En la “inmensidad temblorosa que nos rodea”, esa que
llaman vida, como dijo el escritor finlandés Sillanpää
(Premio Nobel 1939, otro de mis “monumentales” recientes descubrimientos), despreocuparse…
Misión
imposible.
Este sábado 7
de junio de 2025, cumplo 40 años de graduada de ingeniera civil en la
Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
En aquel
entonces pensé que lograr esta meta, había sido lo más difícil y estresante que
había hecho en mi vida. Luchando contra corrientes con los análisis
matemáticos, geometrías descriptivas, termodinámica, mecánica racional (para mí
nada racional).
Pero no, lo que
venía era más complicado que diseñar un distribuidor trompeta o calcular un
puente.
Volviendo los
ojos a esas cuatro décadas, entre los momentos más retadores pero gratificantes,
se encuentra la época de la maternidad que comienza en ese instante de íntimo regocijo
de contemplar por primera vez los ojos de los hijos y atarse en esas miradas
para siempre.
Después de ese
instante poético viene lo bueno.
Pero sin entrar
mucho en detalles sobre las vicisitudes de mi vida, el punto es que ya entradita
en lo que llaman aquí, “la edad dorada”, pues uno cree absurdamente, que
llega al fin, el momento de “despreocuparse” y no hacer nada.
Como decía mi
osito filósofo Winnie the Pooh, “el único problema de no hacer nada es que
uno no sabe cuándo termina” y esta frase que me encanta, me conduce con una
sonrisa, a mi reflexión de esta semana.
Aunque los
momentos de ansiedad y desasosiego nunca desaparecen por completo, (creo que es
mi hobby), ya me llegó la hora de practicar a tiempo completo eso que
Oscar Wilde describió como “ocio cultivado”.
Éste consiste
en no hacer mucho, pero vivir con intención, apreciando las cosas más
insignificantes de la vida.
Consumir el
tiempo en la contemplación filosófica es sin duda más satisfactorio que un día
en la oficina.
Y es que una jornada
bien cumplida de “ocio cultivado”, quizás sea el primer paso para alcanzar esa
utopía que llaman “despreocuparse”.
En eso estoy…