domingo, 21 de agosto de 2011

Ropa estresada

Sobre las ansiedades de la ropa (o más bien mías)

Creo que, esto de mis momentos mágicos, tienen que ver más con interpretar la realidad de una manera menos ordinaria que lo ordinario, que con hechos sobrenaturales. Se trata de encontrar la intimidad de los objetos, el aliento de cada situación y su resonancia en nuestras propias vidas.

El descubrir la poética de las cosas que me rodean, me reanima, me quita las ansiedades, me deleita. Al principio dije que no quería aburrir con mi  tediosa anécdota personal, pero veo que no puedo escapar de ella, y es mi vehículo para expresar mis estrellas, mis sonoridades, mis rosas. Las que tiene todo el mundo y que es posible ver, con sólo prestar atención. La vida diaria a veces desgasta, por eso me propongo siempre, alterarla un poco. Es mi manera muy personal de mantener mi salud mental. Espero no aburrir demasiado.

A propósito del cambio de estaciones, a continuación mi psicoanálisis, muy poco ortodoxo.

Casi siempre suelo llegar tarde a la oficina. Unos diez o quince minutos después de las ocho, los cuales recupero quedándome un poco más tarde de las cinco. El asunto es que, esta última semana noté que estaba llegando más tarde que de costumbre, y en las mañanas, al ver el reloj, tenia que salir “ ’esgaritada” (venezolanismo para apuradísima) y entrar por una puerta secreta para que nadie notara mi retraso.

Como buena “planificadora” (es mi trabajo, la antítesis de mi vida diaria) decidí repasar la secuencia de mis actividades de la mañana, para encontrar el cuello de botella, o la ruta critica, como se diría en términos del odioso “Project Controls”.

Suena el despertador, me hago la indiferente por cinco minutos y mentalmente gruño y vocifero, me levanto, bajo y me preparo el desayuno, me sirvo una taza de café que  ya mi esposo hizo, subo y desayuno mientras veo las noticias en la  BBC News, me baño, me visto, me maquillo y me voy.

Siguiendo la lógica de estas actividades, pude constatar que el “bottle neck” estaba en el vestirme, o más bien decidir lo me iba a poner. Es allí donde se me iba el tiempo y, analizando un poco, me di cuenta del por qué.

En la oficina hay un código de vestido o “dressing code” el cual yo no respeto fielmente porque, salvo excepciones, detesto el “look” ejecutivo de chaqueta y pantalón. El mejor consejo que he recibido en cuanto a vestirse lo leí en el periódico,  y dice que uno tiene que vestir su verdad, o “dress your truth”. Sin embargo, en Calgary, es el clima el que define la ropa, y ya a finales de agosto, se comienzan a sentir breves, pero aterradores, corrientes heladas en las mañanas que auguran el final del verano. Un recordatorio de que pronto los días van a empezar a acortarse, las hojas a caerse, los colores a desaparecer y ese a quien llamamos cariñosamente “el frío pelúo” a instalarse por largos meses.

Esta fue la clave de mi entendimiento, pues el retraso en vestirme se debía a que parecía que toda mi ropa de verano, las faldas coloridas, las camisas sin manga, las sandalias, los turquesas, amarillos, anaranjados, los vestidos ligeros y floreados, estaban compitiendo por salir del closet, todos al mismo tiempo. Como si presintieran su próximo destino de ir a parar a un oscuro rincón del closet, o peor aún, a una maleta en el sótano donde quizás serian olvidados para siempre. Mi ropa de verano estaba sufriendo de ansiedad.

El viernes pasado, me probé como cinco atuendos. Como un imán, venían a mi cuerpo flores, bufandas vaporosas que nada tenían que ver, accesorios extravagantes llenos de plumas y colorinches, los cuales al confrontarlos con el espejo, por mas esfuerzos conscientes que hiciera para convencerme de que, “Esta es mi verdad”, tenia que resignarme a que me quedaban como un disfraz.  Al final opté por lo más simple, y dejé a mi estresada ropa de verano desconsolada, regada por el piso del closet y salí corriendo a la oficina.

En el carro, entré en la siguiente, simple, pero profunda reflexión. La que está estresada no es mi ropa, sino que soy yo. Mi ADN tropical  no está preparado todavía para el cambio de estación, que aquí en Calgary es muy violento, pues el otoño, que adoro, es sacado de una patada por el invierno que entra dando un portazo de  -35 grados, para tomar posesión y quedarse.

Entonces recordé una frase de mi esposo, que me dijo hace cinco años, cuando nos vinimos a vivir aquí. “Lets embrace our new home” en español no se la traducción exacta, sería algo como “abracemos nuestro nuevo hogar”. Y así lo haré, por otro año consecutivo. Porque la realidad de nuestro nuevo hogar es ésta, el verano es corto, por eso uno lo aprecia tanto, pero las próximas estaciones también tienen un encanto sin igual.

El otoño es una nueva primavera, donde cada hoja es una flor (lo leí en alguna parte) y el invierno es como una alfombra aterciopelada y densa que cubre los colores, apaga los sonidos, nos llama al recogimiento del espíritu. Es el reino de la nieve, la luminosa, que se apodera de la luz. La luz siempre esta allí, sólo que de otra manera. 

Espero que mi estresada ropa entienda ese concepto y desaparezca su ansiedad.

Mañana lunes veré si llego a tiempo a la oficina.

2 comentarios:

  1. Conseguiste analizar y averiguar lo que sucedía. Al tiempo hiciste una reflexión sobre las estaciones y seguramente sobre la resistencia que ofrece la mente a los cambios.

    P.D: A mi no me aburres

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    1. Me puse a releer mis entregas viejas, a ver si las dejo o les doy delete, y conclui que bueno, no son perfectas pero contienen mucho de mi, mi verdad. Gracias, gracias a ti este post no se4 quedo huérfano de comentarios jajaja
      Saludos apreciado Roland.

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