El
sonido es el más intrépido de los viajeros.
Cada nota al aire, cabalga en una onda, da vueltas en los toboganes de la oreja, se desliza por un túnel diminuto; salta en un colchón de delicadísimos resortes, se lanza en aguas que circulan por los laberintos de un caracol, de allí sale rauda y se transforma en chispa incandescente, hasta que, delicadamente, como una mariposa, se posa en una emoción.
Entonces uno sonríe.
Cada nota al aire, cabalga en una onda, da vueltas en los toboganes de la oreja, se desliza por un túnel diminuto; salta en un colchón de delicadísimos resortes, se lanza en aguas que circulan por los laberintos de un caracol, de allí sale rauda y se transforma en chispa incandescente, hasta que, delicadamente, como una mariposa, se posa en una emoción.
Entonces uno sonríe.
Estoy
segura de que no fue así como se lo enseñaron en la universidad a la dinastía de
otorrinolaringólogos de mi familia (papa,
hermano y sobrino), pero digamos que es una licencia poética.
Y es que, entre los regalitos que recibí en Navidad, hay uno muy especial.
El más pequeñito y sencillo. Quizás el menos costoso, pero uno de mis favoritos.
Quien me lo dio me dijo, que sabía que yo lo iba a apreciar.
Eso me gusta, porque demuestra que, aunque en general soy bastante ácida y tosca, quiere decir que alguien detecta en mí, cierta dulzura y delicadeza.
Es una cajita pequeñita y trasparente, que deja ver un mecanismo diminuto.
Una
palanquita, que mueve un engranaje, que a su vez hace girar un carrete metálico
con muescas grabadas a cierta distancia,
que a su vez hace vibrar unos palitos de diferentes tamaños. Y es que, entre los regalitos que recibí en Navidad, hay uno muy especial.
El más pequeñito y sencillo. Quizás el menos costoso, pero uno de mis favoritos.
Quien me lo dio me dijo, que sabía que yo lo iba a apreciar.
Eso me gusta, porque demuestra que, aunque en general soy bastante ácida y tosca, quiere decir que alguien detecta en mí, cierta dulzura y delicadeza.
Es una cajita pequeñita y trasparente, que deja ver un mecanismo diminuto.
De este último párrafo, que pareciera que narra la historia de la Revolución Industrial en Inglaterra, surge una exquisita melodía: Para Elisa.
Así, en mis ratos de ocio, doy vueltas a la palanquita, miro como se mueve cada piecita en perfecta sincronía y me asombro de cómo salen de allí las notas de Beethoven, tiin, tiin… tintintin…para emprender el resto de su periplo por los laberintos de aire, agua y luz de mis oídos y de mis emociones.
Es una cajita de música, pero me gusta pensar que es el mecanismo de una sonrisa. Como las que nos regalan los hijos.
Esta fue obsequio del mio, Santiago.
Los hijos a veces tienen esos detalles que denotan que nos conocen y que nos llenan de ternura. Disfruta de tu melodía y te dejo unos abrazos
ResponderBorrarGracias Ester, solia tocar esa melodia en el piano.
BorrarGracias por tus abrazos
Besote
Algo hermoso y delicado, la verdad.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias por la delicadeza de tu comentario. Como siempre!
BorrarFeliz semana!
Estoy totalmente de acuerdo con Rafael. Precioso.
ResponderBorrarUn beso.
AMiga Luna, muchas gracias por tu comentario. Me encanta tu Faro! me faltan algunos episodios por leer.
BorrarBesote
Es cierto, creo que es más bonito el regalo con el que se demuestra que pensaron en ti y en lo que te podría gustar, más que su valor en metálico ^^
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