Me tropecé por casualidad con esta palabra.
Hoy la traigo sin
el contexto de evasión.
Tampoco en su
significado de deserción o abandono, como indica la Real Academia.
La menciono con
sentido de rebeldía.
Sin pretender
hacer una disertación filosófica, creo que la historia de la humanidad es una
constante fuga.
Ejemplos hay
muchos.
Astrónomos como
Copérnico o Galileo, quienes se rebelaron ante las teorías de sus tiempos.
Cartógrafos, como
Ptolomeo o Mercator, también se insubordinaron ante los conceptos de sus épocas
y revolucionaron la manera de hacer mapas.
Pintores y
escultores se amotinaron contra los cánones de la belleza tradicionales, elevando
las artes a infinitas nuevas dimensiones.
Pareciera que fugarse
de las formas rígidas, es una manera de crecer y sin estos actos de extrema
rebeldía, la historia de la humanidad sería francamente aburrida.
Inmersa en esta
reflexión me pregunté, ¿y cuál será mi manera de fugarme?
En mi caso,
quizás sí se trate de una especie de evasión pues no creo pueda revolucionar ni
el polvo del camino. Pero ciertamente, con frecuencia huyo a mi planeta
particular, el de mis soledades, el de mis ensoñaciones.
Desde allí
invento nuevas constelaciones, elaboro mapas sin ningún destino, dibujo
imperfectas perspectivas; claro, sin esperar romper ninguna barrera del
conocimiento universal, ni descubrir la quinta dimensión o pata del gato.
Pero sí,
intento fugarme a diario de la mediocridad, de la indiferencia del mundo, de la
“voluble existencia cotidiana”, como bien lo expresó Luigi Pirandello (Premio
Nobel de literatura 1934), precursor del teatro del absurdo, otro alzado.
En fin, mis insubordinaciones
son realmente irrelevantes, pero los grandes de la historia, sea en el arte, la
música y las ciencias, sí que nos han dejado sus estelas de virtuosismo, para
después fugarse en la gloria.
Para terminar, me
fugo de estas líneas con una muestra sublime que creo ilustra musicalmente el
punto:
Tocatta y Fuga
en Re Menor, de Johann Sebastian Bach.