jueves, 19 de diciembre de 2013

CUENTOS DE NAVIDAD 1/3 "EL LAZO ROJO"


Tengo visita: mi suegra.

Y por mas que lo he intentado, no logro concentrarme en nada que no sea entretenerla, mantenerla contenta y  "in one piece" (por aquello del hielo y la nieve), así que decidí torturar a mis lectores con mis viejos Cuentos de Navidad. 

Son cinco en total, empiezo con este "El Lazo Rojo". Les dejaré uno cada día de aquí a Navidad. 

Disculpen si son un poco extensos. En aquellos días no dominaba aquello de la economía del lenguaje. Van sin editar.

Les tengo mucho cariño, pues son de la época de las inolvidables Navidades en mi casa de Caracas, cuando mis hijos eran pequeños. 

En Venezuela es el Niño Jesús trae los regalos. He aqui una pequena anécdota de mi hija (tenia 10 anos), inspirada en la vida real.


EL LAZO ROJO


Corría el mes de agosto o septiembre, no recuerdo con precisión. Me encontraba completamente agotada, era de noche y estaba a punto de quedarme dormida cuando mi hija Leonor me preguntó repentinamente: ¿Mamá, existe el Niño Jesús? 
Al principio no entendí el sentido de la pregunta y mi respuesta, entre sueños, fue: Por supuesto, ¿acaso el Niño Jesús no es el hijo de la Virgen y San José? No tardé ni un segundo en despertarme completamente cuando Leonor hizo su siguiente pregunta: Sí mamá, pero ¿quién compra los regalos?

Creo que di un salto, tropecé la lámpara de la mesa de noche y me dio un ataque de tartamudez: No..no....bueno..sí.. esteee...no se´....

Por mi mente pasaron las imágenes de tantas Navidades donde veía a mis hijos haciendo sus cartas con tanta ilusión, recordaba sus voces emocionadas en la mañana del veinticinco de diciembre mientras abrían los regalos que había traído ese Niño con quien todos hemos soñado. Toda esa magia de la inocencia, de la niñez, se había desvanecido ¿En qué momento creció esta niña?, me dije.

En una fracción de segundo tuve que tomar una decisión: la verdad devastadora o la verdad disfrazada. Opté por la segunda opción, las fantasías de los niños no deben destruirse  bruscamente, así que comencé una larga historia de Navidad, donde el Niño Dios inspiraba a todas las personas del mundo a comprar regalos...

Mi hija me interrumpió diciendo: Sí mami...equis... etcétera, etcétera...pero ¿quién compra los regalos?

Ante su pregunta directa no me quedó más remedio que una respuesta directa: Los padres, dije rindiéndome. 

Sentí como si la Navidad de mi hija, o tal vez la mía, se desplomara en esas dos palabras; ya nunca será lo mismo, pensé, la desilusión será inmensa, ya no volverá a confiar en los adultos. Estaba esperando sus lágrimas, sus reproches, la decepción. Comencé a decir unas palabras de consuelo y cual fue mi sorpresa que cuando volteé, mi hija dormía plácidamente. Yo no pude conciliar el sueño por el resto de la noche. El tiempo pasa, los niños crecen, las ilusiones se agotan. Inventé cantidad de argumentos para decirle en la mañana, pero al despertar, mi hija ni mencionó el tema.

Transcurrieron los meses y llegó diciembre. Esta vez se me presentaba diferente, en mi casa ya no había ilusión de Niño Jesús, eso pensaba yo, pero la luminosidad de estos días, termina siempre por imponerse.

Puntualmente, recibí mi tarjeta de Navidad viviente, esa que se dibuja cuando terminamos de decorar la casa, cuando se encienden las luces, cuando coloco el Niño Jesús en el pesebre, el mismo que tiene el pie partido. Leonor, sin ningún pesar  ante el tiempo que ya comienza a modelarse en su mente y en su cuerpo aun de niña, hizo su carta y la dejó debajo del árbol. Nada había cambiado, sus ilusiones seguían intactas. Me di cuenta de que era yo, tal vez, la del problema. El Niño Jesús vendría, solo o con mi ayuda. Como siempre, la magia que se produce en esta época del año, se había esparcido sobre mi casa, una vez más...

