domingo, 29 de diciembre de 2024

AMARILIS

 

Henri Matisse


Mientras caminábamos juntas hacia mi carro, me susurró:

-      Llevo un amor por dentro.

Yo me dije, “yo también”, pero me contuve de expresarlo, para que no me vieran hablándole a una flor.

Su nombre es Amarilis, es un bulbo tropical, originario de América del Sur y el Caribe que florece en el invierno.

Su tallo es esbelto y sus pétalos, en este caso, de un rosado sublime.

Llegamos a casa y la coloqué en toda su magnificencia junto a mi ventana.

Ya en su puesto de honor, Amarilis continuó murmurándome, una historia, más bien un poema. Me dijo así:

Llevo un amor por dentro.

Hoy por fin, así lo siento.

De la oscuridad he surgido,

gracias a la tierra,

regada con bondad y agradecimiento.

Hoy lo grito con mis pétalos

 abiertos al viento.

La vida se expande y sigue.

Hoy y por siempre, así lo siento,

llevo…llevamos un amor por dentro.

Si, probablemente necesite un psiquiatra, pues como dicen, no pasa nada si uno habla con las plantas, el problema es si te contestan. Esta no solo me habló, sino que me recitó un poema.

La verdadera historia es esta: me gané a Amarilis en una rifa.

Fue hace poco, en la fiesta de Navidad que el Bob Glasgow Grief Support Centre, ofrece a sus voluntarios y yo con orgullo puedo decir que lo soy desde hace casi siete años.

Una de las voluntarias nos contó que la Amarilis, desde que era un bulbo rodeado de oscuridad, acompañó por seis semanas, a las sesiones de grupo de personas que han perdido a un ser querido. Allí creció, junto a ellos, escuchando sus historias y recibiendo el riego de la bondad de quienes allí laboran. Amarilis es una metáfora de determinación, de fuerza, de esperanza.

Cuando escuché mi nombre en la rifa y me di cuenta de que llevaría a Amarilis conmigo a casa, sentí gran alegría.

Su belleza, su persistencia nos recuerda, que incluso en los momentos más difíciles, todos, llevamos un gran amor por dentro…

 

¡Feliz Año Nuevo al maravilloso equipo de Atril y a mis amables lectores!

lunes, 23 de diciembre de 2024

EL SOMBRERO DEL DUENDE

 


Unas semanas atrás, como todos los años, bajé al sótano a buscar las cajas con los adornos navideños.

Confieso que sin mucho entusiasmo, pues no puedo evitarlo, la Navidad remueve mis melancolías. Sin embargo, después de unos cuantos estornudos, comencé a sacar mis ornamentos.

Una corona de adviento con los lazos machacados, los soldados del Cascanueces algo maltrechos, el niño Jesús con el pie fracturado.

Sin embargo, en unos pocos minutos, se hizo la magia, y mi sala resplandeció con la alegría de la Navidad.

Me sentí satisfecha, con sensación de misión cumplida.

Entonces sucedió que, ya guardando las cajas, en el fondo de una de ellas apareció el duende.

Se veía cansado y tristón. Sus larguiruchas piernas más delgadas, su ropa desgastada, pero lo más notable era que le faltaba su sombrero de duende. Lo busqué concienzudamente, pero no apareció.

Sacudí y acicalé un poco al duendecillo, ajusté su bufanda y lo coloqué sobre la chimenea.

Pasaron varios días, y yo con esa sensación extraña de que algo faltaba, hasta que lo entendí.

La mirada del duendecito parecía implorármelo, necesitaba un sombrero.

Procedí a tejérselo. No me tomó mucho tiempo. Allí estaba, blanco y con un cascabel rojo en la punta, con ciertos defectillos que intenté ocultar, pero con ese indefinible encanto de las cosas hechas con amor.

Ahora sí, mi casa estaba lista para recibir la Navidad.

Al día siguiente, misterio, el duendecillo no estaba sobre la chimenea

Me extrañó, pero en eso sonó el timbre de la casa. Justo en el umbral de mi puerta descubrí una botella de vino y una tarjeta.

Cuando abrí el sobre, ahí estaba, la fotografía de mi duende con una espléndida sonrisa, luciendo el imperfecto sombrero que le tejí.

La tarjeta decía, saludos desde el Polo Norte y en mayúsculas:

¡SALUD! Y ¡FELIZ NAVIDAD!

lunes, 16 de diciembre de 2024

ZONA SÍSMICA

 


Me sucede de vez en cuando, como hoy.

Siento un temblor. Miro a mi alrededor y todo está normal.

No hay lámparas oscilantes ni trepidar de cristales.

Tenía entendido que Alberta (y aprovecho para compartir un dato curioso; el nombre de nuestra provincia proviene de la cuarta hija de la Reina Victoria, la Princesa Louise Caroline Alberta) no es una zona particularmente sísmica, así que probablemente no sea nada.

Pero esta vibración reciente me detonó recuerdos de mis tiempos de estudiante de ingeniería civil.

