domingo, 21 de marzo de 2021

KAIRÓS

Persistencia de la Memoria - Salvador Dalí 

 

Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer…” dice una vieja canción.


Yo voy a enloquecer porque hace una semana cambió la hora aquí en Canadá y a mi alrededor hay siete relojes a los cuales hay que adelantarles una hora y yo…no me atrevo.


Es una de esas tareas que mi amado esposo hacía amorosamente por mí, igual que el café de la mañana, el jardín, mantener mi copa de vino y la de mi alma llena y un largo etcétera.


Son mis pequeñas tristezas del día a día, esas que he aprendido a aceptar, pero que todavía me producen un súbito vacío.


Mi hijo, o un buen amigo, siempre me ayudan con esta particular tarea de ajustar el tiempo, pero ahora con la pandemia, los relojes de mi casa están desorientados.


Lo más curioso es que a ellos parece no importarles.


Su erróneo tic tac continúa, persistente, implacable.  


Entonces reflexiono sobre las horas.     


Las plenas, las bailadas, las bien conversadas, las de placer y deleite.


También las horas infinitas donde la tristeza se empoza, horas menguadas.


Al final mis horas favoritas son las de “ocio cultivado”, como las describió Oscar Wilde.


Pero, en fin, el reloj sólo intenta pedestremente, medir una secuencia de eventos, eso que los griegos llamaban Cronos.


Hay un concepto más ligero, sublime y amable: Kairós.


Ese lapso indeterminado donde todo sucede.


El momento adecuado y oportuno.


Hoy mi amigo Francisco vino a ayudarme con el jardín y también ajustó todos los relojes de la casa, desde el del microondas, hasta el de pared de pájaros canadienses.


¡Gracias!


El Cronos de mi casa ya está en orden. Mi Kairós no necesita mucho ajuste realmente.


Kairós.


Ese momento sin tiempo donde las cosas especiales suceden y me hacen sonreír...

 

PD: Esta breve reflexión sobre las horas, hizo que me acordara de un cuento de oficina que escribí hace un montón de años, La Hoja de Tiempo (1995), lo comparto para quienes quieran leerlo y aquí lo dejo en este espacio, para que quede en este blog un poco archivo de mi tiempo.

 

HOJA DE TIEMPO

 

          Como todos los lunes, me dispuse a llenar mi Hoja de Tiempo. Para quienes no manejen el lenguaje empresarial, la Hoja de Tiempo es una planilla donde uno debe anotar las horas laboradas durante la semana, asociadas al código de una actividad determinada. Esto que suena tan aburrido, se hace para llevar el control de tiempo de los empleados. La Hoja de Tiempo debe ser lo más productiva posible y por consecuencia, lo más facturable posible. Lo peor que puede existir es cargar horas al código “disponible”, o “a la espera de trabajo”. Significa sencillamente que uno no está haciendo nada y a la larga resulta una carga para la empresa. En fin, luego de estas tediosas explicaciones, que pueden servir para entender mejor lo que me ocurrió este lunes, saqué de mi archivo el formato cuadriculado de la rutinaria Hoja de Tiempo. Procedí a buscar mi agenda para corroborar en qué actividades había invertido mi tiempo. Parece mentira, que uno no se acuerde de lo que estuvo haciendo apenas hace una semana, pero siempre me ocurría lo mismo, tenía que apoyarme en la agenda para recordar mis actividades.

          Escribí mi nombre en la casilla correspondiente, código de empleado, fecha, período, y aquí, justo en este momento fue cuando se complicó esta historia. El período se refiere a la semana anterior, de lunes a domingo, pero esta vez el período estaba pre-establecido y la fecha que tenía me llenó de sorpresa primero; después sería terror. El período era exactamente desde el día de mi nacimiento, hasta el domingo pasado. Intenté borrar la fecha, obviamente se trataba de un error, una broma, tal vez una jugarreta de Recursos Humanos. Pero la fecha no se podía borrar. Intenté con el typex, y también fue inútil. Un escalofrío me recorrió. Tenía ante mis ojos la Hoja de Tiempo de toda mi vida y lo peor es que me sentí en la obligación de llenarla. Tenía que colocar en una hoja cuadriculada, en qué actividades había invertido mis horas, mis días, mis años, mi tiempo, mi existencia. Respiré hondo y me puse a recordar. En este momento se hizo el terror. Si me costaba recordar mis actividades de la semana pasada, la tarea de recrear toda una vida era prácticamente imposible. Comencé con los acontecimientos generales de los primeros años: muchas horas de jugar, cantidades de horas de estudio, hitos importantes como cumpleaños, primera comunión; más adelante matrimonio, maternidad, graduaciones; después separaciones, ausencias, presencias, pérdidas, adioses.  Me llegaron, como a todo el mundo, las horas de soledad, importantes e intensas siempre que no lleven a la desolación. Inexorablemente llegaron también las horas tristes, lágrimas, dolores, que se tradujeron más tarde en muchas horas de aprendizaje. Disfruté enormemente recordando y anotando las horas más divinas: horas de amor, de placer, de locuras y de ternuras.