Miré la carta de mi hija y me reí cuando, después de asegurar que ella se había “aforsado” mucho este año, pedía un escritorio de madera para su cuarto. También escribió que quería paz, amor y felicidad en el año 1999. Como siempre, mi hija, con sus sencillas palabras, logra conmoverme. En la carta había, además, un dibujo exacto del escritorio que quería, adornado por un lazo rojo.

Corrían los días y me dispuse a comprar el escritorio. Recorrí varias mueblerías hasta que lo conseguí y el mismo 24 de diciembre lo llevaron a su cuarto. Quedó muy bien, estaba segura de que le iba a encantar. En el trajín del día, terminé de comprar el resto de los regalos, ya estaba todo listo para la noche de Navidad.

Serían como las seis de la tarde cuando llegué a mi casa, cansada. Me senté ante la imagen particular de mi Navidad y decidí repasar la carta de mi hija, para asegurarme de que todo estaba en orden. Miré el dibujo del escritorio que ella había hecho y me fijé que el mueble que había comprado era perfecto, a excepción de que faltaba algo: el lazo rojo.  Busqué por toda mi casa para ver si conseguía una cinta para hacer un lazo, pero, en una casa donde no se consigue aguja e hilo, mucho menos iba a encontrar un lazo rojo. Decidí salir a comprar uno,  recorrí varias tiendas, abastos, librerías: todas cerradas.

Me pareció que el regalo estaba incompleto sin el lazo rojo. Era un detalle sin importancia, total, lo que importaba era el escritorio. Pero algo dentro de mí me decía que el regalo sin el lazo que ella había dibujado cuidadosamente no tendría el mismo significado. Un mueble es un mueble, pero los regalos deben llevar un lazo, y este escritorio necesitaba su lazo rojo.

Eran ya casi las siete de la noche cuando opté por el último recurso: la casa de la abuela. Las casas de los abuelos son una especie de sombrero mágico, donde uno puede encontrar cualquier cosa, como si la habitaran duendes que hacen aparecer todo tipo de fantasía, por insólita que parezca.

Llegué a la casa de la abuela y revolví todas las gavetas y closets. Encontré un lazo rojo pero era tan pequeño que más bien era para envolver un dije. Lo descarté y seguí buscando, los duendes no me podían fallar hoy, justo el día de Navidad. Me fui al garaje, donde los duendes tienen su lugar favorito. Es un lugar lleno de cosas viejas, polvorientas, pero donde más de una vez he conseguido tesoros. De repente, ya cuando estaba a punto de claudicar,  del fondo de una caja salió un enorme lazo rojo, muy parecido al que Leonor había dibujado, solo que la cinta estaba arrugada y completamente aplastada, como si mil Navidades le hubiesen pasado por encima,  como si ya estuviera cansado de ser lazo de regalo. No me importó, era el único lazo disponible y ya se estaba haciendo tarde, en poco tiempo mis hijos llegarían a la casa. Como pude, planché  el lazo con las manos e intenté darle forma. Estaba un poco triste y polvoriento, pero era un lazo rojo.

Corrí a mi casa y coloqué el lazo rojo a un lado del escritorio, tal como lo especificaba la carta. No encontraba como pegarlo, de cualquier forma que lo pusiera se veía torcido. Intenté con un alambre, con cinta adhesiva. Al fin, en vista de la hora, lo pegué lo mejor que pude y me fui a vestir. Miré el dibujo de mi hija y lo comparé con la realidad. A pesar del lazo torcido, era su sueño hecho realidad.

La Nochebuena, como todos los años, resultó espléndida. A pesar de que mis hijos ya saben quien compra  los regalos, el encanto de la Navidad, la música, los olores de la casa de la abuela, la alegría, nos embargó a todos. 

