No se trata del comienzo de una oración, aunque rezar
nunca está demás.
Es un recurso
invalorable en tiempos en que el exceso de información o desinformación cancela
cualquier opinión que uno pueda tener.
Me pasa a
diario, no importa el tema, siempre habrá un app, gurú, life coach
o experto que sabe más que nadie.
Sin embargo,
para no optar por el silencio, ese que dicen que otorga, pues mi filosófico “yo
creo” salió al rescate.
Lo leí hace
tiempo en las “Preguntas para la Vida” de Fernando Savater. Volví al libro,
sabiendo que seguro lo había subrayado. En mi búsqueda me tropecé con Heidegger:
“¿Por qué existe algo y no más bien nada?” (me recordó a mi
sobrino de tres años, Diego)
La encontré, la
premisa racionalista es esta:
“Si digo veo
un árbol frente a mí, puedo estar soñando o ser engañado por un
extraterrestre burlón; pero si afirmo, yo creo ver un árbol frente a
mí, no hay Dios que pueda engañarme o sueño que valga.”
Fin de la
discusión.
Me propuse
utilizar mi infalible recurso en los temas fundamentalmente álgidos como política,
religión, nutrición, e incluso en los más triviales, como la inmortalidad del
cangrejo.
En política,
tiendo a ser muy visceral, lo reconozco y cuando me preguntan por qué no me
gusta este u otro personaje, mi argumento es que, si percibo rabia en el
discurso, lo rechazo, sea del signo que sea.
“Yo creo” que
la rabia cancela la sabiduría.
En fin, decidí
ensayar mi táctica hace poco en una reunión familiar. No recuerdo el tema,
probablemente algo no muy relevante.
No terminé de
articular mi “Yo creo que…” cuando ya todos citaron estudios de la
Universidad de Pensacola y apps de los nuevos iluminados.
“Yo creo” que mejor me callo, pero por
si acaso tendré a mano un verso del poeta Antonio Machado (1875-1939) más
vigente que nunca:
“Tu verdad, no: La Verdad.
Y ven a buscarla.
La tuya, guárdatela.”