jueves, 25 de marzo de 2021
ANHELO
domingo, 21 de marzo de 2021
KAIRÓS
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Persistencia de la Memoria - Salvador Dalí |
“Reloj, no marques
las horas, porque voy a enloquecer…” dice una vieja canción.
Yo voy a
enloquecer porque hace una semana cambió la hora aquí en Canadá y a mi
alrededor hay siete relojes a los cuales hay que adelantarles una hora y yo…no
me atrevo.
Es una de esas
tareas que mi amado esposo hacía amorosamente por mí, igual que el café de la
mañana, el jardín, mantener mi copa de vino y la de mi alma llena y un largo etcétera.
Son mis
pequeñas tristezas del día a día, esas que he aprendido a aceptar, pero que todavía
me producen un súbito vacío.
Mi hijo, o un
buen amigo, siempre me ayudan con esta particular tarea de ajustar el tiempo,
pero ahora con la pandemia, los relojes de mi casa están desorientados.
Lo más curioso
es que a ellos parece no importarles.
Su erróneo tic
tac continúa, persistente, implacable.
Entonces reflexiono
sobre las horas.
Las plenas, las bailadas, las bien conversadas, las de placer y deleite.
También las
horas infinitas donde la tristeza se empoza, horas menguadas.
Al final mis
horas favoritas son las de “ocio cultivado”, como las describió Oscar Wilde.
Pero, en fin, el
reloj sólo intenta pedestremente, medir una secuencia de eventos, eso que los
griegos llamaban Cronos.
Hay un concepto
más ligero, sublime y amable: Kairós.
Ese lapso indeterminado donde todo sucede.
El momento adecuado y oportuno.
Hoy mi amigo Francisco vino a ayudarme con el jardín y también ajustó todos los relojes de la casa, desde el del microondas, hasta el de pared de pájaros canadienses.
¡Gracias!
El Cronos de mi
casa ya está en orden. Mi Kairós no necesita mucho ajuste realmente.
Kairós.
Ese momento sin
tiempo donde las cosas especiales suceden y me hacen sonreír...
PD: Esta breve reflexión
sobre las horas, hizo que me acordara de un cuento de oficina que escribí hace
un montón de años, La Hoja de Tiempo (1995), lo comparto para quienes quieran leerlo y aquí lo dejo en este espacio, para que quede en este blog un poco archivo de mi tiempo.
HOJA DE TIEMPO
Como todos los lunes, me dispuse a llenar mi Hoja de
Tiempo. Para quienes no manejen el lenguaje empresarial, la Hoja de Tiempo es
una planilla donde uno debe anotar las horas laboradas durante la semana,
asociadas al código de una actividad determinada. Esto que suena tan aburrido,
se hace para llevar el control de tiempo de los empleados. La Hoja de Tiempo
debe ser lo más productiva posible y por consecuencia, lo más facturable posible. Lo peor que puede
existir es cargar horas al código “disponible”, o “a la espera de trabajo”.
Significa sencillamente que uno no está haciendo nada y a la larga resulta una
carga para la empresa. En fin, luego de estas tediosas explicaciones, que
pueden servir para entender mejor lo que me ocurrió este lunes, saqué de mi
archivo el formato cuadriculado de la rutinaria Hoja de Tiempo. Procedí a
buscar mi agenda para corroborar en qué actividades había invertido mi tiempo.
Parece mentira, que uno no se acuerde de lo que estuvo haciendo apenas hace una
semana, pero siempre me ocurría lo mismo, tenía que apoyarme en la agenda para
recordar mis actividades.
Escribí mi nombre en la casilla correspondiente, código de
empleado, fecha, período, y aquí, justo en este momento fue cuando se complicó
esta historia. El período se refiere a la semana anterior, de lunes a domingo,
pero esta vez el período estaba pre-establecido y la fecha que tenía me llenó
de sorpresa primero; después sería terror. El período era exactamente desde el
día de mi nacimiento, hasta el domingo pasado. Intenté borrar la fecha,
obviamente se trataba de un error, una broma, tal vez una jugarreta de Recursos
Humanos. Pero la fecha no se podía borrar. Intenté con el typex, y también fue inútil. Un escalofrío me recorrió. Tenía ante
mis ojos la Hoja de Tiempo de toda mi vida y lo peor es que me sentí en la
obligación de llenarla. Tenía que colocar en una hoja cuadriculada, en qué
actividades había invertido mis horas, mis días, mis años, mi tiempo, mi
existencia. Respiré hondo y me puse a recordar. En este momento se hizo el terror.