Llegó la hora de los obsequios. Este año el regalo de Leonor no amanecería debajo del arbolito sino que ya estaría ahí para recibirla cuando se fuera a acostar.  Llegamos a la casa y Leonor corrió a su cuarto. Yo la detuve, pues quería constatar primero que el lazo rojo, precariamente pegado, continuaba allí. Entré al cuarto y al encender la luz, vi la imagen de su carta igual de nítida. Hasta me pareció que en su cuarto, Alguien, había dejado esa paz y ese amor que ella había también pedido. Aún no puedo explicarme qué le ocurrió al lazo rojo. Estaba impecablemente sujeto al escritorio, como si al sacarlo de aquella caja polvorienta hubiese florecido, como si con el aire de la Navidad, hubiese respirado, para convertirse en un espléndido y vibrante lazo rojo.

Le dije a mi hija que ya podía entrar y así lo hizo. Su cara resplandeció. Era como si el escritorio se hubiese salido de su carta, con todo y lazo rojo. Me dio las gracias muchas veces, si algo he intentado cultivar en mis hijos es el agradecimiento, y se acostó a dormir, feliz.

Esa madrugada del 25 de diciembre dormí plácidamente. Aún no entendía cómo el lazo que dibujó mi hija, había aparecido en aquella vieja caja y, menos todavía, cómo había dejado de estar aplastado y torcido, para transformarse en uno nuevo y espléndido... Tal vez fueron los duendes sabios de la casa de los abuelos, o... acaso...  el Niño Jesús, el mismo que nació en una noche como esta, había entrado a mi casa para revivir mis arrugadas ilusiones. 

Tal vez los padres compremos los objetos, pensé,  pero es Alguien más, quien los convierte en verdaderos regalos.


Caracas 30 de diciembre de 1998

Proximamente: "Papelitos Húmedos"

6 comentarios:

  1. Es la magia de la Navidad, sucede todos los años, conozco historias parecidas y todas tienen ese punto incomprensible si no puedes creer. Una historia que quien debería leer es tu hija. Abrazos

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    1. Si Ester, ese pequeno misterio... como la Navidad misma.
      Un fuerte abrazot y gracias por tu paciencia de leerme ( ahora trato de no pasar de dos paginas y estos cuentos se pasan un poco)
      Por cierto, aprovecho para decirte un GRACIAS mas grande, primero por ser tan amable de acercarte a mi blog, pero sobre todo por tener la oportunidad de conocerte a traves de tus travesuras, quiero decir, escritos jaja, en tu blog. Ha sido y seguira siendo un verdadero placer!
      Otro abrazo

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  2. Es cierto lo que dices Natali y también lo de ese "lazo rojo" tan simbólico y lo que él mismo representa.
    Un abrazo especial en estas fechas para ti y toda tu familia.

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    1. Especial abrazo para ti Rafael y tambien te digo como a Ester, un GRACIAS gigante, no solo por pasear por la Calle del Eco, sino por tener el privilegio de conocer a un poeta tan especial como tu, que piensas, respiras, expresas, hablas, con versos que son pura sensibilidad y belleza.
      Otro abrazote y en estos dias soy perezoza, publicando escritos viejos, pero es para mi una manera de que queden en lugar seguro.

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  3. Hola N.L. ¡Que tiernooooo! :) Preciosa historia, yo tengo a mis hijos en la edad de que empiezan a darse cuenta de esas cosas. Me emocionó tu relato. Buena iniciativa la de estos cuentos de navidad. Un abrazo muy grande.

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  4. Querida Natalia, sabes que estoy de vacaciones navideñas y que no haré comentarios en vuestros blogs hasta enero sobre vuestros trabajos.estos cuentos que nos vas dejando los leeré con tiempo después y te comentaré, Pere hoy quería darte las gracias por estar siempre. Por ser como eres y, sobre todo dejarte mi huella con MIS MAYORES DESEOS DE FELICIDAD EN ESTAS FIESTAS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO

    Un fuerte abrazo
    Fina

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