lunes, 18 de agosto de 2025

EXPLORADORA

 


Quizás cuando lean estas líneas estaré extasiada mirando las Perseidas, ese torrente de meteoros cuyo pico de ocurrencia es precisamente en esta época. 

Si la Providencia estuviera de mi parte, tal vez también hubiese chance de una Aurora Boreal, esa que me ha eludido tantas veces.

Es que este fin de semana voy a debutar como campista.

Un sueño no cumplido de mi infancia en Venezuela y tampoco aquí en Canadá, pues mi muy británico esposo solía decir que “acampar es el equivalente a gastar mucho dinero para vivir como mendigo”.

Ya tengo listo mi morral de exploradora, mi saco de dormir y mi linterna.

Mi familia, mascotas incluidas, me llevan con ellos de campamento a las montañas este sábado. Mi mayor preocupación, los osos, no son un tema pues aparentemente el área está protegida.

Pero como siempre, mi anticipación ante esta aventura enciende una gran fogata en mi cabeza. Ese crepitar interno ante el prospecto de descubrir algo nuevo, esos chispazos de curiosidad ante lo desconocido.

Es allí donde me detengo a pensar que realmente, sin saberlo, soy una exploradora, aunque nunca haya salido de “camping”.

No estoy sola en ello.

Creo que todos quienes intentamos esto que llaman “escritura”, nos encontramos todo el tiempo rastreando cavernas internas, acantilados vertiginosos, regiones desconocidas del espacio, de la mente, de la memoria, del tiempo.

En mi experiencia exploratoria, descubrir un rayo de luz en la palma de mi mano, o sentir el roce de una mariposa sobre mi cabeza, constituyen un gran descubrimiento.

Ya les contaré cómo terminó mi experiencia de campista.

Perseidas y Auroras Boreales, o si más bien tendré que darle la razón a mi sabio esposo.

Yo por mi parte continuaré sondeando caminos sin moverme de mi sillón, mi espacio brillante, donde imaginación y vida encienden mi fuego vital.

Solo espero que mi fin de semana como campista no sea eso que llaman:

¡Debut y despedida!

martes, 5 de agosto de 2025

La Píldora

 


Mi padre, José Joffre, le debió su nombre a mi abuelo, admirador de las artes militares, en homenaje al Gran Mariscal Joseph Joffre, comandante en jefe de las fuerzas francesas en la Primera Guerra Mundial.

De galo mi papá no tenía sino el nombre porque nació en los Llanos venezolanos, sin embargo, él recordaba solemnemente cada día, la famosa “Toma de la Bastilla”, día nacional de Francia (14 de julio) modificada como “La Toma de la Pastilla”.

Hoy en día me río recordando su diario ritual, pues admito que también llegué a esa edad en mi vida en que yo también debo homenajear (y acordarme) de esa toma.

Pero hay una píldora con la cual me topé hace poco (y me dejó pensando), una que ingieren muchas personas en el mundo, a veces en exceso, por ser gratis, y al alcance de cualquiera.

Se trata de la píldora de la importancia.

Claro, sería necesario definir la palabra “importancia”, es decir, la cualidad de ser relevante, significativo o valioso.

Ahí es donde me doy cuenta de que quienes requieren de esta gragea diaria, casi nunca merecen consideración, pues sus acciones en general no tienen consecuencia.

Pero sí, importantes somos todos, pero otra cosa son las ínfulas de grandeza tan populares hoy en día. Los verdaderos héroes casi siempre son humildes y anónimos.

En fin, espero que mis prescripciones no incluyan jamás esa necesidad de creerme tan “importante”.

Mi esposo se hubiese conformado con la pastilla del ejercicio. Yo por mi parte le daría un premio a quien inventara la píldora para las canas.

Para terminar, quisiera citar a quien me dejó pensando cuando me crucé con sus palabras. Se trata de nuestro gran poeta y humorista Aquiles Nazoa (“Humor y Amor”)

 Así dice un extracto, con el perdón de los banqueros:

“A las once el banquero toca el timbre,

pues es hora de tener jaqueca

y de la caja fuerte saca una

píldora de importancia y se la toma.

Qué extraña profesión la del banquero…”