viernes, 30 de diciembre de 2011

Mermelada y Osos Polares

Desde hace días  no puedo dejar de pensar en dos cosas: mermelada y osos polares. 
 
Lo de la mermelada sucedió cuando, casualmente, me topé con un genial pasaje de Lewis Carroll en el que inventa una mermelada mágica que se puede comer cualquier día menos hoy.

Es una mermelada muy buena -dijo la Reina-
-Bueno de todos modos hoy no me apetece.
-Hoy no la tendrías aunque quisieras-dijo la Reina-. La regla es: mermelada ayer, mermelada mañana...pero no hoy.

Cuando se lo comenté a mi esposo me dijo que era el principio perfecto para hacer dieta. Él siempre tan pragmático. Para mí, el dialogo de Alicia y la Reina comprende toda una filosofía del tiempo, ése que no es nada si no es hoy, pero que tampoco es nada si no hubiese ayer ni mañana. A menos que el tiempo no sea nada,  en fin… La perturbadora mermelada hace que me pierda en un laberinto y al final quedo tan, pero tan confundida, que prefiero entonces pensar en el oso polar, y esto gracias a  una intrigante y no menos perturbadora frase de Dostoyevsky, que leí en un libro que me regalaron en Navidad: 

“Try to pose for yourself this task: not to think of a polar bear and you will see that the cursed thing will come to mind every minute”.

Desde que leí esta cita, ya perdí la cuenta de cuantas veces he pensado en el dichoso oso. 

En resumen, creo que esto es el principio de mi enajenación. Cada vez que trato de librarme de la mermelada, aparece el oso polar y viceversa. Es un círculo vicioso, un callejón sin salida, el comienzo de una obsesión.

Si extrañamente aprendí algo de mis lecturas, creo que sería que, mientras más uno trata de evadir algo, más regresa. Así pues, ahora entenderán porque me decidí a escribir sobre la mermelada y los osos polares, una especie de exorcismo, a ver si a punta de nombrarlos se van de mi mente. Es una manera de confrontar demonios.

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A ver si ahora puedo concentrarme un momento e ir al punto de ésta, mi última entrega del 2011. 

Se trata simplemente de un agradecimiento para quienes se toman la molestia de leerme, de comentarme, no se imaginan cuanto me honran y lo feliz que me hacen.

Ya es un enorme placer para mí el estar atenta y ver como se la magia se va armando ella sola, para después escribirla y lanzarla en la Calle del Eco. A veces siento que todo lo que escribo son borradores, justamente por lo impulsivo, pero si pienso demasiado, si elaboro mucho, ya no es magia.

Camus dijo: “El arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una mezcla privilegiada de dolores y alegrías.”

 No es que considere, ni mucho menos, que lo que yo escribo es arte, pero si logro emocionar al menos a una persona, pues para mí valió la pena.  

Y es que es rico compartir. Como leí hace poco que dijo un poeta Calgariense,…si uno no comparte no existe…
Gracias.
Feliz Año Nuevo mermelada oso mermelada osos mermelada oso mermelada oso mermelada oso mermelada oso mermelada oso mermelada osos mermelada oso mermelada oso mermelada oso mermelada oso…….

lunes, 26 de diciembre de 2011

La Naranja

Una mezcla de resaca, modorra, guayabo y “ratón” en buen criollo, como si despertara de un pesado sueño, después de una noche de copas, me ocurre siempre después de visitar Caracas. Y no es metáfora.

Caracas, ciudad del vértigo perpetuo: la patria, un lugar sagrado, por más caótico que sea, porque allí reside mi identidad. Como dijo Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el Nobel de Literatura en diciembre de 2010: “La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver”. La mejor definición de patria que conozco.

Me alegró mucho respirarla y recorrerla al tacto, en los relieves de mis historias, de sus montañas nubladas, en las esquinas de mi geografía arrasada, en su paisaje verde, donde cada árbol  me reconoce y me habla. Pero no voy a perderme en mis nostalgias, porque ya hace tiempo decidí que no iba a ser “prisionera de recuerdos idílicos”  como dijo alguien, no me acuerdo quien, para variar

Quiero más bien hablar de una naranja.