          Me fui entusiasmando verdaderamente con lo que estaba haciendo, los recuerdos fluían de una manera sorprendente y maravillosa. Las horas divertidas, de risas, de canciones, de poemas, llenaron muchos espacios. Me desbordé y me sorprendí de que cupieran tantas cosas en una Hoja de Tiempo, parecía que las columnas se hubiesen multiplicado.

          Fue entonces cuando llegué a un punto muerto. Quedaban muchas columnas vacías, era precisamente el tiempo que pasó sin darme cuenta. Muchísimas horas, días, meses incluso, se me habían escapado en blanco, inertes. Horas suspendidas, que no sabía a qué código asociarlas, como cuando uno angustiosamente carga a la actividad más temible: “a la espera de trabajo”, en la hoja convencional de la empresa.

          Se me ocurrió inventar un código de ocio, pero las horas de ocio consciente y cultivado eran limitadas. Había un tiempo perdido, irremediablemente. No había descripción ni código alguno donde cargarlas, porque sencillamente no las recordaba.

          ¿Dónde estaba yo en esas horas vacías y asfixiantes? ¿Qué estaba haciendo, en qué pensaba? ¿Por qué las dejé escapar sin ni siquiera haberme percatado? Otra vez el pánico se fue adueñando de mí. Por primera vez tuve conciencia de que había dejado ir muchísimas horas de esas que en la empresa llamarían “improductivas”, pero son diferentes las horas improductivas para una empresa, a las perdidas en una vida; éstas son irrecuperables. No había trampa posible para rescatarlas, ni que viviera horas extras, en la vida no cabe el término de sobretiempo. Sencillamente, las horas perdidas descapitalizan una existencia y no hay forma de balancearlas.

          Intenté sobreponerme al impacto que significaba tener ante mis ojos una vida con huecos. Como soy de mente racional, busqué explicaciones para consolarme a mí misma. Si aplicaba una de ponderación, de pronto, los momentos intensos compensarían esas lagunas. Si hacía una distribución gaussiana, era lógico pensar que en toda una vida se produjesen picos y bajos. Pero ninguna explicación, en realidad, me reconfortaba. El hecho era que había tirado a la basura horas preciosas que ya jamás volverían.

          Busqué analogías con la empresa. Cuando estas cosas pasan en la compañía, se toman “acciones correctivas”. En este caso, estas acciones tendrían que aplicarse en el tiempo que me restaba por vivir.

          Solo había una manera de que mis horas futuras fueran plenas: viviéndolas a conciencia y no permitiendo dejar escapar ni tan solo una de esas que la empresa llamaría no facturables. El tiempo que a uno le es concedido en este planeta tiene que ser ciento por ciento reembolsable, pero no en dinero, más bien en satisfacciones, en conocimiento, en amor...

Como no está permitido dejar espacios en blanco en una Hoja de Tiempo, va en contra de todo procedimiento normalizado, tomé este tiempo vacío y las cargué, con gran pesar, a un enorme signo de interrogación.  Volví sobre las horas plenas, las que trascendieron, las que quedaron plasmadas nítidamente en la hoja cuadriculada, las que aún permanecen. Me sentí satisfecha de ellas. Firmé mi tiempo con la intención de proceder de inmediato a las “acciones correctivas”, la más importante de todas: VIVIR, porque, como diría mi padre: ...es más tarde de lo que imaginas...

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias querida MT, te acuerdas de aquellos tiempos en la oficina? jaja Viviste conmigo esa Hoja de Tiempo.
      Un abrazote

      Borrar
  2. Esos cambios de horas nos afectan a todos, pero... "Hay que vivir"
    Un abrazo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias por tu gentil presencia en mi blog, Rafael. Me hace sonreír cuando encuentro tu comentario temprano en la mañana, Kairos.
      Un abrazote

      Borrar

Tu comentario es siempre apreciado. Gracias!