Hace poco tuve
una cita en el banco.
Un amable señor
me recibió y comenzamos a conversar.
Yo le dije que
por favor chequeara mi balance.
Para mi
sorpresa, el empleado bancario me pidió que me parara y acto seguido, se me acercó
y me empujó.
Yo trastabillé
un poco y enseguida recuperé mi equilibrio.
Si esto no
fuese un chiste que me urgía contar, probablemente al empleado que tomó
literalmente mi petición, lo hubiesen botado del banco.
Disculpen mi
pésimo sentido del humor, pero al final me quedé pensando en eso del balance.
Indiscutiblemente
la estabilidad financiera contribuye a la armonía general, y ciertamente el
dinero, aunque no conduce a la felicidad, te deja a media cuadra y de paso
calma los nervios. Pero también dicen por ahí, una frase muy vigente en estos
días “hay gente muy pobre que solo tiene dinero.”
Yo me declaro
totalmente ignorante del tema financiero y mientras menos tenga que pensar en
ello, mejor.
Pero
investigando sobre el concepto de balance, me cruzo con ese símbolo tan conocido
en filosofías orientales, el Yin Yang. Una sencilla imagen que invita al
balance, emocional, físico, mental.
Bíblicamente, al
concepto de balance se le asocia con la templanza, esa virtud tan difícil de
practicar ante una buena torta de chocolate.
También aprendí
que el pato es el animal que simboliza el equilibrio, la gracia, la
adaptabilidad, la intuición. Lo tendré en cuenta cuando los salude cada día en
mis caminatas.
En fin, todo lo
anterior se dice fácil.
Yo me declaro
temblorosa y con caótico equilibrio.
Esa anarquía
introspectiva creo que es lo que me mueve, me desconcierta, me tumba, me hace
pararme de nuevo, me inquieta el ánimo, me enseña, me mantiene inspirada y
plena.
Al menos lo
intento.
Como muestra de
ese proceso de balance personal, podría decirse que, hasta de los chistes malos
con los cuales a veces atormento a mis lectores, se aprende algo.
Al empleado del
banco deberían condecorarlo, a veces uno necesita un empujoncito.
Sonrío con tu relato, gracias.
ResponderBorrarUn abrazo.