Mi hija dice que tengo pies de duende.
Quisiera pensar que estoy sufriendo una
metamorfosis, como las mariposas, y que pronto me convertiré en una criatura mística
del bosque encantado. Eso antes que admitir que su comentario tiene algo que
ver con mis pies planos y puntiagudos.
Pero esta introducción no tiene mucho que ver
con lo que hoy quiero compartir.
Quiero hablarles del CUADRO. Si, así en mayúsculas.
Mi hija se mudó hace poco a su nueva casa. Un
lienzo en blanco, que ella poco a poco, está decorando y convirtiendo en su
hogar.
Así
como dicen que ella y yo nos parecemos mucho físicamente, pues, en nuestros
gustos y estilos, somos diametralmente opuestas. Para hacer el cuento corto
digamos que ella es minimalista y yo maximalista.
Ella, como diseñadora que es, tiene un estilo
limpio, moderno, mi esposo lo llamaría, “diáfano”. Una palabra que la describe
muy bien, en todo.
El caso es, que hace poco llegué a su casa,
blanca, luminosa, espaciosa, y casi me caigo para atrás cuando vi en la sala: EL
CUADRO.
Lo pintó ella.
Un lienzo de dimensiones épicas y colores rotundos,
ahí en el centro de la sala.
Cuando me preguntó que, ¿qué me parecía? titubeé.
Sólo pude decir: “Bueno, es muy decorativo
Pero, en verdad no lo entiendo...”
Mi comentario fue tomado como un insulto sin
importancia y nos reímos. La sinceridad respetuosa y el sentido del humor, es parte de la grandeza de
nuestra relación madre-hija.
Paseé a Sancho, cené, vi mi serie de Netflix, leí
un rato, me acosté a dormir, y el CUADRO, ahí seguía en mi mente, colosal,
exultante.
¿Cómo es que mi hija, con su estilo tan sobrio,
de líneas simples, de “menos es más” pintó algo tan inmenso, tan avasallante,
tan abstracto e inescrutable?
Al día siguiente, después de que el CUADRO me persiguió
hasta en sueños, tuve una “Epifanía”.
Y lo entendí todo. Y en su creación encontré gran
belleza.
Y sentí el abrazo invisible de la armonía y
del amor.
El cuadro, y ya no lo escribo en mayúsculas,
es, como los poemas que escribió a cada uno de sus hijos el día de sus bautizos:
es el amor que se desborda.
Al día siguiente le dije:
“Ya entendí el cuadro y ahora me encanta. Es
un autorretrato.”
Eres tú y tu ventana feliz (Dios te la cuide
por siempre). Tu momento inmenso de maternidad, de gratitud, de trabajo, de
esfuerzo común, de alegría, de familia.
Una explosión de coraje creativo, en sus
colores y en sus dimensiones oceánicas.
Al final hay mucha ternura en esa obra.
Me dijo que el cuadro se llamaba “El Abrazo”,
porque ahí estaban todos representados.
Un abrazo monumental.
Y como, de alguna manera espero ser parte de
esa presencia feliz, de ese abrazo, que ahora adorna la casa, sin que nadie lo sepa, escudriño
en el cuadro a ver si consigo por alguna parte mi huella, mis pies de duende.
Seguro que encontrarás tus "pies de duende" en ese cuadro.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias Rafael, espero encontrar esa huella.
ResponderBorrarUn abrazo grande