sábado, 28 de septiembre de 2024

Déjà vu

Déjà vu


 

De repente despiertas, medio ahogada y estás en un lugar desconocido, podría decirse que hostil, aunque todos a tu alrededor intenten que estés lo más confortable posible.

No sabes si llorar, gritar, forcejear.

Sensaciones olvidadas que resurgieron en una conversación reciente.

Yo contemplada enternecida a los invitados a una bella celebración.

Los más grandecitos retozando en una piscina de pelotas y los más pequeños, gateando en la alfombra.

Sumida en los vapores de esa especie de trance que algunos llaman “Déjà vu” (en francés, “ya vivido”, solo que hace más de treinta años) me puse a conversar con una joven mamá que cargaba a su bebecita en brazos.

-      Ay que linda, ¿cómo se llama? – pregunté.

-      Ana – me dijo.

-      Y ¿cuánto tiempo tiene?

-      Cuatro meses y medio.

-      ¡Qué bella!, ¿cómo se porta, duerme bien?

-      Bueno se levanta varias veces en la madrugada….

-      ¡Qué difícil...

Yo iba a decir, “qué difícil es ser mamá”, pero ella completó mi frase diciendo:

-      ¡Qué difícil es ser bebé!

Yo me quedé con mi cara de “ponchada” y ella hizo más o menos la disertación con la que comencé estas líneas.

-      Si, imagínate, de repente te sacan de tu lugar seguro y estás en un ambiente que no conoces, y no puedes comunicar si tienes hambre, frío, o calor, o si te duele algo...etc.

Debo decir que me encantó ese cambio de perspectiva, esa generosa y maternal forma de empatía.

Al final apagamos la velita del primer año de mi hijo, perdón (déjà vu) de mi bella nieta y concluyo diciendo:

 ¡Qué difícil ser mamá, papá, bebé, persona, pero a la vez qué milagro poder ser testigo de cómo la vida se renueva!


miércoles, 18 de septiembre de 2024

ABRIGO

 



 

La muchacha entró al recinto acompañada por una de las voluntarias.

Nos habían avisado que una de las participantes del evento era ciega.

Yo ya ocupaba mi puesto en el podio, cuando ella llegó con su bastón y una enorme tristeza en la mirada. Mi gentil compañera la acomodó justo frente a mí.

Le sonreí instintivamente, creo que las sonrisas llegan sin necesidad de ser vistas. Creí descubrir en su rostro el atisbo de una.

Justo antes de que comenzara la sesión, le escuché decir a la persona que tenía a su lado que tenía frío.

Yo recordé que guardaba un ligero chal verde en mi cartera, así que procedí a sacarlo y ofrecérselo.

Ella lo tomó con agradecimiento y se arropó en él.

La exposición sobre el duelo comenzó.

Soy voluntaria desde hace casi siete años de un centro de apoyo a las personas que han perdido seres queridos. (Bob Glasgow Grief Support Centre)

Esa noche, el solemne recinto estaba a reventar.

Como dijo Oscar Wilde “Donde hay dolor es lugar sagrado”.

Me tocó el turno de hablar y narrar mi experiencia de duelo.

Me vi a mí misma en aquella muchacha rodeada de oscuridad, la de sus ojos y la de su pena, acurrucada en mi chal, conteniendo las lágrimas.

Siempre termino mi breve intervención con un poema en memoria de mi maravilloso esposo.

Termino compartiendo que, si algo he aprendido sobre el duelo es que, no importa que tan negro sea el camino que uno transita, el amor permanece intacto.

Las cuatro voluntarias de esa noche, culminamos la sesión. El público aplaudió conmovido.

La muchacha ciega se quitó mi chal verde y me lo devolvió con palabras de agradecimiento.

Pude ver algo de luz en su mirada, también una sonrisa.

Espero que mi ligero manto color esperanza le haya proporcionado algo de abrigo.

“Morir es retirarse, hacerse a un lado,

ocultarse un momento, estarse quieto,

pasar el aire de una orilla a nado

y estar en todas partes en secreto.”

Jaime Sabines

 

ESTRELLA FUGAZ

 


Aquella tarde salí a caminar con una multitud.

Noventa y tres personas, para ser exacta, incluyéndome.

Nos sentamos en silencio a contemplar el paisaje.

Una avecilla acrobática, las primeras hojas doradas del otoño jugando con la brisa, la luz arrojando puñados de diamantes al río, patitos jugando en la corriente ante la fija mirada de mamá pata, una rosa amarilla encallada en las algas.

Súbitos descubrimientos.

Cerré el libro, la antología de haikus 2024, en la cual, sorpresivamente figura mi nombre. Los noventa y dos restantes son mis compañeros poetas que me regalaron esa tarde múltiples y repentinos suspiros de asombro.

Cada uno de sus poemas, en la brevedad de sus diecisiete sílabas, despertaron una ensoñación que de otra forma hubiese pasado desapercibida.

Hace poco, un joven amigo de mi hijo interesado en la poesía, me preguntaba ¿Qué es un haiku? y yo le di la definición oficial: una composición poética ancestral de origen japonés que consta de tres versos, de cinco, siete y cinco silabas respectivamente. Generalmente hablan de la naturaleza o la vida cotidiana.

Pero son mucho más que eso.

En su brevedad, los haikus expresan una mirada íntima, una cotidianidad sugerente, una bella melancolía.

Un viejo estanque

se zambulle una rana

ruido del agua

Es un ejemplo de haiku de uno de los más famosos poetas de este género, Matsuo Basho.

Espero con esta breve crónica haya respondido a la pregunta del curioso joven con más detalle y de ahora en adelante aprecie los momentos fugaces con intensidad y no como aquella pareja de enamorados.

-      Mira mi amor, una estrella fugaz, pide un deseo – dice el galán.

-      Mi deseo es que dejes de tomar alcohol – dice ella.

-      Ay, me equivoque, era un avión.