miércoles, 25 de febrero de 2015

6:18

Un sonido agudo y repetitivo trepana mi cabeza.

Abro los ojos y la contraseña se presenta ante mis ojos.

La cifra 6:18, con su implacable y cruel resplandor, hace contacto con mis corneas.

Como un sofisticadísimo código de barras óptico, que se activa y me secuestra hacia una dimensión desconocida.

Mi cuerpo, mi mente y todo mi ser,  son succionados violentamente hacia un gran ruido.

Hacia un mundo de concreto y neón.

Un mundo de altas torres, de cielos rasos y horizontes partidos.

Una gigantesca nave donde habitan almas en pena y rostros cansados, igual que el mío.

El 6:18 es un lugar, frio y gris.

Un espacio  metálico, mercantilista  y aterrador.

Hoy, milagrosamente, regresé de ese cautiverio que transcurre entre el minuto 6:17 y 6:19.

La contraseña se desactivó.

Hoy cuando desperté, le faltaba un minuto al tiempo, pero el río seguía sinuosamente y feliz, su curso descendente.

La prisión 6:18 ya no existe.

La alarma no sonó esta mañana.

Me despertó el silencio de la nieve.

Me miré en el espejo y descubrí a  otra mujer.

Una mujer y sus sueños.

La nieve cae sobre los minutos maravillosos que esperan.

Tiempo sin verte Natalia.

 

PD: Ayer los carceleros de mi tiempo,  los que me han secuestrado a las 6:18 am, durante los últimos casi 9 años que llevo  en Canadá, decidieron liberarme y devolverme al mundo de mis verdaderos sueños. En otras palabras, la ola de reducción de personal debido a la crisis petrolera, por fin me revolcó y me trajo hasta esta otra orilla donde el tiempo es más amable y flexible.

Cuando me vi en el espejo esta mañana, descubrí un rostro que tenía tiempo sin ver, el mío. No el de la ejecutiva, de grandes ojeras mal maquilladas,  sino una cara fresca y sonriente. Pensé que nunca escaparía del neón, de los pasillos grises, de las salas de conferencia. Pensé que la prisión  que me tragaba  cada mañana, entre el minuto 6:17 y 6:19, nunca me liberaría. Pero reventó la burbuja de ruido y heme aquí.

Viendo caer la nieve.

La que todo lo aquieta, todo lo silencia, todo lo acaricia.
 

miércoles, 18 de febrero de 2015

LA MUÑECA BRU


LA MUÑECA BRU


Dedicado a mi amigo Reynaldo que hoy,
despues de tanto tiempo, me recordó este cuento.


            Mi hermana Ileana colecciona muñecas. Las tiene grandes, pequeñas, medianas, chinas, suecas, holandesas. Poco a poco han invadido su casa. Por doquier hay vitrinas de cristal, desde donde, cantidades de ojitos vidriosos atraviesan el espacio con sus miradas fijas. Un soldado inglés monta guardia permanente, la Sevillana repica unas castañuelas mudas, una dama francesa luce, con rígida coquetería, un sombrero de la Belle Epoque, la ancianita de Brujas, teje encajes que nunca acabará. Parece un mundo estático, como si hubiesen detenido el tiempo trás los cristales.

            De toda la colección de mi hermana, hay una muñeca antigua que es la más bella, la más valiosa: La Muñeca Bru. Ella ocupa el sitial de honor, expuesta en alto en una vitrina del comedor.

            Cierta noche mientras cenábamos, quedé de frente a La Bru. Una cierta incomodidad, como la que se siente cuando se tiene la certeza de que alguien nos observa, comenzó a invadirme. Levanté la mirada y encontré los ojos de hielo de la muñeca. A nadie le extrañó mi torpeza al derramar el agua. Todos rieron trás este pequeño incidente. Volví a encarar a la muñeca, una  expresión gélida traspasaba su aparente dulzura, los ojos azules despedían una mirada metálica, cortante, siniestra. Traté de concentrarme en la cena.

-Es sólo una muñeca - pensé. De un codazo tumbé una bandeja plateada.

Volvieron a reir, esta vez con una breve reprimenda.

-Cada día estás más torpe - dijo mi hermana.

No pude contenerme y volví a mirar a la muñeca, me pareció que había algo o alguien prisionero en aquel cuerpo de porcelana.

-Imposible- me dije-las muñecas son sólo eso, muñecas.

            El bocado que tenía pinchado en el tenedor cayó sobre mi blusa. Me paré para limpiarme con la servilleta, los demás comensales hicieron lo mismo. En medio de la confusión, tropecé una botella de vino tinto. Una gran mancha de un color rojo intenso comenzó a adueñarse del mantel. Miré de nuevo a La Bru, los ojos de hielo estaban llenos de una ira suplicante. Mi hermana corrió a la cocina a buscar un trapo, mi esposo y mi cuñado la acompañaron. Quedé a solas con la muñeca. Mi cuerpo se empapó de miedo, igual que el mantel de vino; me ahogué en el color celeste, helado y tenso de aquellos ojos que querían estallar. Me acerqué a la vitrina y la abrí, un olor a aliento húmedo, a madera putrefacta, dio sobre mi cara, como si hubiese abierto una cripta cerrada  por años. Mi mano se acercó a su rostro. Sólo alcancé a rozarlo con la punta de mi dedo. No sé si fue ese leve contacto, el aire o el alud de tiempo que pareció desplomarse sobre la muñeca, pero la porcelana tomó otra textura, porosa, como si fuese de harina. La nariz, los labios comenzaron a desdibujarse. Luego, la cabeza completa se resquebrajó y cayó convertida en polvo. El vestido de encaje almidonado se agrietó hasta desintegrarse. Las manos, el cuerpo, se desvanecieron de igual forma. Me pareció que los siglos se habían precipitado en un segundo, como si una tensión muy grande y reprimida por años, se hubiese liberado. Sólo quedaron unos bucles dorados de cabello humano y dos esferas azules y transparentes. Las miré hipnotizada; el miedo se convirtió en una sensación de alivio, una liberación total, una extraña placidez emanaba de aquellas dos esferas de vidrio.

