martes, 26 de noviembre de 2024

EL INQUILINO

 



El inquilino vive en el pent-house.

Una manera más elegante de decir la azotea (techada y con calefacción, para más señas)

Estas últimas semanas he tenido que lidiar con él y su exagerada racionalidad.

Cuestiones prácticas, mantenimiento, alineación, retoques aquí y allá. Todo tiene que ser perfecto.

Mi asesor inmobiliario se llama Ezra Maloso, no es broma, yo siempre me reconforto diciéndome, bueno, “Ezra” Maloso, pero después se compuso.

En fin, Ezra me aconseja que debo arrendar mi propiedad a un mejor inquilino, el que habita unos pisos más abajo.

Ezra me conoce bien y yo le tengo confianza.

Cuando mi inquilino de arriba comienza a contradecirme, a imponer su racionalidad, Ezra, como si fuera mi conciencia, me dice: ¡Cámbialo ya!

La verdad, el inquilino de la azotea limita mi imaginación, constriñe mi potencial clarividencia, acaba con mi intuición, cancela la magia.  Decidí hacérselo saber por escrito y de la manera más delicada.

Estimado inquilino,

Siento mucho tener que decirle que se tiene que mudar de mi azotea, a más tardar ¡ya!

La mente no siempre tiene la razón.

Cordialmente,

Leonor

 

Sí, creo que ya está claro.

El “inquilino” de arriba es esa vocecita irritante e hiper- lógica que habita en mi azotea, léase cabeza, y que a veces pretende cuadricularme.

Voy a seguir los consejos de Maloso y a quedarme con el otro inquilino, ese que vive cálidamente en mi pecho, en un departamento espacioso, con paredes hechas de horizonte y de viento.

Ese que me invita a volar todos los días, aunque me estrelle.

 

PD: El personaje de Ezra Maloso fue inspirado por la propaganda de una agencia inmobiliaria que veo a diario y me causa risa. Sentí la tentación de invitarlo a mi crónica, modificando un poco su apellido.

jueves, 21 de noviembre de 2024

BALANCE

 



Hace poco tuve una cita en el banco.

Un amable señor me recibió y comenzamos a conversar.

Yo le dije que por favor chequeara mi balance.

Para mi sorpresa, el empleado bancario me pidió que me parara y acto seguido, se me acercó y me empujó.

Yo trastabillé un poco y enseguida recuperé mi equilibrio.

Si esto no fuese un chiste que me urgía contar, probablemente al empleado que tomó literalmente mi petición, lo hubiesen botado del banco.

Disculpen mi pésimo sentido del humor, pero al final me quedé pensando en eso del balance.

Indiscutiblemente la estabilidad financiera contribuye a la armonía general, y ciertamente el dinero, aunque no conduce a la felicidad, te deja a media cuadra y de paso calma los nervios. Pero también dicen por ahí, una frase muy vigente en estos días “hay gente muy pobre que solo tiene dinero.”

Yo me declaro totalmente ignorante del tema financiero y mientras menos tenga que pensar en ello, mejor.

Pero investigando sobre el concepto de balance, me cruzo con ese símbolo tan conocido en filosofías orientales, el Yin Yang. Una sencilla imagen que invita al balance, emocional, físico, mental.

Bíblicamente, al concepto de balance se le asocia con la templanza, esa virtud tan difícil de practicar ante una buena torta de chocolate.

También aprendí que el pato es el animal que simboliza el equilibrio, la gracia, la adaptabilidad, la intuición. Lo tendré en cuenta cuando los salude cada día en mis caminatas.

En fin, todo lo anterior se dice fácil.

Yo me declaro temblorosa y con caótico equilibrio.

Esa anarquía introspectiva creo que es lo que me mueve, me desconcierta, me tumba, me hace pararme de nuevo, me inquieta el ánimo, me enseña, me mantiene inspirada y plena.

Al menos lo intento.

Como muestra de ese proceso de balance personal, podría decirse que, hasta de los chistes malos con los cuales a veces atormento a mis lectores, se aprende algo.

Al empleado del banco deberían condecorarlo, a veces uno necesita un empujoncito.

jueves, 7 de noviembre de 2024

TALLER DE LATONERÍA

 



 

¡Craaaash!

Tenía tiempo que no escuchaba el sonido del latón crujiendo.

Sucedió retrocediendo de mi garaje, en piloto automático, cuando sin darme cuenta me estrellé contra la puerta del carro de mi amiga, estacionado frente a mi casa.

Apartando la vergüenza, el seguro resolvió el problema sin dilaciones y se encargaron de ambos carros.

Días después del incidente, busqué mi carro al taller; lucía perfecto y reluciente, espero que el de mi amiga también.

El caso es que cuando venía de regreso a casa, con ese hábito a veces inútil de establecer analogías con la vida real, pensé:

-      Ojalá fuese tan fácil resolver en la vida esos otros golpes, los de adentro.

Esos a los que se refería César Vallejo en sus “Heraldos Negros”:

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Así como todos tenemos nuestras abolladuras y rayones internos, también creo que el único taller de latonería y pintura que puede ayudar con esas cicatrices inconsolables es el que se especializa en abrazos, cariño, sonrisas, compañía.

Llegué a mi casa con estos pensamientos algo depresivos, pero al final me dije, parafraseando a nuestro músico Gualberto Ibarreto, que a uno no le queda otra que cargar con este “cuerpo cobarde” que, con el tiempo, también necesita de mantenimiento y repuestos.

Decidí hacerle un cariño a mi carrocería interna, así que destapé una botella de vino blanco, me serví una generosa copa y la bebí en silencio, mientras la belleza de un cielo color lavanda reparaba todas mis magulladuras.