lunes, 27 de octubre de 2025

GOLOSINAS

 


Son una dulce forma de nostalgia.

Cuando las encuentro, aquí en Canadá, no me puedo contener.

Esta semana llené un carrito de mercado completo con ellas.

Son las golosinas de mi infancia, allá en Caracas.

Y sí, me declaro golosa.

Todo comenzó con los antojos de mi hija en su primer trimestre de embarazo que nos llevó a almorzar en el mercado latino de Calgary.

Yo lo llamo el mercado de las nostalgias.

Después de un suculento almuerzo amenizado con música caribeña

-salsa, merengue, bachata- ritmos que, no obstante las miradas inquisidoras de mi hija me resultan irresistibles y activan todos los resortes de mi cuerpo, nos fuimos a recorrer las islas del mercado para hacer la compra.

Mi hija, antojada de preparar pabellón criollo (para quien no lo conozca es el plato típico venezolano), llenó el carrito con plátanos, caraotas negras, queso fresco, harina para hacer arepas, además de otros deleites.

Yo por mi parte, todavía bailando por los corredores de la tienda al ritmo de la música de fondo de Juan Luis Guerra, no podía creer mi suerte.

Ante mis ojos desfilaban los Cocosettes, Susys, Cri Cris, Torontos, Pirulines (chucherías muy criollas), bocadillos de guayaba y una que otra cosa salada como tostoncitos y hallaquitas de maíz, además de jugo de parchita y guanábana.

Tanto mi hija como yo satisficimos nuestros respectivos antojos y salimos del mercado complacidas.

Llegué a casa a matar mis nostalgias junto a un buen “marroncito”.

Ese dolor de regresar a lo perdido, según la etimología de la palabra Nostalgia, (del griego: nóstos. regreso, y álgos, dolor) no es tal cuando uno puede darse gusto y atiborrarse, de vez en cuando, de meriendas de infancia y recuerdos de la casa donde crecí al pie del Ávila caraqueño.

Ojalá las nostalgias de las próximas generaciones sean tan divertidas como estas mías y no secas barras de granola, tofu o galletas sin gluten con té verde.

Aunque como dicen, entre gustos y colores…

lunes, 20 de octubre de 2025

Tres Películas

 

 


Hicieron que el tiempo pasara volando, literalmente.

Sucedió en el viaje de casi diez horas que me trajo de vuelta a Calgary desde Barcelona (¡gracias, West Jet!).

La magia del cine no solo me mantuvo distraída mientras estaba allí, confinada en mi asiento (con mi vinito, eso sí), sino que aprendí y encontré algo inspirador en cada una de estas tres historias.

La primera:

 “Everything is going to be great.” (Todo va a estar bien)

Una pareja junto a su dos jóvenes hijos, a pesar de las dificultades económicas, persiguen su sueño de triunfar en el mundo del teatro. Al final cada uno encuentra su propia voz.

La segunda:

Brasilera, “Ainda Estou Aqui” (Todavía estoy aquí).

Narra las vicisitudes de una familia en Rio de Janeiro en los años sesenta/setenta, durante la dictadura militar en Brasil. Una historia de amor y persistencia sobre una madre de cinco hijos, cuyo esposo fue detenido y desaparecido por supuestamente conspirar.

La tercera: “1917”.

Basada en hechos reales, trata de una misión heroica asignada a dos soldados británicos, durante la Primera Guerra Mundial.

Insisto en eso de la magia del cine.

Al menos, por algunas horas se escapa uno de la realidad brutal que a veces asfixia y uno sale reconfortado cuando después de todas las penurias, injusticias, guerra, al final el bien y la verdad triunfan.

Se renueva la idea utópica, que pudiera ser posible un mundo donde valores como la compasión, la fraternidad, el amor puedan finalmente imponerse.

Aterrizamos en Calgary.

El avión y también mis aventuras cinematográficas.

