miércoles, 25 de enero de 2023

TULIPANES

 


Pensaba que era una especie en extinción.

Me refiero a encontrar a alguien que sepa escuchar.

En tiempos de dudosos liderazgos, de egocentrismo exacerbado, de satisfacción inmediata, de ruido, ese que nos aturde y ensordece, resulta inspirador conseguir un buen oyente.

Tuve la suerte de toparme con uno.

Conversamos sobre el tiempo, compartimos pan y vino. También hablamos sobre las flores, las lágrimas y otros misterios.

Me escuchó con detenimiento. Sentí que las palabras fluían diáfanas y, para ambos, significaban lo mismo.

El tiempo, una ilusión.

El pan, tibio y recién horneado.

El vino, soleado y fresco.

Las flores, alegres.

Las lágrimas, saladas.

También compartimos silencios elocuentes, a veces no importan las palabras para entenderse.

Esta conversación me ayudó a relajarme después de un largo viaje.

Le agradecí a mi interlocutor por tan agradable charla y como creo que estoy llegando a ser gente grande, o “gent gran”, como llaman a las personas de cierta edad en Cataluña, donde estuve de visita, decidí irme a dormir.

Apagué las luces y con mucho cariño le di las “buenas noches” al ramo de tulipanes que me regaló mi hija a mi regreso.

Dicen que es sano conversar con las plantas, el problema es si te contestan.

 

MENSAJE EN UNA BOTELLA

 


Hace poco encontré un mensaje en una botella.

Allí, en una playita rocosa frente al río, me esperaba.


Tenía tiempo que no sentía una emoción tan intensa. Se me alborotó la infancia, la imaginación, la fantasía.


A mi mente vinieron historias de piratas, de náufragos, de desencuentros, de amor.


Pensé, ¿cómo este mensaje vino a parar, aquí, a mis pies? ¿Qué suerte de destino o azar hizo que yo me encontrara esta botella? ¿Qué misterioso personaje lo habrá escrito, sellado y entregado al universo?


La tomé en mis manos con mucho cuidado, como si se tratara de algo sagrado. Me senté bajo un árbol, los árboles siempre ofrecen ese resguardo, casi solemne.


Lo tranquilizador de los mensajes en una botella es que, me imagino que están destinados a quien los encuentre, así que no sentí que estaba violando el sagrado derecho de la correspondencia ajena cuando rompí el sello de cera.


Este mensaje era para mí y sólo para mí, así lo sentí. Una carta muy íntima, entrañable, que sorteó mil obstáculos para llegar a mis manos.


Finalmente, saqué de la botella el pequeño pergamino enrollado.


Estaba intacto y seco.


Lo descifré con inusual placer.


Me capturó su anhelo.


Me embriagó su fragancia.


Como tinta indeleble, las palabras allí escritas quedaron en mi memoria.


Suspiré largo.


Cerré mi libro de poemas y me entregué al dulce sueño.


Mañana retomo la lectura.

EL ESPEJO

 

Palau de la Música Catalana, Barcelona

Hace poco me regalaron un espejo.

No es un espejo cualquiera, como ese otro al cual me asomo de reojo, para que no me asuste el paso de los años.

Este es multidimensional y de altísima definición.

Fue así como lo descubrí.

Me acomodé en mi butaca, se apagaron las luces y se hizo un gran silencio.

En breve comenzaron a aparecer brillos cegadores, reflejos de bronce, vientos de los bosques de Viena,  sombras y claros de luna.

Un ruiseñor canta a lo lejos.

En mi espejo pude ver reflejados glorias y miserias; pasiones y furias; venganzas, dolores y pérdidas. 

Amor, ternuras…

Todo ello transformado en gran belleza.

Andantes, fortes, pianos, pianissimos. 

Allegro Maestoso.

Luego de dos horas, se encendieron las luces del magnífico auditorio y estallaron los aplausos.

Y es que hace poco le escuché decir al director Semyon Bychkov en una entrevista:

“La música es el espejo de la vida, viene de la vida, es la vida…”

Yo volví a mirarme en ese grandioso espejo y me reconocí…