 
            Caí sentada sobre una de las sillas del comedor. Mi hermana llegó con un trapo para limpiar la mancha de vino  tinto que se había adueñado del mantel. De pronto se fijó en la expresión perpleja de mi rostro. Volvió la mirada hacia la vitrina donde estaban los restos de la invalorable muñeca Bru.  Mi hermana lloró, llegaron los otros, nadie comprendía lo que había ocurrido. Tampoco yo. Se me ocurría una sola explicación: eran demasiados años sonriendo.



 
PD: Este cuento lo escribí en los 90, en en un taller literario que hice con Oswaldo Trejo, Premio Nacional de Literatura de Venezuela 1988, en el CELARG (Centro de Estudios Latinoamericanos Romulo gallegos)  No se si exista todavia,  en mi pais en ruinas.  Oswaldo Trejo era muy exigente, y muy surrealista,  nunca creí que le gustara nada  lo que yo,  una joven madre y ama de casa, escribia; pero recuerdo que este cuento, algo le movió. Sorpresivamente, le gustó.
Hoy mi amigo Reynaldo lo sacó del baúl y por eso lo comparto. ( y me viene bien porque estoy magic-less ultimamente) Sonreír demasiado es mucho, hasta para una muñeca.
 
 

 
 




 
 
 

viernes, 6 de febrero de 2015

LA SOPA


Se me olvidó mi almuerzo triste.

Así lo llamo, porque no hay nada que me produzca más congoja, que calentar comida en el micro ondas  y comer sola en mi cubículo, mirando con ojos extraviados,  la pantalla del computador.

A falta de almuerzo apesadumbrado, no quedaba más remedio que bajar a la cafetería, lo cual a -14 no produce ninguna gracia, pero sorprendentemente, era en uno de esos días invernales, engañosamente  azules y soleados,   en que flotaba escarcha plateada en el ambiente.

Disfruté, la caminata, pero, oh desilusión, el cafetín estaba cerrado.

Regresé a mi oficina, con las manos y el estómago vacío, pero la breve marcha en el frio,  sacudió las cifras y los números de mi solapa y de mi ánimo.

Entonces, se me ocurrió comentar a alguien sobre mi falta de almuerzo  y el restaurant cerrado, y que no me quedaría más remedio que hacer dieta.

Entonces sucedió una transformación inesperada.

Debo decir que me tomó por sorpresa.

La oficina, ese espacio silencioso y gris donde pareciera  a veces, que la vida ha desertado definitivamente, despertó.

Mi manager, amablemente, me ofreció una bolsita de avena y una bebida proteínica.

Mi Coop student,  dijo que podía darme una manzana y  crackers.

Mi analista de costos,  ofreció la mitad de su sándwich.

Desde detrás del tabique, la controladora de documentos, solidariamente  puso a mi disposición una lata de sopa.

Propuesta que, graciosamente, acepté.

El siguiente problema era conseguir una cuchara de sopa.

Y del cielo llovieron cucharillas.

Y no solo cucharas, cuchillos y tenedores también.

Cubiertos con diversos orígenes, de construcción,  de gerencia o coordinación de proyectos.

Y por si fuera poco, cuando me dirigía al microondas a calentar mi sopa Campbell, el joven eléctrico, Project Engineer, a quien también le conté mi historia, pues se puso a la orden con pan tostado.

E insistió muchas veces.

Por primera vez, en mucho tiempo, mi almuerzo en la oficina, no fue nada triste.

PD: En verdad fue en momento mágico en que la oficina me mostro su rostro más humano, lástima que esto suceda justo cuando me siento muy amenazada de perder mi trabajo en tiempos de recesión económica en Calgary. Pero estas muestras de generosidad y solidaridad me reconcilian con la oficina, con mis compañeros y me siento afortunada de pertenecer a este bello país, Canadá, la tierra del “small kindness”.

martes, 3 de febrero de 2015

ACERTIJO


Son como…

Café descafeinado

Fumar sin nicotina (cuanto añoro un buen cigarrillo, aunque ya  dejé el vicio)

Vino sin alcohol (este vicio si lo mantengo pero con)

Música silenciosa

Luz oscura

Hambre sin ganas de comer

Hablar sin conversar

Oír sin escuchar

Tomar agua sin sed

Tocar tambor sin cuero

O guitarra sin cuerdas

Maracas sin pepitas ( instrumento musical en que me especializo)

Pasan sin dejar rastro

Sin memoria

Ni huella

Tristemente

Y nunca jamas debe ser

Les dejo con la incógnita…

Son:

L_ _s  D_ _ _ s  N_   V _ _ _ _ _s

 

PD: Es un acertijo, o ejercicio, mas bien un recordatorio para no dejarlos escapar, para que manana no nos arrepintamos de mirar como pasan inadvertidos.