El mundo está
sediento de consuelo, de caricias, de bondad. Tuve la suerte de presenciar,
hace poco, un momento que recogió todo eso. Fue un instante de infinita
dulzura, un regalo para mis ojos, un cariño para mi espíritu, y a la vez , un
gran aprendizaje.
La magia tiene
maneras muy raras de producirse, pues lo más paradójico, es que este momento
angélico, me sucedió en el lugar más superficial del mundo: la peluquería.
Allí estaba yo,
en mi sillón, esperando los cuarenta y cinco minutos del tinte, con una bata de
plástico negro, con papeles de aluminio retorciéndose sobre mi cabeza y un
cintillo de pintura negra en la frente. En fin, la propia bruja Escandulfa.
La peluquera
peinaba a una señora que había
venido con su mama, su bebe de tres meses, que estaban esperando en una salita
aparte y una muchacha, que estaba sentadita muy tranquila al lado de la señora, sin decir nada. Creo que escuché que se llamaba Karen.
Yo leía mi libro despreocupadamente, con
mi facha de extraterrestre,
mirando el reloj impacientemente cada dos minutos.
De pronto se
escuchó llorar al bebe en la salita contigua. La mama no lo escuchó, por el
ruido del secador y las tapa-orejas que le ponen a uno para no quemarse. Pero
Karen sí, e inmediatamente se levantó.
Al rato regresó, se sentó en su silla, y
noté que algo le pasaba. Se tapó el rostro con las manos y, sin ton ni son,
empezó a llorar, como si hubiese pasado una tragedia. Karen lloraba
desconsoladamente.
Yo no entendía
nada. Los secadores se apagaron, y la señora, que creo que era su hermana, le
preguntaba angustiada, pero con un tono muy dulce, ¿qué te pasa Karen? ¿por qué lloras?
Karen murmuró
algo que no entendí, la señora
sonrió amorosamente, y le susurró algo más, que tampoco entendí. Yo impertérrita, presenciando una
conversación muda, totalmente hecha de caricias y sonrisas.
De pronto Karen dejó
de llorar, tan súbitamente como había comenzado, como si el amor cerrara el grifo.
Abrazó a su hermana por la cintura mientras ella le acariciaba el pelo y en
eso, por primera vez pude ver su rostro. Karen era una niña especial, o
excepcional, o con síndrome de Down. No sé cual es la forma más correcta de
decirlo, pido disculpas por eso. Yo solamente sé que Karen era un manojo de
emociones en una sonrisa de niña.
También solamente sé que su hermana, la trató con tanta dulzura, le
habló con tanto cariño, la acarició con tanta delicadeza, que su consuelo fue
instantáneo.
Karen se quedó
tranquilita en su silla como si nada hubiera pasado.
Yo boquiabierta,
con miles de sensaciones circulando por mi cabeza, debajo del enjambre de papel
de aluminio y la especie de bolsa negra que me cubría. Sensaciones indefinibles, sólo estoy segura de que ninguna era
lástima. Acababa de ser
testigo de la pureza de un alma. Con razón en algunas culturas, los niños
especiales, permítanme llamarlos así, son los preferidos de los Dioses.
El chirrido del
reloj señalando que ya habían pasado los cuarenta y cinco minutos, me sacó de
mi ensoñación.
Mientras me
lavaban el pelo, me puse a pensar, justamente lo que dije al principio. Todos
estamos, de alguna manera ávidos de consuelo y lo que presencié hoy, fue una
prueba de que el cariño sincero
siempre funciona. También aprendí que Karen y quienes que son como ella, son almas sensibles, puras y delicadas,
verdaderamente, muy especiales.
Salí de la
peluquería, con reflejos, sin canas y con corte de pelo, pero, tras presenciar
este sencillo acto de consuelo, creo que más bien quedé un poco embellecida por dentro.
Que bonito y que gran verdad!! Todos estamos ávidos de cariño, hay que darlo más ya que se suele producir reprocidad, así seremos más felices. Tengo la suerte de tener a alguien que me lo da en tanta mesura como lo necesito, y un cariño distinto como el de mis hijos, especialmente el mayor que me lo da a raudales.
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