lunes, 19 de marzo de 2012

LAGRIMAS MUSICALES

Ayer domingo  fui a un concierto de música barroca, invitada por uno de mis amigos imprescindibles, quien canta en el coro.  Mi coeficiente intelectual barroco es bajo. Así quedó demostrado en un quizz, que traía el programa.

Los que saben de vino, detectan toda suerte de evocaciones en su aroma, al igual que los catadores de whisky, quienes detectan más de 150 diferentes aromas sólo con la nariz (mi esposo dice que el detecta que es whisky); así mismo,  los conocedores de la música barroca son capaces de entender el significado de cada instrumento, de cada matiz, de cada símbolo, de cada misterio que sugieren las cuerdas o los vientos. Que si la flauta es la meditación sobre la bondad de Cristo, el oboe el sufrimiento,  las trompeta simboliza cuando se abren las nubes en los cielos; diálogos del alma expresados musicalmente, de los cuales, la verdad, no entiendo gran cosa.

En fin, concluyo que, así como yo del vino o del whisky sé dos cosas: si me gusta o no. Igual me pasa con la música, sea barroca o no. Me emociona o no.

Así, que me senté en el banco de la iglesia, acompañada sólo de mi ignorancia, a disfrutar de mi concierto y complacerme de ver a mi amigo, tan serio y elegante, ocupando su puesto en el coro.

Ir a un concierto es un regalo, un momento contemplativo y espiritual, perfecto para pensar en la inmortalidad del cangrejo, en la vida, sus lamentaciones y regocijos. Así justamente se llamaba el concierto: Lamentations and Rejoicings.

Al principio, en medio del Miserere Mei Deus, me avergoncé un poco de mis pensamientos profanos: el pelo de la señora de enfrente, las manos de las personas al aplaudir, un señor bostezando, la multa que me iban a poner por dejar el carro mal estacionado, etc.

Una vez superado todo lo terrenal,  comencé a fijarme en cosas más sutiles como  las manos de la cellista, que se movían como pájaros, la textura de la voz de la soprano, la dulzura del diálogo de flautas, la armonía de las voces, la tensión y el nervio de los integrantes del coro y de la orquesta.

Y así, dulcemente,  la música seguía creándose, como por arte de magia y el coro seguía con sus ritornellos y  latinazos. 

De repente sucedió algo inesperado. Si hacia el final del concierto, Bach quería expresar la apertura de las nubes en el cielo, para mi fue más bien como si me abrieran las compuertas de una represa, pues de repente, sin ton ni son, me dieron unas ganas terribles de llorar.

Empecé a hacer esas muecas raras que uno hace cuando quiere aguantar las lágrimas, pero después decidí disfrutar de esa emoción musical.  A veces cualquier excusa es buena para llorar un poco.

Al final concluí que no hace falta  ser un erudito musical para dejarse cautivar y emocionar por la música. Como siempre digo, a veces es mejor ser ignorante…si sabes todo sobre la flor, pierdes la flor.

Y es que yo creo que toda expresión musical, es una conquista del espíritu. El ser humano triunfa a través de la música.

Estallaron los aplausos.

Al final no me pusieron la multa como temía, y me fui contenta con mis lágrimas musicales, hechas de lamentaciones y regocijos.

De eso mismo es que está hecha la vida, ¿no?

5 comentarios:

  1. Caramba Leo, que bonita experiencia y que me gusta mucho la forma en que expresas que las cosas no hay que analizarlas y entenderlas para poder sentirlas, disfrutarlas y admirarlas. Si la musica, asi como cualquier expresion, no es capaz de producir esas lagrimas o esas emociones sin saber lo que esta pasando, entonces pierde su valor.

    Eso me paso la primera vez que oi "La Jaula de Oro"

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  2. Bellísimo escrito amiga, señalas ese umbral que... muestra lo indescriptible. Un beso!

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    1. Gracias Maria Luisa, un lujo tenerte de visita en mi blog.
      Un abrazote amiga

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  3. Las mejores sorpresas suelen llegar cuando nada esperas, así ocurre con el arte, como la música o el cine. Ver y escuchar con ojos de niño no es mala idea :)

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