Me regalaron un pañuelo japonés.
Una prenda
exótica, de fino algodón y pintada a mano.
Desde que deslicé
la delicada tela por mi cuello, no he podido quitármela de encima.
No sé si fue el
diseño del artista, que quiso plasmar un jardín idílico lleno de colores en
movimiento o la puntada exquisita que lo remata, pero el pañuelo me cautivó.
Creo que
inconscientemente le concedí propiedades holísticas, una especie de talismán. Adopté
este preciado obsequio como amuleto de buena suerte.
Los últimos
días, si no lo lucía en mi cuello, estaba en mi sombrero o en el asa de mi
cartera; y yo andando por la vida feliz, con optimismo y protección.
Hasta que una
tarde, después de mi diaria caminata, descubrí que mi pañuelo no estaba.
Volví tras mis
pasos. Nada.
Revisé la casa
entera. Nada.
Misterio.
Me acosté a
dormir con un dejo de tristeza y temor, como si la suerte me hubiese
abandonado.
Febrero es el mes
en que atacan eso que aquí llaman los “blues”, también lo llaman SAD (Seasonal
Affective Disorder) que produce falta de motivación y cansancio.
Lo que pasó a
continuación no lo van a creer.
En el medio de
mis melancolías, me asomé a la ventana y vi a un halcón peregrino posado en la
reja de mi jardín. No me extrañó porque a veces vienen a cazar ratones, pero
esta vez me fijé que traía algo en su pico.
Les dije que no
me lo creerían. Era mi pañuelo japonés.
Juraría que
estaba soñando, pero no.
Abrí la puerta
y el halcón se espantó.
Allí, al pie de
la reja, estaba mi pañuelo, mi suerte.
Feliz de recuperar
mi talismán, me fijé por vez primera en una palabra manuscrita, en kanji y caracteres
occidentales, en una esquina de la tela.
生き甲斐 /IKIGAI
Procedí a investigarla.
Ikigai: Concepto
japonés que se refiere al propósito o razón de vivir.
Pues sí, pensé, puede que la suerte se extravíe a veces, pero regresa, con razones
para vivir repotenciadas.
A mi halcón peregrino le dije:
¡Arigato!