lunes, 26 de marzo de 2012

CABALLERO DE FINA ESTAMPA

Caballero de Fina Estampa…un lucero…que sonriera bajo un sombrero….

Esta canción peruana, interpretado por Chabuca Granda y que llevo tarareando obsesivamente toda la semana, me trajo a la mente a mi “caballero de fina estampa” por excelencia. Hay otros varios en mi vida, cercanos o lejanos, queridos; mi hijo, mi adorado esposo, hermanos, cuñados, algunos de redonda estampa. (total, la felicidad dicen que es redonda).

Sin embargo esta canción me alborotó el recuerdo persistente de aquel caballero, el de “la extraña elegancia de Ñañez de Gamera”, el de impecable traje de casimir, chaleco vino tinto, perla en la corbata y pañuelo oloroso a Lavanda Yardley: mi papa. 

Y es que, cuando estuve en Caracas en diciembre, mi cuñado me grabó en el ipod, el propio túnel del tiempo. Como dos mil canciones, la mayoría venezolanas, que son para mí como una inyección de alegría instantánea; también boleros, madrigales, rancheras para cortarse las venas, románticas para enamorarse, para emborracharse, o para bailar puliendo hebillas. En fin un cocktail de emociones, a veces difícil de digerir, pues todas estas intensidades me suceden en el carro, a las siete de la mañana, cuando todavía estoy en estado catatónico.

Me ha llevado toda la semana salir de la embriaguez de esta melodía, fina estampa…caballero…caballero de fina estampa… Quizás porque no quiero soltar la imagen, pues esa presencia enigmática, que  sonríe bajo un sombrero, es un encuentro con su voz honda, su mirar de poeta, el gesto de sus manos, el énfasis de su fraseo, su olor incluso…

Y es que a mi papa, lo encuentro todos los días en las canciones. En el caminito que el tiempo ha borrado, en la noche de ronda, en un mundo raro, en las palabras de amor, sencillas y tiernas…

Cada vez que suena en mi carro, cualquiera de estas canciones viejas, recibo su abrazo incorpóreo, no importa si estoy  como un zombie, poniendo la luz de cruce o mirando los colores del amanecer. Las intensidades de la vida, con su dulce y amargo, con sus barrancos y pasiones, me poseen y amueblan cada rincón de mi alma de emociones añejas. En el segundo que cambia la luz del semáforo, siento el abrazo. Ese sentir hondo de poeta que él tenía, que me remueve, lleva mis pasos hacia atrás y hace que me succione el tiempo. Entonces canto como si estuviera en una noche de guitarras. Cantamos.  

Nadie lo dijo mejor que el poeta  venezolano Eugenio Montejo en “Los Ausentes”

 …aunque ya nada logre oír desde la ausencia,
sé que mi voz se hallará al lado de sus coros

Todo el mundo probablemente guarde en su recuerdo, algún caballero de fina estampa. Mi momento mágico de este lunes, es compartir el mío.

Seguramente el recordarlo, les traiga un breve momento de emoción y nostalgia. Si están ausentes, canten muy fuerte y encuentren el abrazo.

...lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,
habitaré el más inocente de sus cantos
Eugenio Montejo
(1938-2008)

lunes, 19 de marzo de 2012

LAGRIMAS MUSICALES

Ayer domingo  fui a un concierto de música barroca, invitada por uno de mis amigos imprescindibles, quien canta en el coro.  Mi coeficiente intelectual barroco es bajo. Así quedó demostrado en un quizz, que traía el programa.

Los que saben de vino, detectan toda suerte de evocaciones en su aroma, al igual que los catadores de whisky, quienes detectan más de 150 diferentes aromas sólo con la nariz (mi esposo dice que el detecta que es whisky); así mismo,  los conocedores de la música barroca son capaces de entender el significado de cada instrumento, de cada matiz, de cada símbolo, de cada misterio que sugieren las cuerdas o los vientos. Que si la flauta es la meditación sobre la bondad de Cristo, el oboe el sufrimiento,  las trompeta simboliza cuando se abren las nubes en los cielos; diálogos del alma expresados musicalmente, de los cuales, la verdad, no entiendo gran cosa.

En fin, concluyo que, así como yo del vino o del whisky sé dos cosas: si me gusta o no. Igual me pasa con la música, sea barroca o no. Me emociona o no.

Así, que me senté en el banco de la iglesia, acompañada sólo de mi ignorancia, a disfrutar de mi concierto y complacerme de ver a mi amigo, tan serio y elegante, ocupando su puesto en el coro.