Si me costaba recordar mis actividades de la semana pasada, la tarea de recrear
toda una vida era prácticamente imposible. Comencé con los acontecimientos
generales de los primeros años: muchas horas de jugar, cantidades de horas de
estudio, hitos importantes como cumpleaños, primera comunión; más adelante
matrimonio, maternidad, graduaciones; después separaciones, ausencias,
presencias, pérdidas, adioses. Me
llegaron, como a todo el mundo, las horas de soledad, importantes e intensas
siempre que no lleven a la desolación. Inexorablemente llegaron también las
horas tristes, lágrimas, dolores, que se tradujeron más tarde en muchas horas
de aprendizaje. Disfruté enormemente recordando y anotando las horas más
divinas: horas de amor, de placer, de locuras y de ternuras.
Me fui entusiasmando verdaderamente con lo que estaba
haciendo, los recuerdos fluían de una manera sorprendente y maravillosa. Las
horas divertidas, de risas, de canciones, de poemas, llenaron muchos espacios.
Me desbordé y me sorprendí de que cupieran tantas cosas en una Hoja de Tiempo,
parecía que las columnas se hubiesen multiplicado.
Fue entonces cuando llegué a un punto muerto. Quedaban
muchas columnas vacías, era precisamente el tiempo que pasó sin darme cuenta.
Muchísimas horas, días, meses incluso, se me habían escapado en blanco,
inertes. Horas suspendidas, que no sabía a qué código asociarlas, como cuando
uno angustiosamente carga a la actividad más temible: “a la espera de trabajo”,
en la hoja convencional de la empresa.
Se me ocurrió inventar un código de ocio, pero las horas de
ocio consciente y cultivado eran limitadas. Había un tiempo perdido,
irremediablemente. No había descripción ni código alguno donde cargarlas,
porque sencillamente no las recordaba.
¿Dónde estaba yo en esas horas vacías y asfixiantes? ¿Qué
estaba haciendo, en qué pensaba? ¿Por qué las dejé escapar sin ni siquiera
haberme percatado? Otra vez el pánico se fue adueñando de mí. Por primera vez
tuve conciencia de que había dejado ir muchísimas horas de esas que en la
empresa llamarían “improductivas”, pero son diferentes las horas improductivas
para una empresa, a las perdidas en una vida; éstas son irrecuperables. No
había trampa posible para rescatarlas, ni que viviera horas extras, en la vida
no cabe el término de sobretiempo. Sencillamente, las horas perdidas
descapitalizan una existencia y no hay forma de balancearlas.
Intenté sobreponerme al impacto que significaba tener ante
mis ojos una vida con huecos. Como soy de mente racional, busqué explicaciones
para consolarme a mí misma. Si aplicaba una de ponderación, de pronto, los
momentos intensos compensarían esas lagunas. Si hacía una distribución
gaussiana, era lógico pensar que en toda una vida se produjesen picos y bajos.
Pero ninguna explicación, en realidad, me reconfortaba. El hecho era que había
tirado a la basura horas preciosas que ya jamás volverían.
Busqué analogías con la empresa. Cuando estas cosas pasan
en la compañía, se toman “acciones correctivas”. En este caso, estas acciones
tendrían que aplicarse en el tiempo que me restaba por vivir.
Solo había una manera de que mis horas futuras fueran
plenas: viviéndolas a conciencia y no permitiendo dejar escapar ni tan solo una
de esas que la empresa llamaría no
facturables. El tiempo que a uno le es concedido en este planeta tiene que
ser ciento por ciento reembolsable, pero no en dinero, más bien en
satisfacciones, en conocimiento, en amor...
Como no
está permitido dejar espacios en blanco en una Hoja de Tiempo, va en contra de
todo procedimiento normalizado, tomé este tiempo vacío y las cargué, con gran
pesar, a un enorme signo de interrogación.
Volví sobre las horas plenas, las que trascendieron, las que quedaron
plasmadas nítidamente en la hoja cuadriculada, las que aún permanecen. Me sentí
satisfecha de ellas. Firmé mi tiempo con la intención de proceder de inmediato
a las “acciones correctivas”, la más importante de todas: VIVIR, porque, como
diría mi padre: ...es más tarde de lo que
imaginas...
sábado, 6 de marzo de 2021
LAS ZAPATILLAS ROJAS
Nunca hay que subestimar la vida terrenal y sus cotidianidades; las historias encubiertas habitan hasta en unos zapatos viejos.
Hace poco contraté un servicio profesional para lavar mis alfombras, escaleras, pasillo y cuartos.
