lunes, 24 de marzo de 2025

HUELLAS

 


Anoche nevó.

No es inusual en marzo, pero a estas alturas del invierno uno dice: ¡Basta ya! Prometo que será la última vez que mencione el frio y el invierno por una buena temporada.

Me fui temprano a pasear a la perrita Panda que estoy cuidando estos días, quizás algunos la recuerden.

No había ni un alma en la extensa pradera, pero mi sensación de soledad se vio cuestionada por la cantidad de huellas en la nieve.

Sentí que me encontraba en medio de una multitud invisible.

Había pisadas de todo tipo; humanas, caninas, de venado, de ganso y hasta de conejo; he aprendido a identificarlas. Gracias a Dios no había de oso, esos apenas se están despertando de su larga hibernación.

Las huellas convergían, divergían sin orden ni patrón, labrando improvisadas pinceladas en la blancura del lienzo.

Un mapa de presencias.

Recordé un artículo que escribí hace casi 19 años cuando nos mudamos a Canadá y que le dediqué a mis compatriotas venezolanos y compañeros de trabajo, se llamaba justamente así “Huellas en la Nieve”, y hablaba de ese legado que vamos dejando a nuestro paso, honesto, profundo, alegre, esencia de nuestro gentilicio.

Panda y yo terminamos la caminata en silencio.

Y hasta allí habría quedado esta historia aburrida, si no fuese porque, al final de la tarde, volvimos al parque para la segunda caminata del día.

La nieve se había derretido y con ella las huellas del invierno.

Ante nosotros un charco luminoso.

Me provocó chapotear en el pozo que anunciaba la ansiada primavera y hacer una danza de agradecimiento.

Me contuve para no parecer una vieja loca.

Panda y yo terminamos nuestro paseo de la tarde con un gozo en el corazón.

Los primeros brotes de esperanza, digo, de verdor, ya comienzan a asomarse.

 

En las profundidades del invierno,

finalmente aprendí que en mi interior

habitaba un verano invencible.”

Albert Camus

 

 

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