra vez, conceptos fascinantes que aprendo en mi infinito curiosear por los libros de la biblioteca donde trabajo.

Son lugares donde “el mundo visible y el invisible, están en su más cercana proximidad”.

Lugares donde lo temporal y lo eterno, se tocan, se dan la mano, en la más clara comunicación posible.

Para algunos, un territorio donde se experimenta la presencia de Dios más directamente.

Lugares delgados.

Una ventana, un vistazo, un espacio de tiempo donde se disuelven todos los misterios.

Y esto me pareció, sencillamente fascinante.

Me puse a pensar, y claro, el hombre se ha esforzado mucho en crear obras monumentales para exaltar el espíritu y acortar la distancia entre la tierra y el cielo.

Desde los círculos celtas, pasando por las pirámides, catedrales, templos, hoy en día, rascacielos. Intentos desesperados y fallidos en muchos casos, para traspasar el velo que nos separa de otros dominios.

Pero claro, los “lugares delgados” deben estar definitivamente en ubicaciones menos obvias.

Después de aprender este concepto, los busco en todas partes.

A veces los encuentro en sueños, como hace poco en que soñé con mi esposo y le susurré al oído, “I miss you” y él me miró.

O el otro día, en que me presentaron a una persona mayor y sentí la cercanía en su sonrisa. Esa rara química que a veces se da con desconocidos a quienes reconocemos.

El patio de mi infancia. Mi casa llena de amaneceres.

Pero claro, en mi presente cotidiano, mi “lugar delgado” por excelencia es el río. Donde paseo con Sancho, cada tarde.

Allí llevo ofrendas de amor (excepto cuando hace -20 grados), piedritas, flores, ramas, hojas de laurel o de palma. Un chorrito de Gin Tonic, una oración silenciosa.

Mi torrente de abundancia, el que “avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre”.  (Por alguna razón he tenido muy presente La Piedra del Sol de Octavio Paz últimamente)

En fin, he aquí un reto, o “challenge” como se dice aquí: comparte conmigo tu “lugar delgado”. 

No necesariamente es un lugar físico, claro. Es quizás un parpadear, un resplandor, un pasaje, un portal cósmico.

Están por ahí, lugares tenues, donde el cielo y la tierra se abrazan sin distancia ni tiempo.