Razón tenía el protagonista de la primera de las películas que repetía a sus hijos en medio de las dificultades financieras que “hay muchas maneras de ser rico”

Viajar, es una de ellas. (Aunque este periplo en particular no fue por razones turísticas)

Bien dicen que viajar es la única actividad donde uno gasta dinero para volverse más rico.

Muy cierto, pero…

¡Qué enorme placer es volver a casa!

Mi verdadera riqueza.

LA COSECHA

 

En el sentido agrícola, es la recolección de frutos y hortalizas.

Bíblicamente, se entiende como alimentar el espíritu de Dios para ganar indulgencias.

Dionisíacamente, es la vendimia, ese momento en el cual las uvas están en su punto de esplendor, para producir los más decadentes vinos.

Se trata de recoger lo que se ha sembrado, y si se tiene suerte, verse recompensado.

Parece fácil, pero como dicen, a veces se siembran vientos y se recogen tempestades.

El tema viene a colación pues el 13 de octubre, celebramos aquí en Canadá nuestra fiesta de Acción de Gracias (Thanksgiving), y su origen es justamente agradecer por la cosecha, en el más amplio sentido de la palabra.

Lo celebré con inmensa gratitud, en familia con mis hijos y nietos (dos en camino) quienes son lo suficientemente valientes para atreverse a probar mi rudimentaria cocina.

Y como siempre, eso de la cosecha me dejó pensando y me generó una pregunta: a estas alturas de la vida, con mis hijos grandes, retirada del mundo corporativo y solitaria profesional ¿qué semillas me quedan por sembrar?

Se me ocurren unas en particular que intento plantar cada día.

Son las semillas de la inspiración.

Esa que riego al despertarme y recojo en algún momento de deleite.

Un poema, una cita inspiradora, un atardecer, un chiste malo, palabras de amor, como cuando mi nieta me dice: Nana, ¡no cantes!

¿Y por qué no?, agradecerles a esos otros que recogieron las uvas para yo disfrutar de una copa de vino.

A estas alturas de la vida, concluyo que los caminos no se imponen, se inspiran. Me reconforta pensar que, el que ahora transito es uno que se labra a sí mismo con esa maleza luminosa y silvestre.

Y si esas espigas danzantes de la inspiración de alguna manera se metieran en las sendas de mis hijos y mis nietos, quizás logre que me recuerden, en vez de por mi regular cocina o desafinadas canciones, como aprendiz de poeta y amante de los chistes malos.

¡Feliz día de acción de Gracias!

viernes, 10 de octubre de 2025

EL PINTOR

 


Los vientos anuncian cambios.

Me senté en mi banquito preferido, ese que llamo “el psiquiatra”, a sentir la brisa fresca sobre mi cara y el sonido de las hojas danzando en las ramas de los árboles.

Sin darme cuenta, empecé a tararear aquella canción venezolana de “Meciendo las palmeras, como si fueran mecer de naves…” (*)

En este caso sería, “Meciendo los pinitos…”

De repente se sentó a mi lado un señor de barba y sombrero. Me parecía conocido, así que lo saludé, aunque no recordaba su nombre y seguí tarareando mi canción.

El caballero ni se inmutó y sacó de un maletín bastante gastado, un lienzo, pinceles y colores.

En un santiamén dibujó el paisaje que se presentaba ante nuestros ojos y comenzó a dar pinceladas coloridas.

El artista jugaba con los tonos lavanda del cielo, que se iban convirtiendo en rosados y celestes.

Yo seguía cantando, “soñar despierta, frente a la luna, con las pupilas, llenas de luz…”

Mi acompañante continuó con los verdes de sauces y álamos, en los cuales acentuaba destellos amarillos y dorados.

Yo cambié la melodía por aquella de “Tardes de Naiguatá, que cuando el sol se aleja, la arena de la playa, con su luz, va tiñendo de plata…” (**)

Aquí seria, “Tardes de Diamond Cove…”

El pintor se concentró en el agua del río, que salpicó con reflejos dorados y cobrizos.

Yo continúe con esa sublime estrofa: “y lejos del azul, las aguas tranquilas, parece que murmuraran, una canción de amor...”