Ir a un concierto es un regalo, un momento contemplativo y espiritual, perfecto para pensar en la inmortalidad del cangrejo, en la vida, sus lamentaciones y regocijos. Así justamente se llamaba el concierto: Lamentations and Rejoicings.

Al principio, en medio del Miserere Mei Deus, me avergoncé un poco de mis pensamientos profanos: el pelo de la señora de enfrente, las manos de las personas al aplaudir, un señor bostezando, la multa que me iban a poner por dejar el carro mal estacionado, etc.

Una vez superado todo lo terrenal,  comencé a fijarme en cosas más sutiles como  las manos de la cellista, que se movían como pájaros, la textura de la voz de la soprano, la dulzura del diálogo de flautas, la armonía de las voces, la tensión y el nervio de los integrantes del coro y de la orquesta.

Y así, dulcemente,  la música seguía creándose, como por arte de magia y el coro seguía con sus ritornellos y  latinazos. 

De repente sucedió algo inesperado. Si hacia el final del concierto, Bach quería expresar la apertura de las nubes en el cielo, para mi fue más bien como si me abrieran las compuertas de una represa, pues de repente, sin ton ni son, me dieron unas ganas terribles de llorar.

Empecé a hacer esas muecas raras que uno hace cuando quiere aguantar las lágrimas, pero después decidí disfrutar de esa emoción musical.  A veces cualquier excusa es buena para llorar un poco.

Al final concluí que no hace falta  ser un erudito musical para dejarse cautivar y emocionar por la música. Como siempre digo, a veces es mejor ser ignorante…si sabes todo sobre la flor, pierdes la flor.

Y es que yo creo que toda expresión musical, es una conquista del espíritu. El ser humano triunfa a través de la música.

Estallaron los aplausos.

Al final no me pusieron la multa como temía, y me fui contenta con mis lágrimas musicales, hechas de lamentaciones y regocijos.

De eso mismo es que está hecha la vida, ¿no?

lunes, 12 de marzo de 2012

LUNA DE MIEL

El fin de semana, no hice nada, y como leí una vez: el problema de no hacer nada es que uno no sabe cuando termina.

Anoche me senté a escribir sobre esa indulgencia suprema de no hacer nada un domingo. Pero no pude. La naditud era demasiado intensa y hasta las ideas y las ensoñaciones estaban de huelga. Además, escribir sobre no hacer nada, ya era algo, entonces solté la computadora y me puse a deambular por la casa, de aquí para all ,  asomándome a los cristales de vez en cuando, como una mariposa nocturna.

Lo de asomarme a las ventanas no es casual.  He estado  todos estos días pendiente de la Aurora Boreal, cuya actividad tuvo un pico enorme los pasados días. Justamente, el jueves tuve un encuentro breve y casual con las luces del norte. Un cielo verde fosforescente en el horizonte, que me provocó un latigazo de belleza en el corazón y casi me hace chocar.  Mi esposo no me creyó, porque cuando llegué a la casa ya no se veía, pues había mucha contaminación lumínica. Mis amigos sospecharon problemas con la bebida, porque venía de regreso de un “team building” en un bar.

Pero no quiero hablar mucho más de ese temblor verde que coloreó el cielo, porque me contamino de superlativos. Creo que las cosas mágicas no son efectistas, ni espectaculares, ni grandiosas. Son al contrario, humildes y delicadas, a veces imperceptibles. La Aurora Boreal es algo de mi infancia, algo que me enseñó mi hermano que en paz descanse,  algo sagrado. Para los aborígenes de Canada o “First Nations”, son los espíritus danzantes de familiares muertos. Yo digo, que es inútil buscarla (aunque sigo intentando); ella lo encuentra a uno, en el momento menos pensado, como la fe, como el amor, tal vez, otra vez… Y hasta aquí dejo el tema porque sino a mi hija le va a dar otro ataque de pánico.

Volviendo a mi nada, e intentando darle entrada a mi alma a esa condición humilde, delicada e imperceptible que tiene la magia, de pronto se abrió un pequeño espacio y reconocí tres cosas tontas que me dieron gran felicidad el fin de semana: Café con torta de chocolate, un impermeable amarillo que me compré en oferta (creo que Jackie "Casienserio"  tiene algo que ver con haber sembrado el amarillo en mi cabeza) y una tarde con el perrito Sancho que nos entregarán en tres semanas.

Y así de contenta con mi descubrimiento, y sin saber donde más revolotear dentro de la casa, por no dejar, volví a asomarme a la ventana y claro, no había luces del norte, sólo una luna enorme que parecía hecha de miel.

Esto me hizo recordar la frase de un famoso osito.

