martes, 10 de diciembre de 2024

UNA LLAVE HERRUMBROSA

 


Aparece en lugares insólitos justo por esta época.

Es una llave antigua, pesada y oxidada. Otro “cachivache” que he ido atesorando a lo largo de mis aventuras por el mundo.

Me pregunto ¿A qué misterioso castillo habrá pertenecido? ¿Qué enigmáticas puertas habrá abierto en la antigüedad?

Esta vez decidió presentarse ante mi umbral, ahora, cuando la blancura universal del invierno canadiense se adueña del paisaje y de nuestras frágiles almas tropicales.

Después de tantos años en este maravilloso país he aprendido a abrazar la belleza de cada estación del año, así que metí la llave herrumbrosa en mi bolsillo y no obstante los -11 grados centígrados afuera, salí a caminar.

Me interné en el paisaje cristalizado, un mundo silencioso y mágico.

Parecía que el tiempo se hubiese detenido y me regalase un escenario para soñar.

Concluí mi paseo y mis idealizaciones.

Llegué a casa e instintivamente, metí la misteriosa llave en la cerradura, una pequeña confusión, quizás debida a mis pensamientos congelados.

Para mi sorpresa, el cerrojo crujió con un rechinar de tiempo.

Ante mis ojos, un lugar muy familiar, claro, mi hogar, pero me recibieron rincones no antes vistos o poco transitados, escaleras de caracol, pasadizos secretos, tesoros.

Con inusitado placer me dediqué a explorar estos recovecos de mi propia morada.

Me asomé por la ventana y al contemplar el gélido panorama, pude sentir con mayor intensidad el calor del nido.

Sí, esa llave vieja que se me presenta al comienzo del invierno es la que abre mis más recónditos e introspectivos escondrijos.

Es el invierno, que me invita a reflexionar, a mirar hacia adentro.

Agradezco a la enigmática llave por conducirme a la puerta de mi verdadera estancia, mi refugio interior.

Aquí permaneceré por los meses que se avecinan, acurrucada en mi caparazón, estrechada en mí misma, junto al bienestar de esa ardiente llama que proporciona inagotable felicidad.

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