Cuando volteé, el artista de barba y sombrero había desaparecido.

Pero dejó su infinito lienzo, su paisaje envuelto en mis melodías.

“La brisa de un hermoso ideal…”

Definitivamente, los vientos traen cambios, de luz, de colores, de estación.

De repente, recordé el nombre de ese artista que se sentó junto a mí.

Su nombre es Otoño.

Ese que se va metiendo en esta época, callado y sigiloso, como un “dulce remanso, lleno de paz…”

Definitivamente, la música venezolana es pura poesía.

 

(*) Brisas del Zulia

https://www.youtube.com/watch?v=NawgP65GCXo

 

(**) Tardes de Naiguatá

https://www.youtube.com/watch?v=rQ59MV17umA

 

lunes, 6 de octubre de 2025

ENCUENTRO

 



Escuché un acento familiar.

Me acerqué para constatarlo y sucedió algo extraordinario.

Bajé por la principal de las Palmas y recorrí las calles de mi niñez y las avenidas de mi lejana juventud.

En ese tránsito vi amigas del colegio, piñatas, trasnochos estudiando para algún examen, canciones, risas.

Amistad. Familia.

El trayecto que me trajo de vuelta fue entrañable, honesto, apretado. Segundos eternos, de esos hechos con el material de los recuerdos.

Regresé al presente.

Allí estaba yo, en la sección infantil del Corte Inglés de Plaza Cataluña, comprando un trajecito de bebé para mi nuevo nieto.

Entre ropita infantil, se produjo aquel abrazo inesperado.

Un encuentro fortuito con la hermana menor de una amiga de la infancia que resultó en una breve, pero reconfortante travesía en el tiempo.

Nos pusimos al día y nos despedimos con nuestro acento venezolano tan sabroso.

Yo creo que la gente que presenció ese abrazo en plena tienda quedó asombrada y hasta con ganas de aplaudir ante esta escena, inusualmente humana.

Salí de la tienda con algo más que el trajecito tejido para mi nieto.

Dar y recibir un abrazo inesperado: un verdadero regalo.

SOMBREROS

 


Son una tentación.

Sean Fedora, Panamá, de ala corta, ancha, artesanales o de marcas famosas como Borsalino, Stetson, Brixton.

Tengo una colección, pues no me resisto y siempre que salgo de viaje me compro uno nuevo.

Sí, son los sombreros y su magia.

Escribo estas líneas desde Barcelona, España, donde estoy en visita familiar.

Aparte de sus maravillas arquitectónicas románicas, góticas y modernistas, tengo tres paradas obligadas en esta bella ciudad: La Casa del Libro; Vestopazzos, una joyería donde hacen maravillas con chatarra y Mil, la sombrerería más antigua de Barcelona.

Me juré a mí misma que la visitaría pero no compraría ningún sombrero.

Abierta en 1856, esta sombrerería lleva más de cuatro generaciones ofreciendo sus productos a locales y celebridades como Ingrid Bergman, Tony Curtis y Francis Ford Coppola o más recientemente Robert de Niro y Scarlett Johansson.

Me eché a la calle y después de perderme en esta vibrante ciudad, la encontré.

Traspasar su umbral es un viaje en el tiempo.

A mi alrededor, elegantísimos sombreros que parecían contar historias.

Me probé unos cuantos, pero me dije: ¡no!

Me tropecé con uno amarillo, aterciopelado, maravilloso, y otra vez me dije: ¡no!

Lo demás es historia.

Salí de la sombrerería radiante, orgullosa de mí misma, con una sonrisa inmensa.

Tan es así que, al salir a la calle, un misterioso caballero de “fina estampa”, como dice la canción, se me aproximó y me dijo:

– Nunca pierdas la sonrisa.

Yo le di las gracias con un gesto de mi mano sobre el ala de mi espléndido y amarillísimo sombrero nuevo.

Bien decía Oscar Wilde que uno puede resistirse a todo menos a la tentación.