Los movimientos sísmicos se producen cuando las placas tectónicas generan tensiones en la corteza terrestre y son ocasionados por la liberación de energía del interior de la Tierra.

Muy interesante, pero todavía más sorprendente fue que logré pasar Ingeniería Estructural I y II, y hasta diseñé estructuras antisísmicas en la universidad.

Lo mejor del caso es que ya se me olvidó todo. ¡Qué alivio!

Hoy en día esos sismos que siento repentinamente, en ocasiones muy particulares, tienen un origen mucho menos tectónico.

Mis trepidaciones son detonadas por los recuerdos, o la belleza de la naturaleza, o las sonrisas de mis niños.

Son movimientos telúricos que producen en mi alma, micro explosiones de alegría, temblores de agradecimiento, estremecimientos de ternura.

Creo que la única zona sísmica por estos lados, soy yo.

martes, 10 de diciembre de 2024

UNA LLAVE HERRUMBROSA

 


Aparece en lugares insólitos justo por esta época.

Es una llave antigua, pesada y oxidada. Otro “cachivache” que he ido atesorando a lo largo de mis aventuras por el mundo.

Me pregunto ¿A qué misterioso castillo habrá pertenecido? ¿Qué enigmáticas puertas habrá abierto en la antigüedad?

Esta vez decidió presentarse ante mi umbral, ahora, cuando la blancura universal del invierno canadiense se adueña del paisaje y de nuestras frágiles almas tropicales.

Después de tantos años en este maravilloso país he aprendido a abrazar la belleza de cada estación del año, así que metí la llave herrumbrosa en mi bolsillo y no obstante los -11 grados centígrados afuera, salí a caminar.

Me interné en el paisaje cristalizado, un mundo silencioso y mágico.

Parecía que el tiempo se hubiese detenido y me regalase un escenario para soñar.

Concluí mi paseo y mis idealizaciones.

Llegué a casa e instintivamente, metí la misteriosa llave en la cerradura, una pequeña confusión, quizás debida a mis pensamientos congelados.

Para mi sorpresa, el cerrojo crujió con un rechinar de tiempo.

Ante mis ojos, un lugar muy familiar, claro, mi hogar, pero me recibieron rincones no antes vistos o poco transitados, escaleras de caracol, pasadizos secretos, tesoros.

Con inusitado placer me dediqué a explorar estos recovecos de mi propia morada.

Me asomé por la ventana y al contemplar el gélido panorama, pude sentir con mayor intensidad el calor del nido.

Sí, esa llave vieja que se me presenta al comienzo del invierno es la que abre mis más recónditos e introspectivos escondrijos.

Es el invierno, que me invita a reflexionar, a mirar hacia adentro.

Agradezco a la enigmática llave por conducirme a la puerta de mi verdadera estancia, mi refugio interior.

Aquí permaneceré por los meses que se avecinan, acurrucada en mi caparazón, estrechada en mí misma, junto al bienestar de esa ardiente llama que proporciona inagotable felicidad.

lunes, 2 de diciembre de 2024

POLÍGLOTA

 

 


Fue una experiencia políglota.

Como si de pronto pudiese entender y comunicarme en varias lenguas.

Parafraseando a mi esposo, yo domino tres idiomas, español, inglés y tonterías (rubbish decía él) pero la experiencia de este evento en particular al cual asistí el domingo fue mucho más allá.

Mientras me paseaba por el recinto colmado de personas, reflexioné sobre ese poder multi-lingüístico del espíritu humano.

Ciertamente Canadá es una Torre de Babel, donde uno escucha a su alrededor multitud de lenguas foráneas, chino, hindi, farsi, árabe, ruso, aparte de los idiomas oficiales inglés y francés. Expresión de la maravillosa diversidad de este país.

Pero esta vez me refiero a otra forma de comunicación.

Aquella tarde asistí a un mercado de arte.

Artistas de todas nuestras provincias se dieron cita en el centro de nuestra ciudad.

Allí pude admirar en todo su esplendor la tesitura de sus voces.

El escultor me habló en palabras de bronce.

El alfarero me contó historias de barro, un búho de cerámica color naranja me cautivó. El orfebre me sedujo con un complicado vocablo de filigranas de oro, plata y bronce.

Mas allá, del lado gastronómico, el canto del chocolate artesanal deleitó mis papilas y el grito de una muestra de picante hecho con jalapeños me dejó sin aliento.

En fin, una experiencia colorida y tridimensional hecha de multitud de materiales, sabores y tejidos.

Es el idioma más universal que existe, ese que comunica sin necesidad de entenderlo.

El lenguaje de la creación.

Una sublime obsesión, la más parecida a estar enamorado.

El creador (y creo que todos lo somos), como el enamorado, no duerme, come, camina, respira por el ser amado: su obra, su amor.

Disfruté mucho compartiendo con nuestros artistas locales en sus múltiples y sensoriales lenguas.

En mi caso, estas humildes líneas con las cuales me expreso cada semana son parte de esa experiencia plurilingüe.

Mi particular manera de estar enamorada.