martes, 18 de septiembre de 2018

EL TRÍPTICO



Sucedió por casualidad, de otra manera, jamás me hubiese visto envuelta en semejante situación. Apenas eran las nueve de la mañana y ya me había sucedido un sinnúmero de contratiempos, desde un caucho espichado hasta un derrame de café sobre mi camisa. Faltaba una eterna semana para fin de mes y las cuentas pendientes bullían en mi mente: dos meses de condominio, el giro del seguro, tarjetas, teléfono. Para más señas, había tropezado con un carro en la cauchera y además de un raspón espectacular en la pierna, la falda recién estrenada se me había roto. De paso estaba lloviendo. En fin, un día en que no he debido salir de mi casa, pero allí estaba yo, heroica, de nuevo en la oficina.
  Salía del baño después de restregar mi camisa blanca para hacer desaparecer la mancha de café y pasé junto a la sala de conferencias. Había un movimiento extraño a esta hora de la mañana, un despliegue de cámaras y de luces. Me asomé y vi a todos los directores de la empresa luciendo sus mejores galas. Pregunté a una de las secretarias qué estaba ocurriendo y me contestó que iban a tomar las fotos para el tríptico de la empresa.  El tríptico es una especie de folleto de alta calidad que se utiliza como elemento de mercadeo, es decir, para vender la tan cuidada y acariciada “imagen corporativa”. En el tríptico se destacan todas las bondades de la empresa como: “CALIDAD, EFICIENCIA, TECNOLOGÍA” y además viene ilustrado con las fotografías de los jefes, los cuales tienen que lucir como la franca imagen del éxito. 
Sentí curiosidad y me acerqué a la puerta. La escenografía estaba muy bien cuidada. Había un rotafolio con un gráfico ascendente de vivos colores. Sobre la mesa, instrumentos de trabajo: carpetas, bolígrafos de marca; en fin, era una reproducción exacta de una reunión de trabajo de la alta gerencia. Los directores ocuparon sus lugares, el presidente de la empresa estaba parado, señalando un punto en el gráfico. Los fotógrafos daban instrucciones y captaban con sus flashes las magníficas sonrisas de los altos ejecutivos que se habían puesto hoy sus corbatas más llamativas.
Olvidé la mancha de café, la cuenta de condominio y la falda rota; me estaba divirtiendo, los directores trataban de mostrar su mejor perfil. Una empresa joven de personas exitosas, hasta me estaba sintiendo orgullosa, a fin de cuentas yo era parte de esa imagen que ellos pretendían mostrar.
Estaba a punto de retirarme cuando uno de los fotógrafos me tomó del brazo y sin que me diera tiempo a reaccionar me sentó en la mesa de conferencias.
-      Tome la pluma como si estuviera tomando notas – me dijo – no baje tanto la cabeza, la espalda erguida... – continuó.
En fracciones de segundos yo era un extra de la escena del éxito. Los flashes comenzaron a cegarme.
-      Ahora párese y haga como si estuviese señalando algo en el gráfico.
Lo hice disimuladamente para que nadie notara el hueco en la falda. Si me hubiesen dicho que saldría en las fotos del tríptico, hubiese hecho mi mejor esfuerzo por verme altamente ejecutiva. Pero no, era uno de esos días en que no me sentía ni ejecutiva, ni triunfadora, ni nada por el estilo.
-       Sonría...Muy bien. – dijo el fotógrafo.
Allí estaba yo, con sonrisa congelada, señalando un punto imaginario en la cúspide de la curva ascendente. Los directores me miraban y asentían complacidos mientras se disparaban los obturadores de las cámaras.
De pronto, los flashes comenzaron a marearme. Me sentí como si yo no perteneciera a esa escena. El éxito comenzó a abrumarme. Gráficos, sonrisas, trajes impecables y corbatas de seda, actitudes aplomadas, hombres seguros de sí mismos, convencidos de lo que hacen y de lo que quieren, y yo, pensando en mis cuentas pendientes, tratando de disimular la mancha de café que aún no se secaba y cruzando la pierna para que no me viesen la  falda desvanecida.
Di una excusa para salir, pero el fotógrafo me detuvo.
-      Usted no puede irse ahora, falta la foto más importante, la que va a ir en la portada y es necesaria la imagen femenina.
-      ¿Femenina? – me dije yo mientras miraba mis manos aún con la grasa del caucho.
-      Ahora sonrían todos – dijo el fotógrafo.
Le obedecí. A mi lado, los directores hicieron lo mismo. La luz del flash o tal vez la aureola del triunfo, me encandiló.
Allí quedó, para el tríptico y para la posteridad, la fotografía del éxito, la que seduciría a cientos de clientes, la que circularía por las empresas petroleras más importantes del país. La imagen del brillo empresarial, de la calidad, la eficiencia y la alta tecnología. Allí estaba yo, con mi mejor sonrisa de utilería. Radiante, tan exitosa como quienes me rodeaban. Rogué a Dios que en la foto no se notara la mancha de café, ni mis manos con grasa de carro, ni la falda rota.

PD: Otro cuento que escribí hace más de dos décadas, de mi colección de cuentos de oficina. Una época de mi vida en que pasaba más trabajo que "un ratón en un saco de clavos", como diría mi papa. 

5 comentarios:

  1. Historias para contar, suceden y las guardamos. Seguro que las fotos quedaron genial y solo tu sabias lo de la mancha. Me gusta leerte, siempre amena. Un abrazo

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Gracias Ester, por leerme y por tomarte el tiempo de escribir tu comentario, siempre muy apreciado.
      Abrazote!

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  2. Pues es un relato bonito y un reflejo de un día de trabajo con algo muy especial.
    Un abrazo.

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