Las alfombras quedaron prístinas. No hay otro adjetivo para describirlas.
Tanto que no quiero pisarlas. Quisiera flotar sobre ellas.
Pero como eso no es posible, pues ahora, en la noche, cuando subo a retirarme a “mis habitaciones particulares” como solía decir mi mamá, me desprendo de mis “zapatillas rojas” y las dejo ahí, a un ladito de la escalera.
Esta imagen en sí misma, ya contaría una historia.
Y eso que mis “zapatillas rojas” no son siquiera cercanas a aquellas mágicas, del cuento de Hans Christian Anderson,("De røde Skoe") que tuve que releer antes de escribir este post.
Mis zapatillas rojas son unos mocasines, roñosos, gastados y divinos, que utilizo ahora más que nunca, por la pandemia, para estar en la casa.
Pero, confrontada con lo que antes se conocía como alfombras, ahora nubes, sólo mis pies descalzos, y eso porque no tengo más remedio, están autorizados para perturbar esa suave blancura.
Y aquí justamente comienza esta historia, la sensación de desprenderme cada noche, de mis zapatillas rojas, cansadas, gastadas, pesadas de realidad y dejarlas allí, como quien deja un lastre, para irme a dormir.
Todo el peso de lo terrenal queda, en su física y metafórica gravedad, al pie de la escalera.
Y así, al terminar cada día, subo, efímera, leve, ingrávida, ligera, sobre la escalera de nubes que se curva, como atravesando otra dimensión al mundo de los sueños, las galaxias y estrellas.
Y llego a un lugar cálido y sedoso del cual estoy muy agradecida; el descanso, la paz, mi camita, una especie de bolsillo cósmico, donde siento la mano invisible de todos mis afectos arropándome.
A veces me visitan en sueños.
Y bueno, después de Netflix, oraciones, agradecimientos, me duermo…
Sólo para comenzar otro día feliz y volver a mis zapatillas rojas.
En el cuento de Hans Christian Anderson, las zapatillas rojas hacen que quien las lleve no pare de bailar.
Yo bailo, con mis zapatillas rojas o descalza.
Bailar, bailar, soñar acaso….
PD: En abril 17 de este año, llegaré a la venerable edad de 60 años. Me compraré unos zapatos rojos nuevos. Por ahora, estoy haciendo un playlist de bailables, porque pienso bailar todo el día, sola o por zoom. Si alguien quiere agregar alguna canción bailable a mi lista, bienvenida, será una especial manera de acompañarme.
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las de verdad jaja |
miércoles, 3 de marzo de 2021
INDESTRUCTIBLE
Mi suegra de casi 95 años, mi hilo de plata, como la describo en mi libro (Hopecrumbs (1)), vive en una residencia de ancianos en Inglaterra, cerca de su familia.
Todos los domingos conversamos, nos reímos y nos mandamos mucho amor.
Nacida en la
Alemania Oriental, cerca del Mar Báltico, sobreviviente de la guerra, post guerra,
mudanzas, aprender idiomas foráneos, amores contrariados; después, el dolor más
grande, la pérdida de un hijo y ahora para completar Covid.
Hace pocos días,
cuando le pregunté que cómo estaba, me contestó con
la palabra: indestructible.
Nos reímos las dos.
Su sentido del humor sigue intacto.
Indestructible.
Y a su edad, se
percibe esta palabra, no con arrogancia, sino todo lo contrario, con resignación.
Como diciendo, ¿bueno y hasta cuándo?
Indestructible.
Ciertamente su fuerza y espíritu lo son, a pesar del declinar del cuerpo.
Desde entonces
me persigue esta palabra y así como Gitta me dice todos los domingos: “Count
your blessings one by one and you will be surprised what the Lord has done”, pues
para variar, en lugar de contar mis fragilidades, que son muchas y ya las
he compartido hasta el cansancio, decidí contar mis “indestructibilidades”.
Esta es mi
lista:
La dicha de
amar.
La capacidad de
sentir ternura.
La declaración de
paz con mi circunstancia.
El espíritu de
aventura.
La curiosidad (esa
detective que habita en mi).
La poesía.
El silencio.
Los pequeños
deleites.
Una copa de
vino.
La soledad.
Los adioses.
Para concluir les dejo el retrato que le pinté a mi indestructible y bella suegra, como regalo para sus 90 años, que celebramos en grande en su casita de cuentos, en Oxton Village.
También los recuerdos son:
Indestructibles.
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Gitta |
(1) (1) Hopecrumbs.com