Anoche nevó.
No es inusual en
marzo, pero a estas alturas del invierno uno dice: ¡Basta ya! Prometo que será
la última vez que mencione el frio y el invierno por una buena temporada.
Me fui temprano
a pasear a la perrita Panda que estoy cuidando estos días, quizás algunos la
recuerden.
No había ni un
alma en la extensa pradera, pero mi sensación de soledad se vio cuestionada por
la cantidad de huellas en la nieve.
Sentí que me
encontraba en medio de una multitud invisible.
Había pisadas
de todo tipo; humanas, caninas, de venado, de ganso y hasta de conejo; he
aprendido a identificarlas. Gracias a Dios no había de oso, esos apenas se
están despertando de su larga hibernación.
Las huellas
convergían, divergían sin orden ni patrón, labrando improvisadas pinceladas en
la blancura del lienzo.
Un mapa de
presencias.
Recordé un artículo
que escribí hace casi 19 años cuando nos mudamos a Canadá y que le dediqué a
mis compatriotas venezolanos y compañeros de trabajo, se llamaba justamente así
“Huellas en la Nieve”, y hablaba de ese legado que vamos dejando a nuestro
paso, honesto, profundo, alegre, esencia de nuestro gentilicio.
Panda y yo
terminamos la caminata en silencio.
Y hasta allí
habría quedado esta historia aburrida, si no fuese porque, al final de la
tarde, volvimos al parque para la segunda caminata del día.
La nieve se
había derretido y con ella las huellas del invierno.
Ante nosotros
un charco luminoso.
Me provocó
chapotear en el pozo que anunciaba la ansiada primavera y hacer una danza de
agradecimiento.
Me contuve para
no parecer una vieja loca.
Panda y yo terminamos
nuestro paseo de la tarde con un gozo en el corazón.
Los primeros
brotes de esperanza, digo, de verdor, ya comienzan a asomarse.
“En las profundidades del invierno,
finalmente aprendí que en mi interior
habitaba un verano invencible.”
Albert Camus
La primavera sonríe en tus letras...
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias apreciado poeta Rafael,
BorrarAbrazos!