A veces voy al mercado a comprar con los ojos. Me enamoro del  morado de las berenjenas, o del rojo de las granadas, o del negro de las ciruelas. Esta vez me sedujeron las naranjas y las limas, o limones amarillos. Aclaro, en Venezuela llamamos limones a los verdes y limas a los amarillos, todo lo contrario al inglés (lime son los verdes y lemon los amarillos). Creo que en España también llaman limones a los amarillos. García Márquez toca este punto en su magistral introducción del Diccionario CLAVE (Diccionario de uso del Español actual) donde al buscar la definición del color amarillo se encuentra con: del color del limón.  Y cita su desconcierto con el verso de García Lorca del Romancero Gitano, uno de mis favoritos:

A la mitad del camino
cortó limones redondos
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro

 Al parecer en Colombia es como en Venezuela, y al final la Real Academia como que hizo una enmienda con respecto al amarillo y  puso: del color del oro. En fin, disculpen por perderme en mis divagaciones. Por cierto la palabra naranja viene del Sánscrito, narangah, un dato curioso.

Llegué a mi casa y en una cesta, puse mi arreglo de naranjas y limones amarillos. Quisiera fotografiarlos, o pintarlos más bien, si pudiera.

Ayer día, todavía envuelta en el guayabo caraqueño y la nube luminosa que deja la Navidad, saqué fuerzas, para cumplir con la tradición del 25 de diciembre: escuchar el Mesías de Handel a todo volumen y cantar el Aleluya  a todo gañote. Aunque gañote no es la palabra apropiada para cantar el Aleluya, pero es por la emoción que le pongo.


En el camino hacia el equipo de música, me tropecé con mi arreglo de naranjas y limones amarillos y, aunque no estaba en mis planes,  me provocó una naranja y la agarré. Le di al botón de ON,  y regresé a mi sillón con mi naranja.

Comencé a quitarle la cáscara a la naranja, con las manos, pues son de esta variedad en que la piel sale fácil, como si fuera una mandarina. Entonces se produjo, una maravillosa coincidencia.

En el preciso instante en que rompí la piel de la naranja comenzaron a sonar los acordes majestuosos del Mesías.

Abrir una naranja es como destapar un frasco de perfume. Un aroma de notas cítricas, intensas, que  esta vez sostenían la declaración musical más sublime que existe. Mi inocente naranja, de repente se convirtió en una especie de solecito. La música de Handel, no puede sino provenir de un astro luminoso con reminiscencias de azahar.

Y no sigo porque me emociono y no se puede escribir cuando uno está muy emocionado porque sale lo cursi. Es más, creo que ya pasé el límite.

Al terminar el Mesías, me comí mi naranja dulce y gloriosa, como un Aleluya. Así celebré mi tradición de  Navidad.

( chequeen en linea el cuadro de Antonio Mensaque, Oranges. Es el cuadro con que me hubiese gustado ilustrar este articulo)

martes, 13 de diciembre de 2011

EL Gato con Gotas

De regalo de Navidad le pedí a mi hija que me diseñara la imagen de mi blog, un regalo de bajo presupuesto, pero de inmenso valor, perfecto para su golpeado bolsillo. Le di apenas un par de indicaciones: quiero una calle cualquiera, con un farolito y un letrero destartalado que diga Calle del Eco. Esas fueron mis especificaciones. 

El resultado está a la vista y me encanta.

Mi mama decía que “nada aguanta tanto análisis” y creo que es cierto. Mi profesión me obliga a ser analítica, y he entrenado mi mente para eso, pero esa parte de mi cerebro la dejo en la oficina junto con mi camuflaje de “eficiencia”. De resto, soy desorganizada, no planifico, no hago listas, como vaya viniendo vamos viendo, o Dios proveerá, son mis slogans favoritos; sigo confiando en la intuición, aunque a veces me haya estrellado estrepitosamente; jamás tomo decisiones basadas en el dinero o en la práctica, porque puede que sean acertadas, pero no tienen gloria (como  decimos mi esposo y yo, que si invertimos en cementerios, la gente deja de morirse); no pretendo recordar todo lo que leo, a veces ni siquiera me preocupa entender lo que leo; me gusta disfrutar del aroma de las palabras, aunque, a veces, no las comprenda. Rainer Rilke, uno de mis poetas de cabecera, hace tiempo, me dio la clave, me dijo, que es necesario aprender a olvidarlo todo y después tener paciencia para que las cosas regresen, algo así pero con palabras mas bellas. También como leí una vez …si lo sabes todo acerca de la rosa, pierdes la rosa…


Cuando veo la interpretación de mi hija de mi “ imagen”, confirmo todo lo anterior. Sin decirle gran cosa, intuitivamente (claro es mi hija y me conoce mas que mediecito liso) dibujó la calle por donde transito todos los días, un camino que se fuga, como mis pensamientos, perdidos entre las montañas y los colores del cielo, que son la única extravagancia de esta ciudad, lo único que se rebela contra el orden establecido. También me identifico mucho con la gotita que chorrea del paisaje. Mi hija me preguntó que si la borraba y le dije: NOOOO!

