jueves, 28 de agosto de 2014

BORRACHERA


Está prohibido tomar en horas de oficina.

Es la política de la compañía, so pena de despido.

Suelo cumplirla a carta cabal  y sin excepción,  pero el lunes, el nivel de neón eran tan alto, la conversación  a través del tabique tan lánguida, la sonrisa cortés tan tensa, que hasta pareciera que se fuese a caer de la cara como un pedazo de friso, que decidí salir al mediodía, aprovechando el buen clima, a echarme un traguito en solitario.

Nadie lo notaría, total, uno administra su hora de almuerzo como quiera.

Necesitaba un trago fuerte.

De esos que lo regañan a uno.

Me monté en el ascensor y salí a la calle, imaginando el licor ardiente.

Elegí una bebida de  color ámbar, sedosa y lenta.

Esas que derriten el hielo  y empañan las penas.

En un instante, deslicé  el primer sorbo por mi garganta, como una caricia incandescente y perfumada de leña que se recibe en toda la piel.

Sentí el calor de  pies a cabeza.

Como un lanzallamas.

Regresé a la oficina, energizada y rodeada de un aura anaranjada.

Aparte de una inusual felicidad, oculté exitosamente toda evidencia, así que decidí repetir la experiencia al día siguiente.

Y toda la semana.

Como todas las adicciones, cada día quería beber un poco más.

Y más.

Pasaba la mañana soñando con mi traguito del mediodía.  

Hoy no pude ir por mi terapéutica bebida, porque amaneció  lloviendo  y soplaba viento helado, que augura la llegada del otoño.

Me sentí como un borracho a quien le arrebatan la botella.

Cuando aclaró un poquito y el sol se asomó detrás de las nubes, corrí a la calle.

Desesperada.
 Rauda y agradecida me bebí las últimas gotas del verano.

Posdata: Estaba escribiendo este post cuando me sorprendieron con la maravillosa noticia de que mi hija se comprometio en matrimonio. Asi que las ultimas  gotas del verano se convirtieron en lagrimas de felicidad y brindis con champana a la salud de los futuros esposos!

miércoles, 6 de agosto de 2014

LA POBRE VIEJECITA

Rafael Pombo
 
Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez

Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.

Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín

Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan y Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín

Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar

Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.

Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir

Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.

Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.

Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz

Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien

Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.

Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial

Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.
 

Hoy 6 de agosto, tuve una visita muy especial: la imagen de la Virgen peregrina,  que me acompano a celebrar nuestro primer ano en nuestra nueva casita del rio, con rosas, duraznos, pan y Oporto en copita de cristal azul. Que mejor oracion!
De pronto, mi amiga Monica, saco de su imaginario colombiano, y de su iphone, este poema de Rafael Pombo. Un descubrimiento tardio para mi.
Me parecio encantador.