viernes, 26 de septiembre de 2014

LA COBIJA

El miedo da un frio helado.

Tenía muchos años que no ingresaba a una clínica en calidad de paciente.

Una intervención que, para no entrar en detalles,  llamaré “menor”, así que lo mío ,más que miedo era “miedito”, pero terror al fin.

Sin embargo, allí estábamos, pacientes y acompañantes, a las puertas del quirófano, esperando nuestros turnos.

La humanidad doliente.

Viejos y jóvenes, todos con cara de susto.

Y es que ante el frio del bisturí, ante la pérdida de la salud,  somos  apenas recipientes de pánico.

Siempre he pensado que los quirófanos, igual que los cohetes que mandan al espacio, son sistemas frágiles.

La definición de un sistema frágil es aquel donde todos los factores adversos están controlados, y estadísticamente la probabilidad de error es mínima. Sin embargo, cualquier falla o situación impredecible, tiene consecuencias catastróficas.

El cuerpo humano es un sistema frágil.

En fin, a la espera de nuestro turno, hermanados por el miedo, entre sonrisas forzadas y emociones contenidas, cada vez que veía a un  paciente despedirse de su ser amado para entrar al quirófano, se me hacia el nudo gordiano en la garganta.

Me programé para despedirme de mi esposo “cero drama”.

Allí estaba yo tiritando de miedito o de frio, repitiéndome en la cabeza, cero drama, cero drama cero drama, cuando de pronto sentí que alguien, ponía sobre mis hombros una cobija caliente.

Yo lo sentí como un ángel, o Dios.

Al final vi que había sido una enfermera.

Jamás en mi vida había sentido tan físicamente, tan poderosamente en la piel,  un gesto amable.

Inmediatamente me dijeron que era mi turno, mi despedida cero drama funcionó y atravesé alegremente, con mis propios pies, las puertas metálicas del OR.

En  mi caso, a Dios gracias, mi intervención “menor”, no era nada de vida o muerte, pero  compartir estos minutos pre operatorios  con la humanidad doliente,  revivió algunas de mis  inconsolables cicatrices.

Bien dijo George Sand que:  “La vida es una herida abierta, que a veces adormece, pero nunca sana”

Ya salí de la operación y estoy recuperándome en mi casa, con la atención cinco estrellas de mi familia.

Son todos ellos esa cobijita tibia sobre mis hombros.

PD:     Quisiera expresar en esta entrada un pensamiento y una oración para todos quienes han perdido la salud y están en su proceso de recuperación o tratamiento. A ellos y sus familiares les toca una circunstancia muy dolorosa. El poder de un gesto amable se repotencia en momentos de enfermedad, es el equivalente de esta experiencia de la manta tibia, que sentí tan vivamente en mi breve paso por el quirófano,  y que intenté  transmitir metafóricamente  en esta entrada.

domingo, 21 de septiembre de 2014

LUMBAGO


Mi  querido y británico esposo lo llama “psycho-rubbish”..

Y esa categoría incluye todas las tendencias de pensamiento positivo, holístico, New Age, astrología, tarot, piedras,  que no tengan asidero científico; en general todas las cosas que a mí me encantan y me entretienen.

Sin embargo, en el fondo de su flemático e inescrutable temperamento,  estoy segura que una vocecita impertinente, le murmura al oído aquello de:  “de que vuelan vuelan”.

Para hacer la historia corta, en una de estas dosis masivas ( y a veces excesivas), de pensamiento positivo a las que cualquier mortal está expuesto sin piedad a diario, decidimos poner en práctica, aunque reacio el inglés, por una semana, un peculiar ejercicio:

Anotar diariamente,  tres razones para sentirnos agradecidos.

Fácil.

Quiso el destino que justo en el momento de comenzar esta tarea, me quedase yo  tiesa y doblada, con un dolor de espalda.

Pasó el lunes y el martes y  mi lista de agradecimiento se convirtió e en una larga lista interjecciones no aptas para ser escritas.

Miércoles y jueves, mi lista rimaba con  la belleza del otoño. Esa otra palabra tan liberadora que termina en ño.

Viernes y sábado, me mejoré un poco, mientras el otoño persistía en su maravilloso esplendor de amarillos.

El lumbago iba cediendo, pero mi lista: vacía.

Hoy domingo de vino blanco y gin tonic de mediodía, admirando la  esplendorosa belleza de esta estación que recién comienza (aunque tuvimos un mini invierno hace poco), mi esposo y yo decidimos intercambiar lista de agradecimientos de la semana.

