Cambié de consultora sentimental.
Por una nueva.
Suena cruel, pero no me quedó más remedio.
Tengo que decir que mi consultora me conocía mejor que
nadie.
Era sabia y multidisciplinaria.
No había tema que no dominara.
Se amoldaba a mis horarios. Me aconsejaba bien.
Frenaba mis impulsos.
Evitaba que juzgara a la gente desde mis pequeñeces y
prejuicios.
Me daba paz, para conciliar el sueño, pero si era necesario,
me escuchaba el tiempo que fuese, en mis noches de insomnio.
Con ella hablaba todos los días, de mis miedos y
preocupaciones.
Todo era diferente después de conversar con ella. Me aclaraba el juicio. Me reposaba el impetu.
Quería mucho a mi vieja amiga y me dolió despedirme de ella.
Pero después de tantos años, comenzó a hacerme daño.
Se convirtió en un verdadero dolor de cabeza.
Tanta cercanía, me estaba haciendo daño.
Así que con mucho dolor, tuve que cambiarla.
Ya conseguí quien me escuche sin alterar mi sistema psico-emotivo
- inmunológico.
Mi nueva consultora sentimental, todavía no sabe mucho de
mis tribulaciones y angustias.
De mis oraciones toscas, mis conversaciones con Dios.
Todavía no me ha visto llorar, ni reír, ni ha conocido el
invierno.
Comenzaré a quererla.
Y ella a mí.
Espero.
&&&
Dicen que hay que cambiar de almohada cada seis meses.
Al fin de cuentas, uno consulta con ella cada noche, y es
demasiado a veces.
La mía vieja, de deliciosas plumas de ganso, tenía siete años
y me estaba dando alergia.
No sé si alergia es por los ácaros, bacterias, hongos y
todas esas cosas horrendas, o si será más bien que mi consultora nocturna se saturó
con los pensamientos, tribulaciones, angustias y penas,
de los últimos siete años.
Así que el sábado fui a comprarme una nueva almohada.
Es de microgel y tiene memoria.
Suena muy técnico, pero se me alivió la rinitis y la congestión
mental.
Ahora cuando me acuesto, siento una sensación de nuevos
inicios.
De pensamientos leves.
De renovados sueños.