viernes, 25 de octubre de 2019

PIES DE DUENDE




Mi hija dice que tengo pies de duende.

Quisiera pensar que estoy sufriendo una metamorfosis, como las mariposas, y que pronto me convertiré en una criatura mística del bosque encantado. Eso antes que admitir que su comentario tiene algo que ver con mis pies planos y puntiagudos.

Pero esta introducción no tiene mucho que ver con lo que hoy quiero compartir.

Quiero hablarles del CUADRO. Si, así en mayúsculas.

Mi hija se mudó hace poco a su nueva casa. Un lienzo en blanco, que ella poco a poco, está decorando y convirtiendo en su hogar.

Así como dicen que ella y yo nos parecemos mucho físicamente, pues, en nuestros gustos y estilos, somos diametralmente opuestas. Para hacer el cuento corto digamos que ella es minimalista y yo maximalista. 

Ella, como diseñadora que es, tiene un estilo limpio, moderno, mi esposo lo llamaría, “diáfano”. Una palabra que la describe muy bien, en todo.

El caso es, que hace poco llegué a su casa, blanca, luminosa, espaciosa, y casi me caigo para atrás cuando vi en la sala: EL CUADRO.

Lo pintó ella.

Un lienzo de dimensiones épicas y colores rotundos, ahí en el centro de la sala.

Cuando me preguntó que, ¿qué me parecía? titubeé.

Sólo pude decir: “Bueno, es muy decorativo Pero, en verdad no lo entiendo...”

Mi comentario fue tomado como un insulto sin importancia y nos reímos. La sinceridad respetuosa y el sentido del humor, es parte de la grandeza de nuestra relación madre-hija.

En fin, pasé el día con mi bella Natalia, la verdadera, y me fui a mi casa barroca de recuerdos, con el CUADRO en la cabeza.

Paseé a Sancho, cené, vi mi serie de Netflix, leí un rato, me acosté a dormir, y el CUADRO, ahí seguía en mi mente, colosal, exultante.

¿Cómo es que mi hija, con su estilo tan sobrio, de líneas simples, de “menos es más” pintó algo tan inmenso, tan avasallante, tan abstracto e inescrutable?

Al día siguiente, después de que el CUADRO me persiguió hasta en sueños, tuve una “Epifanía”.

Y lo entendí todo. Y en su creación encontré gran belleza.

Y sentí el abrazo invisible de la armonía y del amor.

El cuadro, y ya no lo escribo en mayúsculas, es, como los poemas que escribió a cada uno de sus hijos el día de sus bautizos: es el amor que se desborda.

Al día siguiente le dije:

“Ya entendí el cuadro y ahora me encanta. Es un autorretrato.”

Eres tú y tu ventana feliz (Dios te la cuide por siempre). Tu momento inmenso de maternidad, de gratitud, de trabajo, de esfuerzo común, de alegría, de familia.  

Una explosión de coraje creativo, en sus colores y en sus dimensiones oceánicas.

Al final hay mucha ternura en esa obra.

Me dijo que el cuadro se llamaba “El Abrazo”, porque ahí estaban todos representados.

Un abrazo monumental.

Y como, de alguna manera espero ser parte de esa presencia feliz, de ese abrazo, que ahora adorna la casa, sin que nadie lo sepa, escudriño en el cuadro a ver si consigo por alguna parte mi huella, mis pies de duende.