Esa gotita irreverente, impredecible y divertida, es justamente donde comienza todo.

Y así, pensando en gotas y en el título de esta entrada, de repente me acordé que mi hijo S, cuando chiquito decía “El Gato con Gotas”. Así voy a titular esta entrega, aunque no tenga nada que ver.

Gracias a mi hija por este regalo espléndido y a mi hijo por el titulo intrigante!

Comparto los créditos de mi diseñadora de lujo:

Leo Pérez cursa cuarto año en el “Alberta College of Art and Design”, Calgary, donde obtendrá el próximo año su  “degree” en “Visual Communications”, con especialización en “Graphic Design and Advertising”
www.leoperezcreative.com y su blog aleobit.blogspot.com

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cristales y Caracoles

Ayer se presentó  en mi oficina un señor de Office Service, con un formulario y un pocotón  de cajas de embalaje, diciéndome que yo estaba en la lista de mudanzas y que tenía que empacar.  Le dije que me mostrara la orden, y efectivamente allí estaba mi nombre. Entré en pánico, nadie me había avisado de otra mudanza, si apenas me estoy acostumbrando a mi nueva geometría del absurdo y todavía, a veces, cuelgo el abrigo en una puerta invisible y guardo papeles en archivos de aire. (ver post Mi nueva Geometría del Absurdo)

Me resigné y comencé a empacar mis aburrimientos de oficina.  Llené como cinco cajas de objetos inanimados y letras muertas, carpetas,  engrapadora, abrehuecos, clips, ganchos, más carpetas. Cuando terminé de etiquetar las cajas, deseé fervorosamente que esas cajas se convirtieran en otra cosa. Que cuando desempacara mis cosas, en vez de engrapadoras y ganchos, encontrara cristales y caracoles; en vez de carpetas con números y curvas financieras, encontrara libros antiguos, pergaminos y poemas viejos; en vez de grapas, tijeras y clips, de la caja saltaran luciérnagas, caballitos del diablo y mariposas azules; en vez de mi termo de café con el nombre de la compañía, una botellita de Oporto o de Chardonnay no caerían mal.

Me fui a mi casa con esta fantasía, esperando que hoy, al volver, mi deseo se hubiese hecho realidad.

Cuando regresé al trabajo esta mañana, me di cuenta de que no me habían dicho el número, ni el piso de mi nuevo despacho. Me fui directo a mi antigua oficina a ver si me habían dejado alguna nota. Lo que conseguí  fueron mis mismas cajas, solo que acomodadas de forma diferente a como las dejé ayer, y encima del escritorio una nota con mi nombre. Allí fue cuando me fijé que, en el formato de mudanza, el From Office #### To Office ####, eran exactamente el mismo número. Es decir, me mudaron de mi oficina, a mi oficina.  Así funciona el sistema.

Aún con la esperanza de que mis inanimadas pertenencias se hubiesen transmutado, y la metamorfosis de clip en luciérnaga fuese todavía posible, abrí mis cajas con la emoción de destapar un regalo. Tal vez, toda esta confusión de la mudanza, obedezca al hecho de que, como dice mi genial  esposo, cuando uno esta “available for magic, the magical thing is that magic happens”.

Ya una vez había tenido la sensación de escape en una época menos agradable de mi vida, hace años, cuando, en una mudanza de apartamento, deseé que el camión con los trastos se quemara o que fuera a parar al fondo del océano y no regresara jamás.  En aquel momento, estar desposeída era mejor que regresar a mi propia realidad, a mi propia infelicidad.

Ahora, mis pensamientos no son tan extremos como antes  y es que mi vida actual  está en  el lugar que quiere estar. (excepto la oficina, que es un mal necesario)

Creo que todas las mudanzas del mundo, no importa que sean desde La Patagonia a Islandia, o desde La China a Senegal,  se parecen a esta mía de hoy: de un punto al mismo punto. El que pretenda que cambiando de lugar, cambia algo, sospecho que se equivoca. Y es que, son otros  movimientos más profundos y menos geográficos, los que lo cambian todo.

De allí quizás que, este surrealista episodio de mi mudanza virtual, se convirtiera  al final en una deliciosa experiencia, y el acto de desembalar fuese mucho más placentero que el de empacar.  De cada caja que abría salían mis mariposas  y luciérnagas, mis cristales y caracoles, mis pergaminos, poemas viejos y hasta mi botella de Oporto. No importa que después mis tesoros, se disfrazaran de engrapadoras, tediosas carpetas, sacapuntas, cuadernos,  clips y mugs con el nombre de la empresa.  A fin de cuentas, yo también cargo mi camuflaje de ingeniero en la oficina.

En conclusión, creo que esta mudanza si resultó.