Mi libreta estaba un poco escuálida.  Agradecí por los analgésicos y sobre todo di gracias porque no fui a lo oficina por varios días.

La lista de mi esposo en cambio, me movió la columna vertebral.

Tres razones para agradecer:

Day 1

You, Sancho, our home

Day 2

You, Sancho, our home

Day 3

You, Sancho, our home

Day 4

You, Sancho, our home

…………

……

Day 7

You, Sancho, our home

Y así hasta hoy…hasta siempre…

Mi copa se llenó de otoño y se desbordó  de agradecimiento.

Dar gracias sabe a La Crema y deja un gusto dorado en el paladar.

Se me quitó el dolor de espalda.

sábado, 13 de septiembre de 2014

LA CASCADA


Sin mapa ni brújula, salimos de expedición hacia un territorio desconocido.

Una región milenaria, de origen volcánico, como la vida.

El lugar de las Cascadas.

Nos fue fácil encontrar este nuevo continente, como si un rumor antiguo nos guiara.

De pronto, allí estábamos, rodeadas de caídas alegres.

Torrenciales.

Vaporosas.

Huidizas

Raudas.

Sedosas.

Brillantes.

Chorros de infinitos blancos, bordados  de arcoíris y de voces lejanas.

Conversaciones de ahora y  murmullos del pasado.

Con curiosidad y deleite, nos movíamos entre espejos,  nubes de tul y pozos de encaje.

La humedad llegó a nuestros ojos y a nuestros corazones.

Al final no pudimos encontramos nuestro particular torrente.

Ese hilo de manantial que ha de convertirse  en  salto majestuoso.

Ese que lleva prendido con alfileres todas las ilusiones.

Salimos de la tienda de vestidos novia, con manos vacías pero satisfechas.

Después nos fuimos a almorzar y a charlar alegremente.

Ahora es que empieza la aventura.

PD: Y es que creo que los vestidos de novias son cascadas, que traen en sus aguas nueva vida.
 Mi  cascada, mi mama, 16 de Diciembre 1944.

lunes, 8 de septiembre de 2014

EL TRENCITO


 
Luzdivina era la encargada de recibir a los huéspedes, con su sonrisa blanquísima, como esculpida  en marfil a través de los siglos,  y unos ojos negrísimos que concentraban todo el odio, el tedio y el desprecio del universo.

Marina y Luis hacían su cola de ingreso.

Al fin y al cabo habían llegado al paraíso.

Pacientemente, miraban cómo a cada pareja o familia le asignaban un brazalete con un número, para después ser conducidos,  con entrenada amabilidad, a los trencitos que los trasladarían por aquel edén de azules playas.

Marina y Luis miraban a su alrededor.

El paisaje era paradisiaco, lleno de palmeras y flores  tropicales tan reales que parecían de plástico.

La amable brisa del mar invitaba al descanso que se avizoraba eterno.

Marina y Luis  deseaban fervientemente terminar de una vez con los trámites de ingreso, para disfrutar finalmente de sus deseadas y merecidas vacaciones.

Al fin les tocó el turno a Marina y Luis.

Luzdivina los recibió con su esplendorosa sonrisa.

Marina le preguntó ingenuamente ¿Cómo estás?

Luzdivina respondió con un “maravillosamente”, que destilaba puro odio y falsedad.

Luzdivina les colocó a Marina y Luis sus respectivos brazaletes numerados,  que más bien parecían grilletes, sellando para siempre su derecho a permanecer en el paraíso tropical.

Había muchos niños en el lugar, pero cuando Marina y Luis se fijaron mejor,  vieron que todos los niños tenían caras de viejos.

Prágido, el ayudante de Luzdivina, condujo a Marina y Luis hacia el trencito donde todos los pasajeros sonreían con expresión robótica.

Cuando comenzaron a dar vueltas por la propiedad, Marina y Luis se dieron cuenta que  los que subían y bajaban del trencito, eran siempre los mismos.

Era un tren que daba vueltas alrededor del complejo inmenso y que no conducía a nadie a ninguna parte.

Un tren infernal.

Un tren del terror.

Nota: Cualquier parecido con la vida real no es coincidencia. Esto sucedió  en un resort de esos “all inclusive”, hace unos años. Hoy lo encontré  escrito en una libreta antigua y como tengo sequía creativa y además  estoy medio deprimida porque está nevando en septiembre, lo transcribí.

Pero para terminar, les dejo una conversación que me hizo gracia en una caricatura que vi hace poco:

La esposa le pregunta al esposo:

Mi amor, ¿qué crees tú que es peor, la ignorancia o la indiferencia?

Y el esposo respondió:

No sé ni me importa.