Never underestimate the value of doing nothing”
Winnie Pooh

viernes, 2 de marzo de 2012

MAGIA EXPLOSIVA

Cuando era chiquita quería ser detective, periodista o doctora. Ahora, cuando sea grande, quiero ser escritora, pintora o pianista.  Actualmente soy aprendiz de todas las anteriores.

El piano y la pintura se me dan con bastante dificultad.  Para la escritura seria, no tengo la disciplina; para el periodismo, carezco de la meticulosidad investigativa, pero soy fundadora del periodiquito de mi proyecto en la oficina, que se llama PipeLines. En fin, creo que de todas esas profesiones, en la que hubiera sido más exitosa, si le hubiera dedicado los esfuerzos de toda una vida, sería la medicina, donde  también hay que ser un poco detective.

En mi casa me conocen como la Doctora Chimbina, porque me las doy (lo admito) de que sé mucho de medicina y doy opiniones, hago  pronósticos, recomendaciones. A veces acierto. En verdad me apasiona el tema y presumo de que tengo ojo clínico, quizás porque soy hija, hermana, sobrina, prima y tía de médicos, y algo queda. Mi  mama solía recetar a los pacientes de mi papa que llamaban por teléfono a la casa. Después de 56 años de matrimonio, ya se sabía de memoria los síntomas y los remedios. Hoy en día es mas fácil con Internet.

Mi momento mágico fue una tarea detectivesca que tiene que ver con la medicina. Lo busqué con lupa, en un día donde todo vestigio de magia parecía arrasado y  de repente llegó, convulsionante y súbito,  con una risa que borró todas mis tribulaciones del día.

La risa es la explosión de la magia.

Sucedió después de una visita de trabajo a las tierras gélidas del norte. Un lugar donde, como diría mi papa, no es que se murió un payaso de tristeza, sino que se murió el circo entero. En el avión de regreso, destruida, como trapo viejo,  mirando por la ventana, me preguntaba ¿será posible encontrar un momento mágico en un día como hoy? Madrugonazo, -17 grados centígrados, peleando con contratistas, sonriendo idioticamente, haciendo intentos de ser amable, cuando a veces me provoca estrangular a alguien. Me respondí a mi misma: No.

Cuando tarde en la noche, llego a la casa, el mundo es serio y grave. Cuando uno esta agotada física, intelectual y emocionalmente,  nada parece divertido.

En eso llegó mi hija, contándome su batalla diaria. Yo la escuchaba con la misma expresividad que un retrato de Andrés Bello.

De pronto, me comenta que había pasado mala noche, estornudando, congestionada y tosiendo. Como siempre, ella se espera mis preguntas diagnósticas: ¿te duele la garganta?, ¿tienes fiebre?, ¿te duele la cabeza?

Y yo más silenciosa que una roca.

Ansiosa, ella esperaba el tradicional sermón: es que comes muy mal. Eso es falta de vitaminas, falta de minerales, falta de proteínas, falta de fibra, falta de luz, falta de aire, falta de ….

Y yo muda.

Mama!! – insistió - Te digo que estuve estornudando y tosiendo toda la noche.

Yo le respondí  lenta y concisa:

Eso es falta de…… aspiradora.

Mi hija se quedó impertérrita por unos segundos, y después, soltó una carcajada burbujeante y sonora, con los colores del arco iris.

Como nada hay mas contagioso que la risa, en unos segundos la acompañé con la mía.  Y nos reímos las dos un buen rato, coloridamente.  De ahora en adelante, todas las dolencias que aparezcan en esta casa obedecen a la misma patología: Falta de aspiradora.

Al rato, volví a mi pregunta ¿será posible un momento mágico  en un día como hoy? Y, con mi lupa de detective, busqué minuciosamente, y de pronto encontré en las paredes de mi casa, retazos de colores, pedazos de risa. Las huellas digitales del arco iris.

Y como sé que el chiste no es tan bueno, para completar mi momento mágico les dejo este otro peor, que hace poco le contaba a un a buen amigo, que tenia una pena. Creo que al menos sonrió.

El médico llama a su paciente y le dice:
- Le tengo una noticia buena y una mala, ¿cual quiere oír primero?
- Comencemos con la buena – dijo el paciente.
- Bien. Llegaron sus resultados de laboratorio, y lamentablemente, le quedan tres días de vida – dice el medico.
- Doctor, ¡no puede ser… no puede haber nada peor que eso! - dice el paciente alarmado - ¿entonces, cual es la noticia mala?
- Que he estado tratando de localizarlo desde hace dos días…